Resulta curioso observar la beatería de los seres humanos en relación a dotar de un hálito romántico a ciertos pueblos y no a otros.
Parece como si la literatura popular estuviese hecha para simpatizar o para temer y despreciar.
Parece como si la literatura popular estuviese hecha para simpatizar o para temer y despreciar.
A propósito de esto, me viene a la memoria la pequeña historia del cómic "El Príncipe Valiente", cuyo autor fue el dibujante y diseñador gráfico norteamericano Harold Foster, en 1937.
Este personaje fue rechazado por la United Feature Syndicate, pero William Randolph Hearst, admirador del dibujo de Foster, aceptó la serie para la King Features Syndicate, llegando a ofrecerle la propiedad del personaje, una oferta nada común en aquellos tiempos. Así nació el personaje más importante de Foster, y uno de los más significativos de la historia del cómic.
A escribir los guiones y dibujar las viñetas de Príncipe Valiente, dedicó Foster casi toda su vida profesional.
Hasta 1971, en que cedió parte de la realización gráfica a John Cullen Murphy, dedicó más de cincuenta horas semanales a cada página dominical en color de la serie. Aunque en 1978 Murphy se convirtió en el único dibujante del cómic, Foster continuó ocupándose del guión hasta 1980. Moriría sólo dos años después.
Realizando la historieta, el autor, hombre culto, quiso hacer una puesta en escena perfecta según su conocimiento del siglo VI, pero los editores le indicaron que el objetivo de la revista no eran graduados en Harvard sino trabajadores norteamericanos.
El autor recreo entonces una Edad Media ficticia de caballeros con relucientes armaduras y damas de alto copete, de una pintura de Vercigetorix en el Louvre inventó los vikingos con cuernos (en la realidad no llevaban en el casco cuerna de uro) y alimentó la leyenda de los reyes del mar.
Estos llegan a despertar admiración a pesar de que fueron piratas sanguinarios, así como los cosacos y otros pueblos; siendo así, que de los desafortunados españoles se recuerda la leyenda negra y los godos han sido reducidos a una simple lista de reyes.
Bueno, mala suerte, la vida es así.