Descarnada visión de la nueva política que, como decía Odo
Marquard, eleva la noción de cambio a la categoría de totem sin analizar las
consecuencias.
ESTO VIEJO QUE EMPIEZA
JORGE BUSTOS en el MUNDO
Conmueve ver a tantos niños con barba figurándose que viven
tiempos excepcionales, que van a construir la historia, que están ganando el
país o como se le llame ahora al loco deleite de pastar en una nómina de
Estado. Todo, en realidad, va encauzándose con armonía hacia la broma infinita,
hacia la farsa perpetua, hacia la rancia tradición del bloqueo español, de la
intransigencia simétrica, del duelo goyesco. Todo viejísimo. Evoca como tarde
el bronce africano de Leopoldo O'Donnell y los gordos cojones del caballo de
Espartero; el cantón de Cartagena y la taifa andalusí; el vértigo sucesorio de
gobiernos eunucos en las dos repúblicas, depuestos ayer por sables impacientes,
hoy por urnas frenéticas.
Que nadie crea que el 26-J acaba el numerito: sólo comienza.
Ni los pijos respirarán de alivio por el orden restaurado ni los perroflautas
atarán a los chuchos con longanizas públicas, por irnos a los polos. España
inaugurará una era de inestabilidad, de mociones de censura y elecciones
anticipadas, de leyes necesarias abortadas por partidismos. Luego regresará más
fuerte el bipartidismo, pero hay que pasar por la decadencia para alzarse, como
hubo que pasar por el franquismo para hacer la Transición. Sólo suplicamos que
las costuras de la UE nos aguanten hasta entonces.
¿Por qué un niño con barba vota a la CUP o a Unidos Podemos?
Primero por falta de imaginación griega, pues no sabe anticipar que podemos
estar peor muy rápido. Segundo, porque comparte con otros niños barbudos
europeos una crisis de representación -es decir, de soberanía- que tiene su
doble origen en la ley de hierro de la oligarquía de Michels y en el triunfo
del iPhone, valga la sinécdoque. Michels formuló la degeneración de todo
partido en endogamia, lo que deja espacios pronto ocupados por movimientos
sociales, identitarios, antipolíticos; Jobs vuelve a probar que a la ruptura
del paradigma histórico contribuye la técnica tanto o más que la idea. De la
colaboración entre decepción partitocrática y satisfacción digital nace el
hombre-niño, en sustitución del hombre-masa orteguiano. Un votante que no
sospecha que internet, su juguete, es el que devasta las industrias
tradicionales y sus relaciones de producción. La deslocalización global, la
muerte del empleo fijo, el descrédito de la política como garante de contratos
sociales, el auge de la xenofobia y del populismo, la cronificación de una
adolescencia de derechos sin deberes, la extinción del humanismo formativo, la
virtualización de las relaciones humanas y políticas: no son más que efectos de
un nuevo paradigma que está eclosionando. Y que ni siquiera don Mariano puede
detener.
Conviene prepararse. En España no habrá Gobierno estable
durante un tiempo. Amenazas parecidas penden sobre Francia, Italia, Europa
Central, incluso Reino Unido. Sencillamente la noción de democracia
representativa ya no satisface a los consumidores de apps. Occidente muere de
éxito entre algodones. No es cuestión de derecha e izquierda, sino de realidad
y deseo, de adultos en retirada y adanes en aluvión. De señores que se acuestan
con niños y se levantan meados entre aspavientos, como el burgués Puigdemont. Y
de niños que se mean en el sistema paterno que tanto los mimó, como el
socialdemócrata Iglesias.
Todo cambia para devolvernos a nuestros demonios más
familiares. Tiene escrito Todorov que el siglo XXI será parecido al XIX. Lo
está clavando. No falta ni el marxismo a modo de vanguardia.
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