A propósito de temas recurrentes en este blog, transcribo una serie de artículos publicados en el blog de Pío Moa en Intereconomía.
Miserias del europeísmo (I)
Miserias del europeísmo; la política española no se guía
por análisis de alguna seriedad, sino por tópicos y baratijas emocionales,
encontramos la paradoja de que, siendo España un país notablemente inculto, de
su propia cultura y de la europea, sea también uno de los más “europeístas” del continente.
Por europeísmo se entienden cosas distintas, desde el
sentimiento ligado a la conciencia de unas raíces culturales comunes hasta la
pretensión de unificar políticamente Europa en una federación o similar. En el
primer aspecto, nadie ignora que Europa se forjó culturalmente como el
continente cristiano en pugna, durante siglos, con invasiones paganas o
islámicas, creando una civilización que se ha extendido por gran parte del mundo.
Sin embargo el actual europeísmo busca, paradójicamente, anular esas raíces
reemplazándolas por una especie de neorreligión laicista, a menudo muy hostil
al cristianismo. Pretende, además, crear una superpotencia con el
correspondiente nacionalismo, que sustituiría a las naciones históricas y
acabaría con ellas en un plazo más o menos largo. Los idiomas nacionales
también serían paulatinamente desplazados (ya lo están siendo, aceleradamente)
por una hegemonía irrestricta del inglés. Esa deriva se justifica arguyendo que
de ese modo terminarían las guerras dentro de Europa, como probaría el hecho de
no haber vuelto a haberlas desde 1945, conforme aumentaba la unidad económica y
política; además, la nueva Europa se comportaría con ejemplar pacifismo en el mundo;
aparte de que en un mundo “globalizado” sólo puede competirse mediante grandes
unidades políticas y económicas.
En mi opinión, se trata de tres falacias justificativas. La
paz en Europa desde 1945 obedece ante todo a la tutela de Usa. Tampoco es cierto
que esos países, al parecer ansiosos de unirse, hayan resultado especialmente
pacíficos. Francia mantuvo largas, duras y finalmente desastrosas guerras
coloniales. Lo mismo, aunque algo más atenuadamente, Holanda, Inglaterra y
Portugal. Aún son recientes las guerras en la extinta Yugoslavia, es decir, en
Europa, que la UE
no ha impedido, sino en cierta medida atizado. Y ahora mismo, países de la UE participan en guerras en
Siria, Malí, Afganistán, hace muy poco en Libia e Irak, aparte de su
responsabilidad en las espeluznantes matanzas de Ruanda; etc. No sugiero con
ello que esas contiendas e intervenciones estén más o menos justificadas en
algunos casos, sólo constato que considerar a la UE como un factor de paz general apenas resulta
una peligrosa fantasía publicitaria. El mundo dista de ser una balsa de aceite,
y, precisamente por los intereses “globales”, la UE está interviniendo y previsiblemente seguirá
haciéndolo allí donde esos intereses se vean amenazados.
Por otra parte, el europeísmo actual se ha ideado en gran
medida como remedio a las tradicionales y sangrientas pugnas francoalemanas, y
tiene una curiosa ironía la idea de poner de acuerdo a ambas potencias
asegurándoles el predominio sobre el resto del continente. Pues la UE, compuesta de muchos y muy
disímiles países, difícilmente podría articularse y funcionar sin la hegemonía
de sus dos mayores poderes, Alemania y Francia. Hay además un elemento de
fraude esencial en la pretensión del europeísmo de representar a Europa. La UE no es Europa, solo una parte
de ella. Europa incluye, por ejemplo, a Rusia, muy difícil de integrar en el
conjunto; y muchos quieren extenderla a Turquía, país de cultura ajena a la
europea y con sus propios conflictos.
En cuanto al argumento del tamaño como dato esencial para
competir en el mundo “globalizado”, puede valer para pensadores de “la economía
lo es todo”, pero para nadie medianamente serio. Países tan pequeños como
Suiza, Noruega, Israel, Singapur o Formosa son más competitivos,
proporcionalmente, que la UE. Y
dentro de ésta existen profundas diferencias entre Grecia y Suecia, entre
Alemania e Italia o entre Francia y España. Medidas unificadoras como el euro,
presentado fraudulentamente como un seguro de prosperidad ilimitada, han
causado un auténtico desbarajuste.
Todas estas cuestiones deben ser examinadas más a fondo. Se
pretende llegar a una especie de federación a la useña olvidando que Usa tiene
un solo idioma, una trayectoria política y cultural, y una larga serie de
elementos comunes inexistentes en Europa. Y que sólo arrasando a las naciones
para convertirlas en seudoestados sin soberanía, sujetos a presiones o aspiraciones económicas
más o menos ilusorias, puede lograrse esa unidad… contra la historia y las culturas
y políticas tan diversas que han enriquecido y conforman la realidad europea.
II: Miserias del europeísmo
Las falacias con que se sostiene el europeísmo político en
general, bajan en España a un nivel inferior, de absoluta baratura intelectual
(cuanto más europeísta, por lo común, menos sabe de Europa), como cobertura
poco disimulada de una esencial hispanofobia.
Quizá la expresión más precisa de esa vana retórica la haya
ofrecido Ortega y Gasset con su frase “España es el problema, y Europa la
solución”. Otras veces he señalado el cúmulo de insensateces en que caía
nuestro filósofo cuando especulaba sobre política e historia. Aquella frase
carece de lógica, pero es sugerente: sugiere que España funciona mal, o incluso
es el mal, y “Europa” el bien. Pero ¿qué era Europa para aquellos europeístas,
tan parecidos a los de ahora? Para ellos se limitaba a Francia, un poco a
Inglaterra y a Alemania. El resto no contaba, aunque constituía la mayor parte
del continente, con sus propias tradiciones, culturas y tendencias. Pero aun
reducida al trío Francia-Inglaterra-Alemania, éste no despertó en nuestros
europeístas el menor estudio, análisis histórico o de actualidad algo serio, ni
siquiera algún libro de viajes interesante. Sobre esos países tenían sólo impresiones superficiales acompañadas de una
emocionalidad tosca. De ahí que cuando los objetos de su patética devoción se
enzarzaron en una de las guerras más crueles, quedaran pasmados. La mayoría de
aquellos intelectuales pretendió incluso la entrada de España en el conflicto,
a ejemplo de Portugal y otros muchos
países, para servir de carne de cañón a los Aliados. Estas actitudes de
ignorancia devota, beata, siguen plenamente vigentes en nuestros europeístas,
sean de derecha o de izquierda. Hecho manifiesto asimismo en la facilidad con
que tragan sin la menor crítica los tópicos de la propaganda elaborada por la UE, enfocados en el artículo
anterior.
Decía que ese europeísmo de chicha y nabo encubría realmente
una hispanofobia también muy extendida a
derecha e izquierda, basada asimismo en el tópico y la ignorancia. Si Ortega (y
Costa, Azaña y tantos más) eran incapaces de entender las realidades y las
fuerzas que abocaban a Europa a la guerra, no lo eran menos para examinar la
realidad histórica y cultural de España. Leer las tiradas y ocurrencias de unos
y otros sobre el asunto deja a uno perplejo. Los he analizado en Una historia
chocante y en Nueva historia de España. Básicamente se dedicaban a denigrar a la España real e histórica,
considerándola “anormal”, “absurda”, “enferma”, etc., desde los Comuneros,
según unos, desde la expulsión de los judíos según otros, o desde la propia
Reconquista contra la “brillante” civilización musulmana. Nació de ahí una
literatura especialmente pesada, pueril y arbitraria, cuyos efectos señaló
agudamente Menéndez Pelayo: el pueblo, engañado por aquellos “gárrulos sofistas
(…) hace espantosa liquidación de su pasado, escarnece a cada momento las
sombras de sus progenitores, huye de todo contacto con su pensamiento, reniega
de cuanto en la Historia
hizo de grande, arroja a los cuatro vientos su riqueza artística y contempla
con ojos estúpidos la destrucción de la única España que el mundo conoce, la
única cuyo recuerdo tiene virtud bastante para retardar nuestra agonía. Un
pueblo viejo no puede renunciar a su cultura sin extinguir la parte más noble
de su vida y caer en una segunda infancia muy próxima a la imbecilidad senil”.
La enfermedad achacada por Ortega al pasado español, era
precisamente la que ellos contagiaron al país, contribuyendo a arruinar el
régimen liberal de la
Restauración, que mejor o peor iba recomponiendo al país del
desastroso siglo XIX, hasta abocar a una república caótica y plagada de odios,
destrozada por sus propios creadores, y a la guerra civil. Pues bien, todas
aquellas retóricas han resurgido con inesperada fuerza, ya en el franquismo. Y
uno de sus disfraces más prodigados es esa beatería “europeísta”.
A principios del siglo XX, el europeísmo “regeneracionista”
combinaba muy bien con los separatismos, justificados implícitamente, pues “si
España había sido casi siempre un desastre tal, ¿por qué no separarse de ella
cuanto antes?”. Ahora oímos a los europeístas tratar de disolver a España en la UE (ellos la llaman “Europa”),
regalarle la soberanía “por toneladas” a cambio de platos de lentejas… sin
lentejas. Y condenar con la misma vacuidad unos separatismos que hacen muy bien
el juego en el empeño común por anular a la nación
Todo esto debe ser objeto de serio análisis, porque está en
la base de la triple crisis en que puede naufragar el país.
PÍO MOA
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