Todos nos aferramos a las ideas de las cosas que nos conformaron en la juventud. La guerra es para muchos de mi generación aquello que salía en los ingentes metros de película que veíamos, tarde tras tarde, en la sesión de tarde de los sábados. Pero las cosas cambian con el tiempo e incluso esto ocurre en el cine; así y todo cuando, asombrados por la deriva de la crisis y la política, tememos por la paz en España, nuestro pensamiento vuela hacia aquellas imágenes.
La guerra y la política son dos partes de la misma cuerda. Una de las partes, la del conflicto, tiene en su extremo a la guerra nuclear de destrucción mutua asegurada; la otra parte tiene en su extremo la política colaborativa y diplomática. La cuerda está unida y es posible transitar a través de ella, de un extremo a otro, incrementando y disminuyendo la dosis de conflicto. España evidentemente no está en guerra pero no es nuestra política como la que se desarrolla en Andorra, donde los copríncipes pueden bailar (al menos uno lleva falda), o Luxemburgo, o incluso Dinamarca donde el jefe de la oposición llegó a estar casado con la primera ministra. No, aquí el recuerdo de la guerra, y de la reseca historia que no nos atrevemos a mirar, impiden que la oposición y el gobierno compartan el asado en la mesa de Navidad.
El pensador americano John Rawls nos cuenta que la democracia realmente existente requiere de un suelo sobre el que se sostengan los diferentes actores. Actualmente el cumplimiento de la Ley y la Constitución no actúa como un suelo sino que se supedita a la política; las certidumbres de antaño oscurecen ante la posibilidad de ruptura del Estado y dependen del poder de un grupo revolucionario que casi no se molesta en ocultarlo. Paralelamente una imagen de corrupción campante se apodera del pueblo sometido a recortes y paro. Los políticos no renuncian a sus gabelas y el sistema se hunde sin remedio.
¿Quiere esto decir que nuestros gobernantes son de otra pasta distinta a la nuestra? No, mucho peor, lo que pasa es que el sistema lleva a este estado de cosas; como dice Ángel Cristóbal Montes, sin selección adecuada de los políticos, sin financiación adecuada de partidos y ayuntamientos nada podemos hacer. Y es que, a falta de temor de Dios y respeto al propio honor, sólo el temor al castigo sirve para preservar la Ley y la moral pública. Cualquier cambio que no tenga en cuenta esto no servirá más que para ahondar la corrupción, sustituir una casta por otra y profundizar en el camino hacia el conflicto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario