3 ene 2021

Conciencia

En 1981 se publicó un ensayo producto de los estudios, experimentos y artículos científicos del biólogo británico Rupert Sheldrake; en dicha obra se pretendía divulgar la hipótesis y las pruebas que podrían demostrar la existencia de la denominada "resonancia mórfica" que reinterpreta ciertas regularidades de la naturaleza como algo que se asemeja más a "hábitos" que a leyes inmutables. La resonancia mórfica estaría produciendose en un "campo mórfico" según el cual ciertos fenómenos, biológicos, como las conductas, o físicos, como una forma concreta de cristalización mineral, se hacen más probables a medida que ocurren más veces, y una vez fijados, pueden extenderse a poblaciones o muestras que no están en contacto con la pioner. Paralelamente otros científicos han intuido la necesidad de entender un campo universal interconectado como Lovelock.

¿Es posible que exista una conciencia universal como la que propuso el psicólogo Carl Gustav Jung?

 

 

 

Spinoza fue el más consecuente de los filósofos racionalistas, dado que defendió la completa autosuficiencia de la razón tanto para comprender la totalidad de la realidad como para alcanzar la felicidad. Se opuso al empirismo, al considerar que la experiencia sensible nos da necesariamente una imagen parcial y deformada de la realidad, debido a la finitud de nuestra capacidad sensible. En cambio, pensaba que todo conocimiento producido únicamente por la razón puede demostrarse a sí mismo sin necesidad de recurrir a la experiencia sensible ni a ninguna autoridad exterior, como sucede con los teoremas de la geometría.

Su principal propuesta filosófica fue una ética racional alternativa a la religión judeo-cristiana dominante en la Europa de su tiempo. En lugar de concebir a Dios como un ser personal dotado de voluntad con un poder y saber infinito, lo definió como una sustancia que abarca la totalidad de lo real, identificándolo, de hecho, con la Naturaleza.

También negó que el alma humana fuese una sustancia, esto es, un ente siempre idéntico a sí mismo, y la concibió como un “modo” o porción de un pensamiento preexistente a cada mente individual, cuya esencia consiste en el esfuerzo o deseo (“conatus” en latín) de seguir existiendo en oposición al resto de fuerzas de la Naturaleza.

 


 

El inconsciente colectivo cumple 100 años, aunque al parecer lleva funcionando desde el origen de los tiempos. La idea la formuló Carl Jung en 1916, inspirado en el inconsciente personal de Freud. Frente al creciente individualismo urbano, fue invención campesina, del hijo de un párroco rural que creció al abrigo de los bosques y las montañas. El inconsciente colectivo es algo así como una patria común y desconocida, se manifiesta aquí y allá, entonces y ahora, y es razonable pensar que lo seguirá haciendo. Para desarrollar la idea, Jung utilizó el concepto de arquetipo, una imagen que pertenece al tesoro compartido de la humanidad, que sobrevuela los climas y las épocas y que, siendo arcaica y primordial, puede adherirse al individuo sin pasar por una cultura particular. El arquetipo es una imagen con alto contenido emocional que nos ayuda en nuestra educación sentimental y a ordenar los tipos humanos. Ahora que las emociones vuelven a estar de moda (quizá porque la hora del puritanismo ha tocado a su fin, quizá porque resultan rentables en este capitalismo tardío que nos ha tocado vivir), es buen momento para hablar de ellas.

 

 

 

La tendencia humana a formar arquetipos es tan natural como la de los pájaros a construir nidos. Los arquetipos no se enseñan en las escuelas, sino que venimos con ellos al mundo (el viejo tema del innatismo). Son la expresión instintiva de la especie. Sus formas y figuras son interminables, nunca llegaremos a comprenderlos del todo y, aunque llegásemos a identificarlos, no agotaríamos sus significados. Se encuentran en las mitologías, los cuentos y las leyendas antiguas, pero también en las fantasías de hoy. Impresionan y fascinan porque pertenecen a la estructura heredada de la psique y porque, en un nivel más profundo, son órganos de percepción psíquica esenciales para el desarrollo espiritual. Para Jung la sabiduría consiste en armonizar lo consciente y lo inconsciente. Esa es la misión trascendente de la psique, el fin último del individuo: la superación del yo y la conquista del sí mismo(Selbst). Una conciliación de los opuestos que encuentra expresión simbólica en el Niño, el Círculo o el Mandala. 

La psique, con sus hondos abismos y alturas vertiginosas, aparece como un mundo inespacial que contiene una cantidad incalculable de imágenes, condensadas orgánicamente durante millones de años de evolución. Dentro de ese amplio panorama, la conciencia puede reconocer bien poco, y lo inconsciente constituye una influencia poderosa que puede apoderarse de la voluntad, arruinar la propia vida o transformar el mundo. Podemos interpretarlas mejor o peor, pero no podemos negar su influencia. Cuando Jung comprende que no puede tratar las psicosis latentes si no entiende su simbolismo, se consagra al estudio de la mitología. Descubre una serie de verdades que le acompañarán el resto de su vida: que el alma es más complicada e impenetrable que el cuerpo, que el alma no es un problema personal sino del mundo, que el peligro que a todos amenaza no proviene de la naturaleza sino del hombre y que es imprescindible que el psicoterapeuta se comprenda a sí mismo para curar al otro. En el análisis entra en liza todo el hombre y en las grandes crisis no se puede nadar y guardar la ropa, el médico ha de entregarse con todo su ser y en algunos casos no es posible la cura sin renunciar a uno mismo.

 

 

En estos tiempos hiperrealistas necesitamos encontrar un nuevo equilibrio y organización entre las cosas. Nuestras viejas disposiciones están cambiando, y esas cosas que una vez percibimos en estabilidad y orden están perdiendo sus amarres. Debemos recordar que lo Real existe en algún lugar dentro de nosotros y tenerlo en cuenta a medida que el mundo exterior continúa su carrera hacia un frenético torbellino de eventos caóticos. Al final, solo podemos confiar verdaderamente en nuestro propio sentido común e intuición. Como dijo Václav Havel en uno de sus discursos, “La trascendencia es la única alternativa real a la extinción”.

 

 

 

 

 

Tras su enfermedad de 1944, Jung barajó la idea de que alguien en otro mundo meditaba su forma terrena. Un presentimiento que evoca ese “alguien me deletrea” del poema de Octavio Paz, o aquel chamán del cuento de Borges que intenta crear un hombre soñándolo. Tuvo la sensación de que había alguien que adoptaba la forma humana para adquirir una existencia tridimensional, “como quien se pone un traje de buzo para sumergirse en el mar”. En otro lugar dirá: “No somos nosotros los que hacemos un sueño o un accidente, sino que surge de algún lugar a partir de sí mismo”. El inconsciente era el generador de la persona empírica, siendo aquel el espíritu rector (lo real) y éste una ilusión.

Cuando se aproximaba su muerte, Jung pudo hablar con más libertad de sus visiones y, como los antiguos profetas, insistió en su belleza e intensidad. ¿Es razonable pensar que fue un charlatán? Hay indicios suficientes para responder negativamente a esta pregunta. Cuando emergía de dichas experiencias, la ciencia le parecía “un lúgubre sistema de celdas y un horrible disparate”. Tenía entonces la sensación de que la vida era sólo “un fragmento de la existencia” y lamentaba que la razón crítica hubiera hecho desaparecer el sentido de la trascendencia, dado que el individuo moderno sólo se identifica con su parte consciente. Mantuvo cierto escepticismo respecto a los mitos, de los que “no podemos saber si tienen alguna validez por encima de su valor de proyecciones”, e insistió en la fragilidad de las certezas y lo limitado de la condición humana. Le interesaron los fantasmas, pero dejó abierta la cuestión de si debían identificarse con el muerto o eran una proyección del vivo. Tenía claro que tras la muerte no se desvelaba el enigma de la existencia, pues los muertos preguntaban como nosotros, y aunque admitió que no todo el mundo necesitaba la inmortalidad, creyó necesario formarse una opinión sobre el asunto. Renunció a poner por escrito sus “revelaciones”, reconociendo simplemente que vivía en un mito que le permitía plantear dichas cuestiones. Jung tuvo claro, como el budismo, que somos el vector donde confluye el patrimonio de nuestros antepasados y que, cuando muramos, nuestros hechos nos seguirán. Que nuestra psique continúe existiendo tras la muerte no implica necesariamente que algo de nosotros se conserve eternamente. Asumió que cada ser humano es una pregunta dirigida al mundo y que él debía aportar su propia respuesta.

 


 

Antes de hacer la pregunta “¿De dónde proceden los seres humanos?”, debemos hacernos en primer lugar la pregunta “¿Qué es un ser humano?” Hoy en día la mayoría de los científicos creen que un ser humano no es más que una combinación de materia, de elementos químicos comunes. Este supuesto limita los tipos de explicaciones que se pueden ofrecer a los orígenes humanos. Yo propongo que, basándonos en  las pruebas científicas disponibles, es más razonable arrancar con la suposición de que un ser humano está compuesto de tres sustancias que existen separadamente: la materia, la mente y la conciencia (o espíritu). Este supuesto amplía el abanico de posibles explicaciones.

Cualquier cadena científica de razonamiento comienza con algunas suposiciones iniciales que no son rigurosamente demostrables. De lo contrario, podríamos quedarnos atrapados en una regresión infinita de las pruebas de los supuestos y las pruebas de las pruebas de los supuestos. Los supuestos iniciales simplemente deben ser razonables sobre la base de las pruebas disponibles. Y es razonable, sobre la base de las pruebas disponibles, postular la existencia de la mente y la conciencia, además de la materia conocida, como elementos separados que componen el ser humano.

A los efectos de la discusión científica, defino la mente como una sutil sustancia material asociada con el organismo humano y que es capaz de actuar sobre la materia conocida en formas que no podemos explicar según nuestras actuales leyes de la Física. La evidencia de este elemento de la mente proviene de la investigación científica sobre el fenómeno llamado por algunos “paranormal” o “psíquico”. Esto nos conduce a la historia oculta de la Física (el proceso de filtrado del conocimiento también opera en este campo del conocimiento).
 
 

 

https://laotracaradelpasado.blogspot.com/2016/11/la-precesion-y-los-ciclos-de-la.html

 

https://somniumdei.wordpress.com/2019/04/16/inteligencias-desconocidas/

 

https://www.webdianoia.com/moderna/spinoza/introduccion-a-la-filosofia-de-spinoza.htm

 

https://elpais.com/cultura/2016/12/09/babelia/1481283788_980535.html

  

Con la exposición de estos textos pretendo estimular el eterno retorno sobre la cortedad de la experiencia material. Pretendo explorar la posibilidad de una conexión desconocida que nos convierta en actores y público en el teatro a la vez. 

Desde luego el debate está abierto.


1 comentario:

Anónimo dijo...

http://www.verdadypaciencia.com/2024/10/el-neopaganismo-y-la-naturaleza-satanica-de-la-ciencia-moderna.html