Me hago eco aquí de un artículo interesante sobre los nuevos grupos regeneracionistas surgidos en el 25M.
El País | Antonio Elorza
La crisis económica ha sido la estructura de
oportunidad en cuyo marco han surgido los nuevos movimientos
sociopolíticos. En un caso (Syriza de Tsipras en Grecia), por agrupamiento de una izquierda antes fragmentada; en los otros dos (Movimiento 5 Estrellas del italiano Beppe Grillo, y Podemos,
liderado por Pablo Iglesias, P. I. por abreviar), desde una radical
novedad en medios y mensaje. La estructura de oportunidad puede
compararse a un vacío en la vida política, en circunstancias como las
actuales de creciente malestar económico y descrédito de los actores
políticos tradicionales, que alcanza al propio régimen constitucional.
El espacio político tolera mal el vacío, de manera que para cubrirlo
surgen las respuestas, a veces con una mezcla de acción insurreccional y
populismo —por algo Chávez
es un héroe para Podemos—, otras fundiendo mediante la violencia el
carácter antisistémico en lo político con la conservación del orden
social. No faltan nunca la visión maniquea de la realidad, la
designación consiguiente de un círculo de los enemigos, el componente
violento —verbal y/o físico—, la apelación directa al pueblo o a “los
ciudadanos”, el menosprecio de la democracia representativa y la
modernidad en la comunicación, salpicada de gestos demagógicos.
Hay una diferencia sustancial entre 5 Estrellas y Podemos. Basado en
el blog y en las explosiones retóricas de Beppe Grillo, con su discurso
de descalificación frente a “las dos castas”, a Europa y a lo que se le
ponga por delante, 5 Estrellas eligió una estrategia de ataque frontal,
visible en todo momento. En la vertiente opuesta, sin renunciar a una
actitud de enfrentamiento con “la casta”, ni a la visibilidad, Podemos
intenta conquistar áreas sucesivas del mercado político, y para ello el
radicalismo verbal se encuentra acompañado de la simulación. Según P. I.
ilustró por medio de una elegante metáfora, se folla desnudo, pero para
ligar hay que vestirse. De hecho, propone más un disfraz que un traje,
por lo que él mismo aclara al citar como ejemplo la actitud de Lenin en
1917, hablando de paz y no de revolución para lograr un máximo respaldo a
su acción revolucionaria.
Sucedió ya con el programa electoral. A P. I. le repugna la
democracia como procedimiento; contra ella, lancemos tuercas (título de
su espacio en Tele K). Sin embargo, el programa rebosa de la palabra
“democracia” como seña de identidad; sus propuestas serían la verdadera
democracia. No conviene asustar. Al ocuparse luego del tema, habla de
“reformar la Constitución”, solo que al explicarlo su contenido es el
proceso constituyente, de raíz chavista. Del mismo modo que su soflama contra la prensa de los millonarios, de apariencia ultrademocrática, invoca bajo cuerda una “regulación” del Gobierno, realmente existente bajo Maduro y Correa y contraria a la libertad.
Ahí está su resuelto apoyo, más que a la autodeterminación, a la independencia de Cataluña
y Euskadi, en la línea del “clase contra clase” de los años treinta,
por ser procesos que contribuyen a la destrucción del Estado “de la
oligarquía”. Hacia la opinión pública, conviene envolverlo en una
empalagosa declaración sentimental de apego a España, seguida de un
respeto “democrático” al derecho a decidir.
La cosa cambia si P. I. habla en una herriko taberna, ante
quienes juzga auténticos representantes del pueblo vasco. El amor
encuentra allí otro destinatario: lo mantendrá “cuando os vayáis…”, dice
con ternura a los asistentes. Nada tiene de extraño, pues, su apoyo a
Herrira, a los presos etarras, o a las negociaciones con ETA, lo cual es
tan significativo como legal. La herriko taberna se convierte
además en el espacio adecuado para contar una historia de la España
democrática al modo abertzale y para progres a la violeta: el régimen de
1977 solo sería “una metamorfosis del franquismo”, la Constitución fue
pacto de élites y excluye al “pueblo”, “un papelito”.
Nos movemos, pues, en el terreno de un engaño consciente, pues una
cosa es la propuesta abierta y otra la intención real, de acuerdo con la
máxima de P. I.: lo importante es ganar.
De momento, toca inscribirse en el espacio de una izquierda
intransigente, sin más aristas, para absorber a IU y preparar la OPA
contra el PSOE. El supuesto de fondo es la necesaria latinoamericación
de la política del Sur de Europa, con el ejemplo de los regímenes
autoritarios y populistas. No importa que Venezuela sea un caos
económico y que aquí no tengamos petróleo a 100 dólares para sostener el
tinglado.
En esa dirección no hay crítica: el polo del bien abarca para nuestro
hombre a todo país antiimperialista, incluido el Irán de los ayatolás,
hasta Corea del Norte. Lo suyo no es la crítica del marxismo soviético.
Ni de sus secuelas.
Antes de ponerse la máscara poselectoral, su ideario es claro.
Antieuropeismo y antiimperialismo primario, con apoyo a cualquier tirano
por el solo hecho de ser antiyanqui; adhesión a un patrón chavista que
acepta la forma democrática vaciándola de contenido mediante la
satanización y el ataque constante a la oposición, sin división de
poderes, más el monopolio parcial de los medios; todo en busca del poder
vitalicio del líder (“Chaves inmortal”). ¿Por qué extrañarse de la
calificación de antisistema? Y algo peor si añadimos el exterminio del
adversario. Ahí está el elogio de P. I. a la guillotina —“acontecimiento
fundador de la democracia”— y a Robespierre, por aquello de que
castigar al opresor es clemencia y perdonarle, barbarie. “¡Qué actual la
reflexión de ese gran revolucionario!”, concluye.
El doble lenguaje permite a P. I. esconder lo que está al otro lado
del espejo. Aquí entra en juego la auténtica revolución de Podemos,
materializada en la comunicación política, desde la utilización
constante de la videocracia, al desarrollo de la técnica de acceso y
control del poder mediante la Red. No estamos ante la democracia líquida
de los partidos piratas. Beppe Grillo y Casaleggio marcaron otra vía,
que ahora sigue Podemos. Quedan configurados dos niveles de poder, el de
la política local donde los meet-ups funcionan con autonomía y
satisfacen la exigencia participativa, y el nivel central, donde los
mecanismos de comunicación y elaboración de decisiones, como se ha visto
en Italia, conjugan cohesión interna y dirección monolítica de Grillo.
Contra lo previsto, las disidencias fueron rápidamente cercenadas, como
aquí el brote de la Asamblea de Madrid. Los tuits resultan óptimos para
machacar al adversario, mientras ningún grupo interno tiene capacidad
para contrarrestar los mandatos del centro.
Sin duda P. I. y Errejón lograrán lo que una socióloga italiana llama el “centralismo cibercrático”,
colocando el uso masivo de la Red, una ilusión de democracia directa,
bajo dirección leninista. Solo falta que el PSOE permanezca anquilosado
para que P. I. prosiga su ascenso.
Antonio Elorza es catedrático de Ciencias Políticas en la Universidad Complutense de Madrid.
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