Se habla hasta la saciedad de la situación política de Cataluña, se publican libros, se emiten programas de televisión; participan en todo expertos nacionales y extranjeros pero nadie responde a un hecho incontestable: el número de independentistas se ha triplicado en la sociedad catalana en el lapso de tiempo que transcurre entre las elecciones autonómicas del 2010 y hoy día. ¿Qué ha pasado? Sé las explicaciones de rigor; el adoctrinamiento en la escuela, incumpliendo los pactos de fair play de la transición junto con la dejación por parte del Estado de la alta inspección, la ausencia de programas nacionales en la escuela, el sesgo de los medios públicos autonómicos, el miedo de la población al paro y la pobreza en tiempo de crisis, la necesidad del gobierno autónomo de un chivo expiatorio (España nos roba) y el miedo a enfrentarse con la realidad, como en la toma de posesión en el parlamento autonómico tras la elecciones de 2010 con intentos de asalto a los parlamentarios catalanes. La pregunta está ahí, ¿qué le pasa a la ciudadanía de Cataluña?
El 11 de septiembre de 2014 me encontraba en un pueblo andaluz, Setenil de las Bodegas, y durante la comida la televisión emitía un programa especial sobre la manifestación de Barcelona. Un periodista interrogaba sobre sus razones y sentimientos a una familia de cuatro miembros: padre, madre y dos hijos, todos vestidos con sendas camisetas con la estelada. No me fijé en lo que decían sino en cómo lo decían: el padre hablaba, más que en español, en gaditano, ella en realidad casi hablaba en gallego y los críos berreaban en español.
Creo que la ciudadanía de Cataluña está sometida a la doble presión de un nacionalismo activo y convencido (¿por quién?) de que ha llegado su momento y de una crisis que está barriendo con todo. Si el gobierno de la Nación no deja claro en manos de quién está el poder, el peligro no será sólo la revolución catalana sino el caos y la disolución de toda España. Ceder y negociar sólo servirá para afianzar el encuadramiento de la población con el nacionalismo gobernante, aumentar la orfandad de quienes son partidarios de España y preparar la ruptura de otras zonas de la Nación.
Si los nacionalistas viven en un sueño irreal de opresión, habitando los mejores barrios, teniendo los mejores empleos, quizá sea hora de que sufran una cura de realidad.
El fascismo catalán ha sabido encontrar el punto de equilibrio entre el manejo de la desesperación de la crisis y la amenaza de exclusión social.
Incluyo dos interesantes artículos.
El proyecto independentista catalán: un proceso bien planeado
20/05/2014 · by Víctor A.
Maldonado · in Artículos CRÓNICA GLOBAL.
En un reciente artículo (“La independencia que viene de lejos”, El País 5/5/2014), Francesc de Carreras pone de manifiesto que el actual “proceso de construcción nacional” comenzó por lo menos desde 1980 durante el primer Gobierno de Jordi Pujol a través de una inteligente obra de ingeniería social cuyo objetivo ha sido el de transformar la mentalidad de la sociedad catalana con la finalidad de que sus ciudadanos se convenzan de que forman parte de una nación cultural, con una identidad colectiva muy distinta al resto de España, que sólo podrá sobrevivir como tal nación si dispone de un Estado independiente.
Afirmación grave donde las haya,
pues de ser cierta, ello significaría una deslealtad profunda por parte del
nacionalismo catalán hacia el resto de partidos políticos y a la sociedad tanto
catalana como del resto de España en su conjunto durante el proceso de
discusión y negociación que condujo a la ratificación de la actual Constitución
española. Y me permito utilizar el término deslealtad porque, como negociador
que he sido en representación de la
UE en acuerdos internacionales, uno puede tener unos
objetivos confesados o escondidos, pero una vez llegas a un acuerdo (tras
obtener y realizar concesiones, como en cualquier negociación digna de tal
nombre) no puedes iniciar por tu cuenta un proceso que vaya en contra del
mismo. En este caso, lo que hay que hacer es cumplirlo lealmente.
Tengo que confesar que yo fui uno más de los que creyó en la palabra dada por el nacionalismo catalán durante la negociación de la Constitución: acordar un punto intermedio entre el objetivo final de todo (o casi todo) nacionalismo, es decir un Estado independiente, y el centralismo del Estado heredado del franquismo. Es decir, renuncia explícita a su objetivo final a cambio de un nivel suficiente de autogobierno que representa la actual Comunidad Autónoma de Cataluña. Pero ya nada me extraña, pues empiezo a creer que la única lealtad a la que se sienten obligados los nacionalismos es a su idea de nación como ente superior por encima de los ciudadanos que la componen.
Evidentemente, el relato dado por el nacionalismo catalán es bien distinto, puesto que desde su punto de vista es “España” la que ha roto el pacto constitucional y, por ello, no se sienten ligados por el acuerdo alcanzado y pueden de una manera clara y determinada encaminarse hacia el establecimiento de un Estado independiente.
Pero, claro, una cosa es
especular sobre si el actual “proceso soberanista” es consecuencia de una serie
de circunstancias sobrevenidas en el tiempo como sostiene el nacionalismo
catalán (es decir, la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el nuevo
Estatut, la recentralización de las competencias autonómicas, el ataque a la
lengua y cultura catalanas, etc.) y otra encontrar las pruebas o los hechos que
pudieren demostrar fehacientemente que la situación actual es sólo parte de un
proceso planeado de antemano con el objetivo de llegar a un Estado
independiente donde el pacto constitucional sería solamente una etapa
intermedia en el camino. Y hay que reconocer que no es fácil, pero una de las
ventajas de un Estado democrático donde existe libertad de información es que
se pueden encontrar documentos del pasado consultando las hemerotecas.
Precisamente, con la inestimable ayuda de un amigo he tenido acceso a un
documento que fue publicado en octubre de 1990 en El Periódico de Catalunya
titulado “La estrategia de la recatalanización” . No tiene desperdicio. Solo
citaré algunos ejemplos, pues el análisis del texto daría para mucho más que el
presente artículo.
En su primer capítulo, “Pensamiento”, aparecen cuestiones tales como que Cataluña (Països Catalans) es una nación europea emergente y que la Europa sin fronteras ha de ser una Europa que reconozca a las naciones; que es necesario concienciar a nuestro pueblo de la necesidad de tener más hijos para garantizar nuestra personalidad colectiva; que Cataluña es una nación discriminada que no puede desarrollar libremente su potencial cultural y económico, remarcando la incidencia negativa que esto tiene para el conjunto del pueblo catalán y para cada uno de sus ciudadanos; que Cataluña es un pueblo que camina en busca de su soberanía dentro del marco europeo; que una mayor libertad para Cataluña comporta un mayor bienestar social de todos sus ciudadanos y el sentimiento nacionalista y de liberación nacional han de ir ligados a la promoción social de las personas y a su propia realización individual y colectiva.
En el capítulo “Enseñanza” aparecen elementos tales como que hay que impulsar el sentimiento nacional catalán de los profesores, padres y estudiantes; exigir el correcto conocimiento de la lengua, historia y geografía de Cataluña y de los Països Catalans; la elaboración de un plan de formación del profesorado que tenga en cuenta los intereses nacionales; la catalanización de los programas de enseñanza; reorganizar el cuerpo de inspectores que vigilen el correcto cumplimiento de la normativa sobre la catalanización de la enseñanza y vigilar de cerca la elección de este personal; incidir en las asociaciones de padres, aportando gente y dirigentes que tengan criterios nacionalistas. En el capítulo “Universidad e Investigación” se propone la potenciación de la Associació Catalana del Professorat Universitari, así como las asociaciones de estudiantes nacionalistas; potenciar a personalidades de ideología nacionalista en los órganos rectores de las tres universidades catalanas.
En el capítulo “Medios de comunicación” se establece como objetivo lograr que los medios de comunicación públicos dependientes de la Generalitat sigan siendo unos transmisores eficaces del modelo nacional catalán; y como medios, incidir en la formación de los periodistas y técnicos en comunicación para garantizar una preparación con conciencia nacional catalana; introducir a gente nacionalista de una elevada profesionalidad y una gran cualificación técnica en todos los lugares claves de los medios de comunicación; la creación de una agencia de noticias catalana, de espíritu nacionalista y de gran solvencia. También hay capítulos dedicados a “Entidades culturales y de ocio”, “Mundo empresarial”, “Proyección exterior”, “Infraestructuras” y “Administración”. Pero no les quiero cansar y dejo a las personas interesadas una lectura detallada del documento.
A la vista de este documento, les dejo a ustedes el determinar si tiene razón Francesc de Carreras. Para mí, no hay duda de que así es. Al menos, hay que reconocer un mayor nivel de honestidad por parte de ERC que desde el principio propugnó una Cataluña independiente.
Víctor Andrés Maldonado
Existe un independentismo no nacionalista,
es una de las afirmaciones que más se vienen repitiendo en Cataluña desde que
Carod Rovira refundó ERC. Por extensión, se continúa afirmando, el procés
catalá tampoco tiene que ver con adscripciones identitarias de ningún tipo.
Muchos soberanistas actuales, de los que hasta hace bien poco ocultaban un
apellido poco catalán (aunque también había variantes suaves de la ocultación
consistentes en cambiar su grafía, catalanizándola, sin olvidar a los que se
limitaban a escribir tan solo la inicial) o no mencionaban nunca el hecho de
que su lengua materna fuera el castellano, ahora incluso hacen ostentación de
ello. "¡Pero si mi padre es de Murcia!", "Yo con mi mujer hablo
en castellano", "Soy un charnego de pura cepa" han pasado a ser,
en sus labios, la prueba concluyente del carácter no identitario de la
dinámica social que el soberanismo ha puesto en marcha.
Quede claro, por si mi redacción pudiera generar alguna duda al respecto, que celebro esta particular salida del armario por parte de quienes hasta hace como aquel que dice cuatro días ejercían de guardianes de las esencias nacionales. Pero no termino de ver claro que, efectivamente, hoy en Cataluña los sectores hegemónicos políticamente hayan renunciado al empleo de los recursos emotivos y sentimentales asociados desde siempre al discurso nacionalista.
Por lo pronto, hay que constatar que muchos de los independentistas sobrevenidos, han asumido el nuevo credo sin por ello renunciar en lo sustancial (ya hemos visto en qué dimensiones accidentales llevan a cabo concesiones) a sus antiguos planteamientos nacionalistas, fuertemente identitarios. Bastaría con acudir a las hemerotecas y repasar las declaraciones que todavía a primeros de julio del presente año hacía Jordi Pujol acerca de la base identitaria de la nación catalana.
Es posible que no esté acertando con el
ejemplo, que alguno considerará un tanto impertinente, pero ya se sabe que los
ejemplos son como los principios de Groucho Marx: si no les gustan unos,
siempre hay otros de los que poder echar mano. Probablemente -no me cuesta
imaginármelo- muchos independentistas actuales replicarían que el ex-presidente
pertenece a otra época política y que, por tanto, no representa la
especificidad del procés actual (de hecho, no falta quien le está
endosando sus irregularidades contables al sistema autonómico mismo, e incluso
a la Transición
-un puro enjuague de la casta, como es notorio-).
¿Quién entonces podría considerarse
representativo del mismo? Dudo que haya alguien que cumpla mejor dicha misión
que Carme Forcadell, presidenta de la ANC. Pues bien, les
remito a Vds. a la entrevista que le hizo Ariadna Oltra en el programa
".CAT", de TV3 (y que se encuentra disponible en la página web de la
televisión pública catalana), programa en el que tuve la oportunidad de
participar. Tras las casi preceptivas declaraciones de no identitarismo, cuando
la entrevistadora le pidió que le resumiera los motivos sustanciales del
agravio catalán, las razones mayores que justificaban la deriva
independentista, resultó que eran los ataques por parte de España a la
lengua, la cultura y la identidad (menyspreada y menystinguda,
como también gusta de repetir Artur Mas, otro ilustre converso al
independentismo) del pueblo catalán.
La lista de ejemplos podría ampliarse sin ninguna dificultad, pero no les voy a aburrir mucho con ellos. Solo añadiré uno: Javier Marías se preguntaba en El País recientemente por la razón por la que en este momento, con los niveles de autogobierno que tiene Cataluña, la situación incomparable de su lengua y su cultura respecto al pasado, su sistema de financiación que, por más que mejorable (no lo dudo), muchos independentistas lo consideraban magnífico en el pasado reciente (concretamente cuando formaban parte del gobierno autonómico que lo gestionó), etc., se había desencadenado la dinámica rupturista en la que ahora estamos inmersos. La respuesta que obtuvo por parte de un acreditado analista político catalán fue para mí estupefaciente: falta de empatía.
Parece lógico, pues, que algunos andemos algo desconcertados al respecto de la presencia o no de elementos identitarios en el debate político actual. En todo caso, puestos a fijar mi posición al respecto, diré que entiendo que es poco menos que inevitable que tales elementos tengan presencia en el mencionado debate. La cuestión no es que existan o no (que no hay modo de evitar que existan, y tampoco sería deseable que así fuera) sino qué hacemos con ellos, qué tratamiento e importancia les concedemos. Habida cuenta, sobre todo, de que en sociedades complejas como las nuestras la uniformidad que algunos en el fondo de su corazoncito desearían poder instituir constituye un objetivo prácticamente inalcanzable.
Pero es que, además de esta complejidad
digamos que sincrónica, no podemos olvidar el carácter diacrónico -procesual,
en lo histórico y en lo biográfico- de las identidades. La gran María Mercè
Marçal, en su célebre poema "Divisa" (incluido en su primer libro
de poemas, Cau de llunes , 1976), escribió unos conocidos
versos que, con el tiempo, acabaron transformándose en bandera del
movimiento feminista de izquierdas y que no creo que precisen de
traducción:
A l'atzar
agraeixo tres dons: haver nascut dona,
de classe baixa
i nació oprimida.
Pensemos en las muchas mujeres que en su
momento se reconocieron en estos versos. Si, andando el tiempo, ser mujer no
significara la misma condición subalterna de antaño, si, merced al ascensor
social (y al propio esfuerzo), muchas de ellas hubieran tenido la
oportunidad de mejorar su posición social y si, por último, su comunidad de
origen se hubiera liberado de la opresión que la atenazaba en otros tiempos y
hubiera alcanzado, libertad mediante, importantes cotas de autogobierno
¿seguiría valiendo aquella definición? Solo para describir los orígenes, solo
como huellas de memoria, pero no como una descripción de su identidad presente.
Si coincidimos en postular tanto el carácter
complejo como el procesual de las identidades, probablemente el único rasgo que
podamos acordar para definirlas sea entonces el de caleidoscópicas. Así
entendidas, las identidades no deberían ser de temer. ¿Cómo unas realidades
definidas de tal forma podrían ser consideradas como normativas? Sin duda no lo
son, pero los poderes se empeñan, una y otra vez, en que tengan efectos
normativos (como ocurre en el eslógan del tricentenario de 1714 "la
historia ens convoca"). Pero en el fondo, al hacerlo, las violentan y
deforman y, en la misma medida, violentan y retuercen los sentimientos de los
individuos, esos sentimientos que, de puertas afuera, declaran respetar y
exaltar tanto.
Manuel Cruz. "El Confidencial"
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