26 mar 2016

Muere Johan Cruyff

En los años setenta del siglo XX, se produjo una revolución futbolística en Europa. Países como Alemania, Polonia, Holanda o Bélgica desarrollaron un fútbol rápido en el que las diferencias entre ataque y defensa se difuminaban, a eso se le llamó fútbol total. La forma física adquirio importancia fundamental y el fútbol europeo se impuso en el mundo. En ese periódo destacó un jugador genial como pocos en la historia, fue Johan Cruyff delantero y director del Ajax holandés y de la selección de 1974, la Naranja Mecánica. 






 





Innovó en todas las materias del fútbol, introdujo en su entorno figuras que luego han sido fundamentales en la organización profesional. Tras abandonar el juego, fue entrenador, mánager y el artífice del gran F.C. Barcelona que ganó la Copa de Europa de 1992, el Dream Team. 
Ha muerto cuando aún le quedaba mucho por hacer. 
Descanse en paz.

Atentado en Bruselas

Estamos sumergidos en una guerra asimétrica que no nos dará respiro. Esta vez ha sido en Bruselas a dos pasos de las instituciones de la UE pero como ha dicho Rajoy "no hay muertos españoles" (eso creía él) y parece que tampoco funcionarios de la Unión. 
Entre las cosas que nuestra decadente civilización a exportado al mundo con éxito está el terrorismo, también hemos importado familias enteras islámicas educando a sus hijos y en la conjunción de los dos fenómenos aparecen estos jóvenes europeos de formación occidental y brutal fanatismo. La médula de nuestra cultura está seca pero seguimos fabricando artefactos con potencial suficiente de imposición, nuestro mundo cae pero otro lo sustituirá.
En el primero de estos escritos hay un programa optimista de defensa y lucha contra el terror; su autor es Jorge Dezcallar, un experto en asuntos islámicos que no estuvo muy acertado el 11M. El segundo es de Pepe García Domínguez sobre el origen europeo de este tipo de terrorismo.





El Confidencial Jorge Dezcallar.



El terrorismo ha vuelto a teñir de sangre una ciudad europea. Esta vez ha sido Bruselas, con atentados en el aeropuerto y en una estación de metro al comienzo de la Semana Santa. Aunque no está aún confirmado, el ministro español de Exteriores los ha atribuido al Estado Islámico que quiere traer el combate al corazón de Europa. Sus jerifaltes son sin duda extremistas religiosos pero no son imbéciles y por eso cabe preguntarse las razones de atacar a Occidente cuando parecen perder algo de fuelle, haber sufrido pérdidas territoriales en Siria y también en Iraq, tener deserciones cada vez más frecuentes y estar siendo bombardeados a diario.



El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas ha conseguido poner de acuerdo a gentes con intereses tan dispares en Siria como son los rusos, los norteamericanos, los turcos, los saudíes y los iraníes, que no era nada fácil, en el objetivo de pacificar el país, aunque cada uno entienda de manera diferente lo que eso implica y qué prioridad tiene el Estado Islámico en este proyecto. Pero si esto es así, ¿por qué irritarnos más aún con esos ataques terroristas en París, en Los Ángeles, al avión ruso de Sharm el Sheik, en Ankara, en Estambul, en Beirut y ahora en Bruselas? (Los ataques terroristas contra hoteles en Bamako, Uagadugu y Costa de Marfil han sido obra de Al Qaeda, que está también ocupada en estos momentos en aprovechar el vacío de poder producido por la guerra en Yemen para tratar de hacerse con un "territorio liberado" a su disposición).

La venganza y demostrar que son capaces de hacer daño puede ser la intención primordial del ataque de Bruselas tras la detención de Salah Abdeslam

Con los saudíes todavía no se han metido porque esos tan pronto les bombardean (pero menos) como les llenan los bolsillos por vías indirectas. Parece que el interés del Estado Islámico debería ser más bien concentrarse en los varios campos de batalla que tiene abiertos, ahora que también se ha plantado en Libia –desde donde amenaza con otra oleada de refugiados hacia las costas europeas– y no desperdigar esfuerzos. Pero este análisis es equivocado y la prueba son los centenares de asesinatos que llevamos últimamente.

De hecho, el Estado Islámico tiene poderosas razones para atacar a Occidente:

La primera es precisamente la de subir la moral de sus tropas cuando peor les van las cosas sobre el terreno y cuando sus operativos son detenidos en Europa. Se diría que la venganza y demostrar que siguen siendo capaces de hacer daño puede ser la intención primordial del ataque de Bruselas apenas unos días después de la detención de Salah Abdeslam, el "enemigo público número uno" tras haber participado y luego huido de los atentados de París, donde murieron 130 personas. Hacerles ver que les pueden estar zurrando pero que deben llevar la cabeza alta porque son capaces de responder cuando menos lo esperamos "donde más nos duele": en casa, en la retaguardia y provocarnos muchas muertes y mucho dolor. El hecho de que los atentados se hayan producido en la capital de un país con alerta máxima por riesgo de terrorismo solo añade sarcasmo a la tragedia, aunque también obliga a hacernos algunas preguntas. Por eso, en cuanto puedan volverán a atacar, es algo sobre lo que no debemos hacernos ilusiones. Y cuanto peor les vaya, mayor será el riesgo.



La segunda es poner en práctica real la guerra asimétrica que les enfrenta a la coalición internacional y responder con sus propias armas a los bombardeos a que se les somete. Ellos no tienen aviación y no pueden bombardear, tampoco tienen una Marina que les permita atacar nuestras costas y responden de la forma que pueden, con lucha de guerrillas sobre el terreno y con el arma del terrorismo -que ellos consideran legítima lucha armada- contra quienes han venido de lejos a atacarles, aunque ese no sea precisamente el caso de Bélgica, que es objetivo tanto por una razón de oportunidad, porque hay allí una amplia comunidad musulmana que proporciona a la vez reclutas y posibilidades de ocultamiento, como porque Bruselas es la capital de Europa y la sede de las instituciones europeas, muy cerca de las cuales está la estación de metro atacada el lunes.

La tercera es irritarnos y obligarnos a meternos cada vez más en su guerra porque en su lógica mesiánica el Estado Islámico es solo una fase de un proceso para traer al mundo el triunfo del Islam, que pasa por la conquista de Estambul, la nueva Roma, y la posterior derrota y destrucción del propio Estado Islámico. Quieren ser derrotados, por raro que nos parezca, porque eso será la señal del fin del mundo. No es una broma, así lo creen y puesto que tiene que suceder, cuanto antes ocurra, mejor. A fin de cuentas, les esperan las huríes en el paraíso.

La cuarta es que cuanto más les ataquemos, más podrán presentar su lucha de liberación como algo que no va dirigido contra hermanos musulmanes desviados, yazidíes blasfemos o apóstatas chiítas (algo que, por ejemplo, suscita críticas de la propia Al Qaeda, la franquicia terrorista rival), sino contra los malvados cruzados cristianos, que tan mal recuerdo han dejado en el universo mental musulmán. La derrota de reino cristiano de Jerusalén, de los Godofredos, Federicos y Ricardos y la expulsión final de los cruzados por Saladino (cuya tumba, cubierta de seda verde, está detrás de la mezquita de los Omeyas, en Damasco) es algo que se saben de memoria todos los niños árabes y ahora sirve para movilizar a los jóvenes en contra de los nuevos cruzados que han cambiado lanzas y espadas por misiles y drones. Según esta lógica, cuantos más bombardeos sufran, más reclutas acudirán a luchar bajo la negra bandera del Daesh y en esto no andan desencaminados.

Quieren ser derrotados, por raro que nos parezca, porque eso será la señal del fin del mundo. A fin de cuentas, les esperan las huríes en el paraíso.

La quinta es que al sufrir estos bombardeos esperan crear problemas de conciencia y de identidad entre la gran comunidad musulmana residente en Europa y en los EEUU y cuyo proceso de integración en más que defectuoso. Y dificultar la convivencia, creando brechas infranqueables entre las comunidades de culturas y religiones diferentes. Estos musulmanes que viven entre nosotros pero que no se han integrado ni económicamente, ni socialmente, ni culturalmente, que viven en 'ghettos' de miseria en la periferia de las grandes ciudades sin trabajo ni esperanza de tenerlo, y que tienen con frecuencia crisis serias de identidad, pueden sentirse atraídos por quién les ofrece un sentido de pertenencia y un objetivo a sus vidas, y verse así arrastrados a formar una quinta columna en Europa y en América dispuesta a actuar cometiendo atentados terroristas en nuestras calles como lobos solitarios o formando pequeños grupos. Al fin y al cabo los atentados terroristas del tipo de París o Bruselas son muy baratos y fáciles de preparar y de llevar a cabo. No exigen ni transferencias de dinero, ni tecnologías o armas muy sofisticadas.

Y la sexta razón podría ser la de crear el caos entre nosotros, obligarnos a cerrar aeropuertos y a cancelar vuelos en plenas vacaciones de Semana Santa, llevar el miedo y la irritación a nuestros hogares, excitar los sentimientos xenófobos y populistas que tanto daño hacen a nuestra convivencia democrática, crear desconfianzas entre los estados europeos y cerrar fronteras (se ha cerrado la frontera franco-belga) contribuyendo a poner otro clavo en lo que algunos quisieran que fuera el féretro del Acuerdo de Schengen. Porque, en definitiva, cuanto más débil sea Europa, cuanto más descoordinadamente actuemos, mejor para nuestros enemigos.

De modo que los ataques terroristas forman parte de un plan muy meditado y por eso continuarán siempre que tengan oportunidades para llevarlos a cabo, porque constituyen un instrumento al servicio de los designios estratégicos del Estado Islámico y si no los hay con más frecuencia no es por falta de ganas sino porque no pueden, por la eficacia de los servicios de Inteligencia y de las Fuerzas de Seguridad, que también participan en esta lucha y que no paran de frustrar intentos y de detener a terroristas. No hay que olvidar que el Estado Islámico no es un grupo terrorista como otros sino un grupo insurgente que utiliza el terrorismo para lograr sus fines. Pero estoy convencido de que le acabaremos venciendo y que lo lograremos sin que el fin de su mundo signifique el fin del nuestro. Hasta entonces, toca pelear. Y a veces, sufrir.
 



Los islamistas son nuestros hijos



José García Domínguez, Libertaddigital







Otra matanza indiscriminada. Esta vez en Bruselas. Occidente, sostiene John Gray, sin duda el último gran pensador que nos queda en Europa, vive poseído por el mito de que, a medida que el resto de mundo absorba la ciencia aplicada a la técnica y devenga moderno, se convertirá en más laico, tolerante, mercantil y pacífico como, pese a todas las evidencias en contra, se percibe a sí mismo. En su enternecedora ingenuidad antropológica, Occidente es capaz de creer en cualquier cosa. El 11-S cayeron las Torres Gemelas, pero la candidez de los hijos putativos de la Ilustración y su optimismo universalista siguen en pie, como si nada hubiera ocurrido. Occidente quiere creer que la violencia islamista, tan visceral, forma parte de un choque de civilizaciones. Pero tras ese milenarismo mesiánico que inspira al Islam radical no hay ninguna colisión con algo distante y ajeno a la propia cultura occidental.
Bien al contrario, si a algo recuerda la fanática brutalidad de los militantes fundamentalistas es a una práctica muy específicamente europea y occidental, la del adanismo sanguinario de los anarquistas decimonónicos, primero, y la de su inmediato sucesor, el irredentismo de las facciones más extremas de las distintas obediencias marxistas-leninistas. Al cabo, no hay nada que concuerde más con las tradiciones europeas que lanzar una bomba en medio de una plaza pública abarrotada de ancianos, mujeres y niños. Occidente quiere creer que el islamismo supone un retroceso a la Edad Media. Pero en la Edad Media no había tipos como Amibael Guzmán, el líder de Sendero Luminoso, o Pol Pot, directos inspiradores del proceder islamista. La de la propaganda por la acción es una idea política específicamente europea y moderna. Eso nada tiene que ver con el Islam tradicional y arcaizante.
Si por algo se caracteriza la actual variante teocrática del terrorismo es por su absoluta modernidad. Una modernidad que, además, remite al núcleo mismo de la alta cultura occidental. ¿O qué otra cosa encierra el rechazo expreso de la razón más que un reflejo del pensamiento de Nietzsche y demás románticos europeos? El singular híbrido de teocracia y anarquía que retrata al islamismo asilvestrado es, nos guste o no, un subproducto surgido de idéntica matriz que el radicalismo político occidental. Los nihilistas rusos en el XIX; las Brigadas Rojas y la Baader-Meinhof, en el XX. Dos siglos de distancia y una creencia común, la de que es posible alumbrar un orden nuevo sobre las cenizas de la civilización conocida, todo merced a actos de destrucción espectaculares, luego un millón de veces amplificados gracias a la labor de los medios de comunicación. He ahí sus genuinos mentores espirituales. Nos guste o no, son nuestros hijos. - Seguir leyendo: http://www.libertaddigital.com/opinion/jose-garcia-dominguez/los-islamistas-son-nuestros-hijos-78489/
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11 mar 2016

11 M

El 11 de marzo del año 2004 se produjo en España el mayor atentado terrorista de la historia de Europa. Las consecuencias del mismo fueron demoledoras para la consistencia del régimen y España entró en un agujero negro en el que todavía nos encontramos.
En este artículo Pío Moa lo expone con claridad.


11-m: autores y beneficiarios



La versión oficial sobre el 11-m tiene evidentes fallos: pruebas falsas rechazadas pero sin investigar su autoría, ausencia de autor intelectual,  confusión sobre el designio del atentado y razón de la fecha elegida, destrucción apresurada de pruebas, equívocos sobre el explosivo utilizado, etc. 

Otra dificultad de la versión oficial consiste en la atribución del atentado a un grupo de personajes de confusa entidad política, entre ellos un minero esquizofrénico, y varios confidentes de la policía. Este último dato habría exigido una investigación a fondo, de haber sido ellos los autores reales. 

 

  

Los defensores de la versión oficial arguyen que es imposible que tantos policías, jueces, fiscales y periodistas interviniesen en la acción y su  posterior falsificación. Pero no es preciso tal complicidad masiva. Muy pocas personas pueden  haberlo hecho, cooperando otras por ignorancia o conveniencia. Y ciertamente existen jueces, periodistas, policías y fiscales corruptos o dispuestos a corromperse. 

Otro argumento a favor de la versión oficial es que después de tanto tiempo, la verdad habría salido a la luz por un lado u otro, pero ello no es necesariamente así: la versión oficial sobre el 23-f se mantuvo durante muchos años, no hace tanto que empezaron a desvelarse sus entresijos y todavía no es conocida del todo. Y sigue habiendo gente que cree tal cual la versión antigua. 

 

 

Los defensores de la versión oficial acusan a quienes la ponen en duda de “conspiranoicos”. Pero lo cierto es que detrás de todo atentado existe una conspiración. Un golpe así  no lo realizan unos mindundis que pasaban por allí y a quienes se les ocurre la idea sin un designio preciso y coincidiendo la fecha por casualidad con el fin de una campaña electoral.  

Hay atentados impresionantes que sin embargo no tienen consecuencias políticas de relieve. Por ejemplo, el asesinato de Carrero Blanco, contra lo que algunos se empeñan en creer,  no alteró la evolución del régimen, que después del Vaticano II no tenía otra opción que transitar en el sentido en que lo hizo. El propio Carrero, como otros muchos dirigentes, estaba pensando en una transición lo más tranquila posible, aunque los criterios no estuvieran del todo claros. Sin embargo, el atentado del 11-m  ha tenido repercusiones políticas difíciles de exagerar.

 

 

La primera repercusión evidente puede expresarse así: el atentado  ayudó significativamente a la victoria electoral del PSOE. O quizá no fue tanto el atentado mismo como su rápida utilización para derivar hacia el PP la responsabilidad de la matanza, dejando a los terroristas en segundo plano y ofreciéndoles una especie de justificación por la intervención española en Irak.  

A su vez, la victoria electoral del PSOE trajo consigo otras consecuencias fundamentales: a) Fueron retiradas las tropas españolas que en Irak ayudaban a la reconstrucción del país. El dato es interesante porque  las tropas, que no habían participado en la invasión, estaban ayudando a los irakíes contra grupos como los que, según la versión oficial, habían realizado el atentado de Madrid. b) La ETA, que se hallaba al borde del precipicio por la política de Aznar fue rescatada mediante negociaciones clandestinas, ocultas a la opinión pública, premiándose sus crímenes con relegalización, dinero público, presencia internacional, promesa de liberación de sus presos, etc. c) Los separatistas catalanes fueron obsequiados con un práctico reconocimiento de soberanía al parlamento regional y con un nuevo estatuto que nadie pedía entonces y fue votado minoritariamente; pero que dejaba en residual la presencia del estado, como se felicitó el socialista Maragall. d) Fue impuesta, a través de la semisoviética ley de memoria histórica y otras acciones, la condena radical del franquismo, y por tanto, implícitamente, de la transición democrática y la monarquía salidas de él. Con ello se imponía la “ruptura” que izquierdas y separatistas habían intentado en la transición, contra la decisión popular muy mayoritaria del referéndum de diciembre de 1976. 

 

 

Difícilmente un atentado habría podido tener consecuencias políticas de mayor alcance. 

Por consiguiente, si bien seguimos sin conocer a los autores reales del atentado, están bien claros sus beneficiarios políticos: PSOE, ETA, separatistas y, más indirectamente, los islamistas. El cui prodest, no es una prueba de autoría, aunque sí un indicio. Sabemos también quiénes han sido los grandes perjudicados: España, la democracia y el estado de derecho. El PP de Rajoy continuó luego la política de Zapatero, hasta llegar a la situación actual, cada vez más peligrosa.     

 

 

Pío Moa, Blog de La Gaceta

6 mar 2016

Salvar los muebles

Dicen los chinos, cuando te quieren mal, ojalá vivas tiempos interesantes; y sí, interesantes son los tiempos que van a llegar a España. 
Dentro de los nuevos, que son viejos, movimientos políticos que han florecido en las últimas elecciones, ha habido un caso que no deja de ser sorprendente: un general, antiguo JEMAD el puesto más alto de la corporación, se ha dignado a ir en las listas de PODEMOS. 





No es un militar al uso; procedente de la Fuerza Aérea, piloto de caza con presencia en la OTAN y en el comité de inversiones militares, no se trata del militarote estrambótico de TBO sino de un hombre con amplias conexiones y esto da qué pensar. Parece que un sector de las FFAA da por amortizada a España, cumplida su misión histórica, y quiere salvar los muebles; es decir, sus muebles: el ejército, sus puestos de trabajo, las inversiones militares, las alianzas, etc.





Es de suponer que otros sectores querrán salvar a su vez los suyos y que puede que se divida España pero nadie romperá la liga de fútbol profesional; no, que nadie se engañe no se quebrará el mercado interior, nadie saldrá de la UE y los nacionalistas seguirán mangoneando en Madrid. 
Lo que extraña es que en su intento de torear, y crear la Unión de Armas, el general se suba al barco de la ideología más demostradamente fracasada del siglo XX o ¿será que el ejército se ha comprado a PODEMOS?

5 mar 2016

El dinero

Decía un filósofo americano que todo patriota ha de estar dispuesto a entregar su vida en lucha contra... el gobierno. No se refería al buen gobierno sino al gobierno de trapaceros chupópteros como los que hoy hay en Europa. La medida de eliminar el dinero no acabaría ni con el dinero negro ni con la delincuencia, sería una medida totalitaria para acabar con la propiedad privada de los pobres y de paso entregarlos, atados de pies y manos, a los bancos y a las empresas de publicidad... y al Estado.




Leído en Libertad Digital









2016-03-04

Una grave noticia que ha pasado desapercibida


Jesús Laínz




A pesar de acompañar al ser humano desde que hace tres mil años aparecieron las primeras acuñaciones, parece que al dinero le queda poca vida. Al menos eso sugieren las noticias que con frecuencia acelerada nos van llegando desde la UE.

La última, por el momento, es que el Banco Central Europeo pretende eliminar los billetes de 500 euros. La excusa aducida es su utilización por parte de delincuentes, muchos de ellos criminales y terroristas internacionales, para blanquear dinero negro. Pero no se comprende bien que lo que haya que eliminar sean los billetes en vez de los delincuentes. Además, ¿no sería un primer paso muy eficaz acabar con los paraísos fiscales?

Por otro lado, ¿acaso con la eliminación de los billetes de 500 se acabará con la delincuencia? ¿No iba a aflorar todo el dinero negro con el cambio de la peseta al euro? Lo que sucedió, simplemente, fue que se pasó de las pesetas en negro a los euros en negro. Ahora se pasará de los billetes de 500 en negro a los billetes de 200 en negro. Y después, a los de 100. Y más tarde, a los de 50. En resumen, que lo único que se conseguirá es tener siempre a mano la excusa para ir eliminando billetes.





La prueba de ello es que lo del billete morado no es más que la punta de lo que bulle por debajo. Pues el objetivo de verdad es la eliminación de todo el dinero efectivo, tanto los billetes como las monedas. Como sus promotores saben que la idea no es precisamente atractiva para la mayoría de los ciudadanos, se esfuerzan en acumular justificaciones. La cúpula del Deutsche Bank, por ejemplo, arguye que el dinero efectivo es "caro e ineficiente" y que –una vez más– "sólo sirve para los negocios de los criminales". Por todo ello anuncian que los billetes y monedas "serán en diez años cosa del pasado". La realidad, sin embargo, es que en Alemania el 80% de las compras minoristas se siguen pagando en efectivo, llegando el porcentaje a prácticamente el 100% cuando las cantidades son inferiores a veinte euros. Ello demuestra que no estamos ante un asunto que interese a los ciudadanos, sino al mundo de la finanza y de la política.






Evidentemente, dichas cifras son extrapolables a los demás países europeos. Aunque quizá no a todos: en la muy progresista Suecia, por ejemplo, hay cientos de sucursales bancarias en las que ya no aceptan ni proporcionan efectivo. Y en la vecina Dinamarca los comercios pueden negarse a aceptar pagos en metálico desde el 1 de enero de este 2016. Además, el Parlamento danés ha fijado 2030 como fecha límite para la total erradicación del dinero. ¿Motivos? Que utilizar efectivo es caro, que lleva tiempo manejarlo y contarlo, que hay que estar vigilándolo para que no lo roben, que el que lo usa corre el riesgo de que le atraquen y que es necesario acabar con la economía sumergida.

¡Qué obsesión con controlar hasta la más insignificante viruta de eso que se llama economía sumergida! ¡Qué afán por recaudar más y más! Debe de ser que se recauda poco. Nunca en toda la historia de la Humanidad la carga fiscal ha alcanzado, ni de lejos, la que soportan los libérrimos ciudadanos del siglo XXI, pero parece que a los todopoderosos Estados de la era de la globalización todo les parece poco. Pero, paradójicamente, no ponen tanto cuidado en evitar que lo recaudado sea despilfarrado o directamente robado por los encargados de administrarlo. En España tenemos tantos ejemplos que da vértigo pretender enumerarlos. Y todavía hay quienes se extrañan de que tantos ciudadanos prefieran camuflar parte de sus ingresos para meter algo de dinero en sus bolsillos y, de paso, evitar que acabe en los de políticos corruptos.







Por otro lado, si un ciudadano, como se ha hecho durante milenios, prefiere guardar su dinero en su casa, pagar sus facturas en metálico y cobrar su nómina del mismo modo o en cheque, no hay ninguna ley que le obligue a tener una cuenta corriente en un banco. Evidentemente –desde aquí y desde hoy lo auguramos–, no tardará en llegar esa ley, lo que implicará, por cierto, un estupendo negocio para los bancos. ¡Comisiones para todos! ¡Y por obligación legal!








Con todas las operaciones, hasta las más pequeñas, realizadas electrónicamente, habrá que ver si se sigue consumiendo igual. Porque la sensación de libertad e intimidad que proporciona el dinero en metálico es un elemento psicológico cuya importancia probablemente no habría que desdeñar. Y, además, está la confidencialidad: ¿por qué el Estado, y mucho menos aún los bancos, que son entidades privadas, tendrían derecho a saber cómo, dónde, cuándo, cuánto, con quién y en qué se gastan los ciudadanos su dinero? Pues no hace falta ninguna intención de delinquir para no querer que nadie se entere de lo que cada uno hace con el fruto de su trabajo.








Habrá que ver cómo va desarrollándose esta trascendental cuestión, de momento sólo mencionada tangencialmente por unos medios de comunicación que la consideran una anécdota curiosa, poco más que un eco de sociedad. Sólo por este extraño silencio deberían empezar a levantarse sospechas. Pero, ya metidos en suspicacias, el día en que el Estado pueda controlar hasta el más insignificante movimiento de nuestro dinero, ¿es imposible que un Estado corrupto o tiránico pueda obligar a morirse de hambre a cualquier ciudadano declarado disidente?

¿Por qué será que en esta luminosa época nuestra, tan envidiable para todas las generaciones que no tuvieron la suerte de conocer nuestras libertades y derechos, todas las noticias convergen en demostrar que las personas tenemos –y tendremos– cada día menos libertad y menos derechos?






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