El problema de la pobreza ha preocupado a la sociedad desde que ésta existe. No me refiero al problema real que se traduce en hambre, enfermedad y pérdida de oportunidades, que también, sino a la teorización de la pobreza.
En la novela de Umberto Eco "El Nombre de la Rosa", se escenifica la polémica sobre el ideal de la pobreza de Cristo en la propiedad o no de una simple túnica. El éxito de la humanidad y de la economía industrial de mercado está en el pasmoso crecimiento demográfico habido; sólo entre 1968 y 2011 se pasa de 3500 millones de habitantes a 7000 millones. Sin embargo, individualmente, la explosión demográfica no va seguida por la creación de empleo subsiguiente, a la necesaria velocidad, por lo que el número de pobres relativos crece.
Cuando se producen cambios sociales amplios, aparecen nuevas necesidades por lo que la disminución de la austeridad genera pobreza relativa, y es cierto que la monopolización de la riqueza es un problema económico que se manifiesta en el aumento del paro. Así pues, necesitamos una caracterización de la pobreza en términos reales (en un tiempo y un lugar) y no exclusivamente relativos que miden más bien la igualdad.
Aquí expongo dos textos que vienen a explicar mucho mejor esta problemática.
El abuso del espantajo de la desigualdad se ha hecho carne
en el pensamiento único (me he ocupado de algunas de sus falacias aquí).
Apuntamos la semana pasada que Oxfam, ejemplo habitual de dicho pensamiento,
había proclamado que la desigualdad mata.
Esta disparatada afirmación aparece en un informe titulado
"Gobernar para la Mayoría", que clama por más gasto público y más impuestos que
"eliminen la desigualdad", que es una "epidemia". Para eso
los servicios públicos deben ser… ¡gratuitos!
Por si uno levanta la mano para protestar, Oxfam se apresura
a aclarar que lo que pide es "un sistema fiscal más justo que recaude más
de aquellos con mayor poder económico (…) incrementando la recaudación sobre
los más ricos", que por supuesto nunca define, pero el mensaje está claro:
todo va a ser estupendo y lo pagarán… otros.
Para lograr tan benévolo objetivo hay que "luchar
contra la desigualdad", es decir, luchar contra las elites, las
multinacionales, los paraísos fiscales… pero nunca contra el poder. Al
contrario, la desigualdad entre el Estado y sus súbditos no les quita el sueño
a los señores de Oxfam: más aún, le dan la bienvenida, oponiéndose a todo lo
que sea libre, incluso a las escuelas privadas… si son baratas. Todo tiene que
venir de los impuestos y nada con programas "privados u optativos":
vamos, que deben ser públicos y obligatorios.
Y si uno persiste en protestar, va la prueba final:
"Además, la desigualdad económica pone vidas en riesgo: cada año, solo en
los países ricos, mueren 1,5 millones de personas por la elevada desigualdad de
ingresos". Esto ya es una cosa muy seria: la desigualdad mata.
La prueba que presentan es el artículo "Income
inequality, mortality, and self rated health: metaanalysis of multilevel
studies", de Naoki Kondo, Grace Sembajwe, Ichiro Kawachi, Rob M. van Dam,
S. V. Subramanian y Zentaro Yamagata. Estos especialistas en salud y nutrición
parten de dos ideas asombrosas. Una es la identificación entre desigualdad y
pobreza: "Una sociedad muy desigual implica que un segmento sustancial de
la población es empobrecido, y la pobreza es mala para la salud"; y la
otra es la siguiente:
"La desigualdad de
rentas afecta a la salud no sólo de los pobres sino también de los ricos (…)
por el estrés psicológico derivado de las comparaciones sociales envidiosas así
como por la erosión de la cohesión social".
Con estas bases tan disparatadas acometen un metaanálisis,
es decir, un análisis de los análisis de otros, referidos en su mayor parte a
los países ricos, y concluyen que los estudios demuestran que hay que reducir
ya la desigualdad y salvaríamos vidas, "si la relación
desigualdad-mortalidad es realmente causal", es decir, precisamente lo que
deben demostrar.
Reconocen la heterogeneidad de los estudios, pero no
analizan variables tan cruciales como la existencia de Seguridad Social, los
mercados de trabajo y la inmigración. Al final admiten que la desigualdad puede
deberse a muchas causas, y que el índice Gini resume la distribución
independientemente de su forma, de manera que un Gini elevado
puede ser el resultado de un elevado número de individuos muy ricos o de
individuos extremadamente pobres.
En resumen, como suele suceder, detrás de las consignas
alarmistas que reclaman más y más usurpaciones de la libertad hay más
entusiasmo que razones.
Desde hace más de un año venimos escuchando
cada vez con más frecuencia la cifra de que un tercio de las familias españolas
pasa hambre. Todo comenzó cuando Unicef y la ONG Save The Children
publicaron sendos informes en los que denunciaron que entre 2,2 millones y 2,8 millones de niños viven en hogares "en riesgo de pobreza
o exclusión social". Bastó que, a partir de entonces, varios medios de comunicación equipararan riesgo de pobreza
con pasar hambre para que en septiembre de 2013 el PSOE registrara una
iniciativa parlamentaria en la que denunciaba que "tres de cada diez niños se van a la
cama con hambre". Hoy la cifra ya constituye un lugar común en el debate
político y es instrumentada recurrentemente por todos aquellos que se oponen a
cualquier recorte del gasto público, incluyendo los de Podemos e Izquierda
Unida. El mantra es recurrente: recortes = hambre.
Sin embargo, y a pesar de su muy extendido
uso, la cifra de que un tercio de las familias españolas pasa hambre es radicalmente
falsa. Como ya hemos indicado, se equipara familia que pasa hambre
con familia que se halla en riesgo de pobreza o exclusión social.
Ciertamente, la imagen que todos tenemos en la cabeza de pobre es la de
una persona que tiene dificultades para alimentarse, pero Eurostat define en términos muchísimo más amplios qué es una persona
o familia "en riesgo de pobreza o exclusión social". En concreto, se
incluye a una persona o familia en esta categoría cuando se halla en al menos
una de estas tres situaciones:
- Renta por debajo del umbral de pobreza. El umbral de pobreza se define como el
60% de la renta mediana de un país; por tanto, una persona está por debajo
del umbral de pobreza si cobra menos del 60% de la renta mediana del país.
Así las cosas, en 2013 el umbral de la pobreza en España era de 9.300
euros anuales para un hogar unipersonal y de 19.600 euros para un hogar
con dos adultos y dos niños. Todos aquellos que cobraran menos eran considerados
personas en riesgo de pobreza o exclusión social.
- Privación material severa. Se entiende que un individuo o familia se hallan en una situación
de privación material severa cuando no pueden permitirse al menos cuatro
de estos nueve gastos: 1) la hipoteca, el alquiler y otras facturas como
la electricidad o el gas; 2) una semana al año de vacaciones fuera del
hogar familiar; 3) consumo de carne, pescado, pollo (o su equivalente
vegetariano) al menos una vez cada dos días; 4) imprevistos (definido como
la doceava parte del umbral de pobreza: es decir, 775 euros en hogares
unifamiliares y 1.633 euros en hogares con dos adultos y dos menores); 5)
teléfono fijo o móvil; 6) televisión en color; 7) lavadora; 8) automóvil;
9) temperatura adecuada en el hogar (tanto frente al frío como frente al
calor).
- Baja densidad de empleo en el hogar. Un hogar exhibe baja densidad en el
empleo cuando aquellos de sus habitantes con edades comprendidas entre los
18 y los 59 años trabajan en conjunto menos del 20% de los meses que
podrían hacerlo. Por ejemplo, si en un hogar con dos adultos se ha
trabajado en total menos de cinco meses al año, ese hogar se considera que
exhibe una baja densidad en el empleo y que, por tanto, está en situación
de riesgo de pobreza o exclusión social.
Como vemos, los criterios para calificar a
una persona como "en riesgo de pobreza o exclusión social" son mucho
más amplios que lo de pasar hambre. O dicho de otra manera, habrá mucha
gente que no pase hambre y que entrará en la categoría de riesgo de pobreza o
exclusión social; por ejemplo, una que lleve un año parada, que disponga de
ahorros y que cobre la prestación por desempleo será calificada como "en
riesgo de pobreza o exclusión social" (por el tercer criterio) y, sin
embargo, no estará pasando hambre. De hecho, sólo uno de los elementos del
segundo criterio (la privación material del consumo de carne, pescado o pollo
al menos una vez cada dos días) se acerca a la definición de pasar hambre,
si bien de manera muy incompleta: una mala alimentación (malnutrición) no es lo
mismo que falta de alimentación (desnutrición); de hecho, en la malnutrición se
incluye también la obesidad.
Sea como fuere, ¿sabemos cuántas familias en
España se ven privadas de comer carne, pescado o pollo al menos una vez cada
dos días? Sí,
el 3,5% de todos los hogares y el 3,6% de todos los menores de 16 años:
casi diez veces menos que el 33% divulgado por diversos políticos y medios de comunicación.
Por tanto, estamos hablando de 640.000 hogares y no de más de 5,5 millones; y
de 286.000 niños, no de 2,8 millones.
Evidentemente, no se trata de quitar
importancia al asunto, pero tampoco de sobredimensionar y exagerar el
drama: en 2006, en plena burbuja inmobiliaria y con el gasto público en plena
expansión, ese porcentaje era del 3,9%, cuatro décimas superior al actual.
Asimismo, en Suecia, el número de familias con incapacidad para comer carne,
pollo o pescado al menos una vez cada dos días asciende al 2%, en Noruega al
2,5, en Finlandia al 3,2, en Francia al 7,4, en Alemania al 8,2 y en el
conjunto de la Eurozona
al 8,5. ¿Había una tragedia alimentaria en España en 2006? Si la había, nadie
hablaba de ella, y, desde luego, la continua expansión del gasto público propia
de esos años no consiguió aplacarla. ¿Hay una tragedia alimentaria en
Finlandia, Francia o Alemania? No lo parece, y en todo caso no nos habremos
enterado de que la tragedia alimentaria en España es la mitad de grave que
en Europa y similar a la de los ejemplares países nórdicos.
Entonces, ¿por qué muchos de nuestros
políticos y medios de comunicación utilizan como ariete el dato completamente
falso de que un tercio de las familias españolas pasa hambre? Pues porque se
trata de instrumentar política y electoralmente una tragedia como el hambre
para llegar al poder. Lo verdaderamente relevante no es el número real de
personas que sí sufren hambre en España, sino frivolizar la estadística y el
sufrimiento ajeno para arañar votos. En el fondo, lo mismo les da ocho que
ochenta hambrientos: lo que no les da en absoluto igual son ocho u ochenta
votos.