En 1981 se publicó un ensayo producto de los estudios, experimentos y artículos científicos del biólogo británico Rupert Sheldrake; en dicha obra se pretendía divulgar la hipótesis y las pruebas que podrían demostrar la existencia de la denominada "resonancia mórfica" que reinterpreta ciertas regularidades de la naturaleza como algo que se asemeja más a "hábitos" que a leyes inmutables. La resonancia mórfica estaría produciendose en un "campo mórfico" según el cual ciertos fenómenos, biológicos, como las conductas, o físicos, como una forma concreta de cristalización mineral, se hacen
más probables a medida que ocurren más veces, y una vez fijados, pueden
extenderse a poblaciones o muestras que no están en contacto con la
pioner. Paralelamente otros científicos han intuido la necesidad de entender un campo universal interconectado como Lovelock.
¿Es posible que exista una conciencia universal como la que propuso el psicólogo Carl Gustav Jung?
Spinoza fue el más consecuente de los filósofos racionalistas, dado
que defendió la completa autosuficiencia de la razón tanto para
comprender la totalidad de la realidad como para alcanzar la felicidad.
Se opuso al empirismo, al considerar que la experiencia sensible nos da
necesariamente una imagen parcial y deformada de la realidad, debido a
la finitud de nuestra capacidad sensible. En cambio, pensaba que todo
conocimiento producido únicamente por la razón puede demostrarse a sí
mismo sin necesidad de recurrir a la experiencia sensible ni a ninguna
autoridad exterior, como sucede con los teoremas de la geometría.
Su principal propuesta filosófica fue una ética racional alternativa a
la religión judeo-cristiana dominante en la Europa de su tiempo. En
lugar de concebir a Dios como un ser personal dotado de voluntad con un
poder y saber infinito, lo definió como una sustancia que abarca la
totalidad de lo real, identificándolo, de hecho, con la Naturaleza.
También negó que el alma humana fuese una sustancia, esto es, un ente
siempre idéntico a sí mismo, y la concibió como un “modo” o porción de
un pensamiento preexistente a cada mente individual, cuya esencia
consiste en el esfuerzo o deseo (“conatus” en latín) de seguir
existiendo en oposición al resto de fuerzas de la Naturaleza.
El inconsciente colectivo cumple 100 años, aunque al parecer lleva funcionando desde el origen de los tiempos. La idea la formuló Carl Jung en 1916,
inspirado en el inconsciente personal de Freud. Frente al creciente
individualismo urbano, fue invención campesina, del hijo de un párroco
rural que creció al abrigo de los bosques y las montañas. El
inconsciente colectivo es algo así como una patria común y desconocida,
se manifiesta aquí y allá, entonces y ahora, y es razonable pensar que
lo seguirá haciendo. Para desarrollar la idea, Jung utilizó el concepto de arquetipo, una imagen que pertenece al tesoro
compartido de la humanidad, que sobrevuela los climas y las épocas y
que, siendo arcaica y primordial, puede adherirse al individuo sin pasar
por una cultura particular. El arquetipo es una imagen con alto
contenido emocional que nos ayuda en nuestra educación sentimental y a
ordenar los tipos humanos. Ahora que las emociones vuelven a estar de
moda (quizá porque la hora del puritanismo ha tocado a su fin, quizá
porque resultan rentables en este capitalismo tardío que nos ha tocado
vivir), es buen momento para hablar de ellas.
La tendencia humana a formar arquetipos es tan natural como la de los
pájaros a construir nidos. Los arquetipos no se enseñan en las escuelas,
sino que venimos con ellos al mundo (el viejo tema del innatismo). Son
la expresión instintiva de la especie. Sus formas y figuras son
interminables, nunca llegaremos a comprenderlos del todo y, aunque
llegásemos a identificarlos, no agotaríamos sus significados. Se
encuentran en las mitologías, los cuentos y las leyendas antiguas, pero
también en las fantasías de hoy. Impresionan y fascinan porque
pertenecen a la estructura heredada de la psique y porque, en un nivel
más profundo, son órganos de percepción psíquica esenciales para el
desarrollo espiritual. Para Jung la sabiduría consiste en armonizar lo consciente y lo inconsciente. Esa es la misión trascendente de la psique, el fin último del individuo: la superación del yo y la conquista del sí mismo(Selbst). Una conciliación de los opuestos que encuentra expresión simbólica en el Niño, el Círculo o el Mandala.
La psique, con sus hondos abismos y alturas vertiginosas, aparece como
un mundo inespacial que contiene una cantidad incalculable de imágenes,
condensadas orgánicamente durante millones de años de evolución. Dentro
de ese amplio panorama, la conciencia puede reconocer bien poco, y lo
inconsciente constituye una influencia poderosa que puede apoderarse de
la voluntad, arruinar la propia vida o transformar el mundo. Podemos
interpretarlas mejor o peor, pero no podemos negar su influencia. Cuando
Jung comprende que no puede tratar las psicosis latentes si no entiende
su simbolismo, se consagra al estudio de la mitología. Descubre una serie de verdades que le acompañarán el resto de su vida:
que el alma es más complicada e impenetrable que el cuerpo, que el alma
no es un problema personal sino del mundo, que el peligro que a todos
amenaza no proviene de la naturaleza sino del hombre y que es
imprescindible que el psicoterapeuta se comprenda a sí mismo para curar
al otro. En el análisis entra en liza todo el hombre y en las grandes
crisis no se puede nadar y guardar la ropa, el médico ha de entregarse
con todo su ser y en algunos casos no es posible la cura sin renunciar a
uno mismo.
En estos tiempos hiperrealistas necesitamos encontrar un nuevo
equilibrio y organización entre las cosas. Nuestras viejas disposiciones
están cambiando, y esas cosas que una vez percibimos en estabilidad y
orden están perdiendo sus amarres. Debemos recordar que lo Real existe
en algún lugar dentro de nosotros y tenerlo en cuenta a medida que el
mundo exterior continúa su carrera hacia un frenético torbellino de
eventos caóticos. Al final, solo podemos confiar verdaderamente en
nuestro propio sentido común e intuición. Como dijo Václav Havel en uno
de sus discursos, “La trascendencia es la única alternativa real a la
extinción”.
Tras su enfermedad de 1944, Jung barajó la idea de que alguien en otro
mundo meditaba su forma terrena. Un presentimiento que evoca ese “alguien me deletrea” del poema de Octavio Paz,
o aquel chamán del cuento de Borges que intenta crear un hombre
soñándolo. Tuvo la sensación de que había alguien que adoptaba la forma
humana para adquirir una existencia tridimensional, “como quien se pone
un traje de buzo para sumergirse en el mar”. En otro lugar dirá: “No
somos nosotros los que hacemos un sueño o un accidente, sino
que surge de algún lugar a partir de sí mismo”. El inconsciente era el
generador de la persona empírica, siendo aquel el espíritu rector (lo
real) y éste una ilusión.
Cuando se aproximaba su muerte, Jung pudo hablar con más libertad de sus
visiones y, como los antiguos profetas, insistió en su belleza e
intensidad. ¿Es razonable pensar que fue un charlatán? Hay indicios
suficientes para responder negativamente a esta pregunta. Cuando emergía
de dichas experiencias, la ciencia le parecía “un lúgubre sistema de
celdas y un horrible disparate”. Tenía entonces la sensación de que la
vida era sólo “un fragmento de la existencia” y lamentaba que la razón
crítica hubiera hecho desaparecer el sentido de la trascendencia, dado
que el individuo moderno sólo se identifica con su parte consciente.
Mantuvo cierto escepticismo respecto a los mitos, de los que “no podemos
saber si tienen alguna validez por encima de su valor de proyecciones”,
e insistió en la fragilidad de las certezas y lo limitado de la
condición humana. Le interesaron los fantasmas, pero dejó abierta la
cuestión de si debían identificarse con el muerto o eran una proyección
del vivo. Tenía claro que tras la muerte no se desvelaba el enigma de la
existencia, pues los muertos preguntaban como nosotros, y aunque
admitió que no todo el mundo necesitaba la inmortalidad, creyó necesario
formarse una opinión sobre el asunto. Renunció a poner por escrito sus
“revelaciones”, reconociendo simplemente que vivía en un mito que le
permitía plantear dichas cuestiones. Jung tuvo claro, como el budismo, que somos el vector
donde confluye el patrimonio de nuestros antepasados y que, cuando
muramos, nuestros hechos nos seguirán. Que nuestra psique continúe
existiendo tras la muerte no implica necesariamente que algo de nosotros
se conserve eternamente. Asumió que cada ser humano es una pregunta
dirigida al mundo y que él debía aportar su propia respuesta.
Antes de hacer la pregunta “¿De dónde proceden los seres humanos?”, debemos
hacernos en primer lugar la pregunta “¿Qué es un ser humano?” Hoy en día la
mayoría de los científicos creen que un ser humano no es más que una
combinación de materia, de elementos químicos comunes. Este supuesto limita los
tipos de explicaciones que se pueden ofrecer a los orígenes humanos. Yo
propongo que, basándonos en las pruebas
científicas disponibles, es más razonable arrancar con la suposición de que un
ser humano está compuesto de tres sustancias que existen separadamente: la
materia, la mente y la conciencia (o espíritu). Este supuesto amplía el abanico
de posibles explicaciones.
Cualquier cadena científica de razonamiento comienza con
algunas suposiciones iniciales que no son rigurosamente demostrables. De lo
contrario, podríamos quedarnos atrapados en una regresión infinita de las
pruebas de los supuestos y las pruebas de las pruebas de los supuestos. Los
supuestos iniciales simplemente deben ser razonables sobre la base de las
pruebas disponibles. Y es razonable, sobre la base de las pruebas disponibles,
postular la existencia de la mente y la conciencia, además de la materia
conocida, como elementos separados que componen el ser humano.
A los efectos de la discusión científica, defino la mente
como una sutil sustancia material asociada con el organismo humano y que es
capaz de actuar sobre la materia conocida en formas que no podemos explicar
según nuestras actuales leyes de la Física. La evidencia de este elemento de la
mente proviene de la investigación científica sobre el fenómeno llamado por
algunos “paranormal” o “psíquico”. Esto nos conduce a la historia oculta de la
Física (el proceso de filtrado del conocimiento también opera en este campo del
conocimiento).
https://laotracaradelpasado.blogspot.com/2016/11/la-precesion-y-los-ciclos-de-la.html
https://somniumdei.wordpress.com/2019/04/16/inteligencias-desconocidas/
https://www.webdianoia.com/moderna/spinoza/introduccion-a-la-filosofia-de-spinoza.htm
https://elpais.com/cultura/2016/12/09/babelia/1481283788_980535.html
Con la exposición de estos textos pretendo estimular el eterno retorno sobre la cortedad de la experiencia material. Pretendo explorar la posibilidad de una conexión desconocida que nos convierta en actores y público en el teatro a la vez.
Desde luego el debate está abierto.