En España siempre que se producen cambios electorales se califica el hecho, de forma más o menos seria, de cambio de régimen. Las elecciones municipales de 1979 fueron las elecciones del "cambio" y las de ahora han sido calificadas también de la misma forma. Sin embargo, no hace falta saber que la historia no se repite nunca para ver las numerosas diferencias que hay entre estas dos situaciones.
En 1979 salíamos de una dictadura que había ido evolucionando desde la Guerra Civil (1936-1939) para dar lugar a una especie de dictablanda (relativa), tecnocrática, vacía de contenido ideológico fuera de un anticomunismo primario pero que había conseguido industrializar el país y había ampliado las capas de la clase media, la educación general y hasta los servicios sociales. Había esperanza y aunque en España, por las circunstancias, aún coleaba la crisis del petróleo, era un momento de optimismo y fe en el futuro.
El gasto gubernamental, y social, estaba en condiciones de crecer dado el bajo endeudamiento y, al margen de desencantos, todos esperaban que los problemas se solucionaran al entrar en la CEE.
El gasto gubernamental, y social, estaba en condiciones de crecer dado el bajo endeudamiento y, al margen de desencantos, todos esperaban que los problemas se solucionaran al entrar en la CEE.
Había, es verdad, el terrorismo vasco y extremismo de izquierda y derecha, estos últimos controlados por el sistema; y tras el 23F el extremismo de derechas, y hasta el simple nacionalismo español, desapareció. Se desarrollaba el Estado de las Autonomías y parecía que se iba a agotar el radicalismo independentista.
El contexto internacional, con un alineamiento total en los dos bandos de la guerra fría, apuntalaba la estabilidad y la conferencia de paz y seguridad de Helsinki garantizaba que no habría guerra.
El contexto internacional, con un alineamiento total en los dos bandos de la guerra fría, apuntalaba la estabilidad y la conferencia de paz y seguridad de Helsinki garantizaba que no habría guerra.
Ahora no hay guerra fría; la presencia norteamericana en Europa es menor, el euro y la UE ya no son aliados absolutos de EEUU, el peligro comunista se ve lejano en Occidente y España ha perdido importancia estratégica. La crisis se ceba en todas las edades, no hay esperanza, la corrupción rampante aparece en todos los medios informativos, la enseñanza no ha evolucionado hacia la excelencia; se trata de formar tontos especialistas.
El materialismo, el hundimiento de la tradición y la disminución de la demografía no presagian nada bueno. Si el PSOE se financiaba en Alemania Occidental, los partidos emergentes se financian en Venezuela e Irán. Pablo Iglesias no es Felipe González ni por formación, ni por familia y el odio utilizado como arma política ha sido exportado con éxito desde el País Vasco al resto de España. No sé cómo evolucionará la situación pero dado que la crisis no tiene visos de acabar, o al menos de que la mejoría llegue a la gente, la salsa del conflicto está servida.
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