Tras la Segunda Guerra Mundial, la vieja Alemania, heredera del Imperio Alemán, quedó destruida en la nueva situación de la Guerra Fría; la República Federal de Alemania se contituyó en motor económico del Mercado Común.
Ésta era una realidad que se contraponía al mundo comunista, como lo era la OTAN, que favorecía el intercambio económico europeo, su prosperidad, y favorecía los intereses imperiales norteamericanos.
La caída del muro supuso el auténtico final de la Segunda Guerra Mundial; el comunismo, la URSS, el COMECON y el Pacto de Varsovia desaparecieron con lo que el interés estratégico de USA pasó a ser el Mediterráneo como área fundamental de conflicto.
Europa se convirtió en una burocracia, la UE, que contribuyó a estabilizar la economía de la Alemania reunificada. El esfuerzo, costoso y difícil, se acompañó con la puesta de largo de Alemania como potencia política mundial. La UE, finalmente, consigue pagar la unidad de Alemania y crea el euro como moneda común, símbolo de su poderío y de la dirección de la nueva Alemania. La potencia de la economía de escala alemana genera un superávit que debe ser sufragado por las naciones clientes del sur. USA ve en el euro un competidor, no un socio y en el mundo entramos en una nueva época, ni tan global, ni tan pacífica como se pudo imaginar en 1990.
La caída del muro supuso el auténtico final de la Segunda Guerra Mundial; el comunismo, la URSS, el COMECON y el Pacto de Varsovia desaparecieron con lo que el interés estratégico de USA pasó a ser el Mediterráneo como área fundamental de conflicto.
Europa se convirtió en una burocracia, la UE, que contribuyó a estabilizar la economía de la Alemania reunificada. El esfuerzo, costoso y difícil, se acompañó con la puesta de largo de Alemania como potencia política mundial. La UE, finalmente, consigue pagar la unidad de Alemania y crea el euro como moneda común, símbolo de su poderío y de la dirección de la nueva Alemania. La potencia de la economía de escala alemana genera un superávit que debe ser sufragado por las naciones clientes del sur. USA ve en el euro un competidor, no un socio y en el mundo entramos en una nueva época, ni tan global, ni tan pacífica como se pudo imaginar en 1990.
Hace diez años Rosa Sala Rose publicó un ensayo de una rara
elegancia y profundidad al que llamó El misterioso caso alemán (Alba, 2007) y
que se ocupaba de los viejos y lacerantes pares, Goethe-Hitler,
Weimar-Buchenwald, y de analizar cómo el nazismo se había dado precisamente allí.
Al final del ensayo despuntaba el caso igualmente misterioso que se produjo en
Alemania tras la destrucción nazi: "El Arlequín -el sentido del humor-
pudo regresar de su largo exilio, el realismo dejó de ser una mirada extraña
para volverse un ingrediente indispensable y la política ya no fue un modo
eficaz de ensuciarse las manos sino que se convertiría en una de las
actividades favoritas de muchos de los nuevos escritores e intelectuales
alemanes. El sentido crítico de los nuevos ciudadanos -tanto para con los demás
como, en mucha mayor medida, para consigo mismos- se volvió tan acusado que
Alemania, esa nación de la que tantas otras habían aprendido a desconfiar, se
aplicó concienzudamente a asimilar su memoria histórica y a aprender de los
errores del pasado con una consecuencia sin igual que ha suscitado
justificadamente la admiración del resto del mundo".
Hace dos meses que Rosa ha dejado Barcelona y se ha
instalado en Berlín. Allí espera prosperar. Ella también opina como yo:
Alemania es hoy el mejor país del mundo. Algunas de las razones, especialmente
la del realismo, están en ese párrafo. Hablamos de países, claro está. No de
pequeñas reservas nórdicas o tropicales, afortunadas y circunstanciales rémoras
de los grandes peces que bogan incansables. Alemania es hoy un país unido. No
solo en el sentido territorial. Un consenso ciudadano básico ha permitido que
los dos grandes partidos gobiernen juntos y ese gobierno ha reforzado a su vez
el consenso básico. Las cuentas generales tienen el aspecto saludable de aquel
que no gasta lo que no tiene, o lo que, razonablemente, puede tener. El
tránsito a la economía postindustrial y a las nuevas formas de conocimiento se
están pactando entre los dos sujetos implicados, que son el hombre de hoy y el
del mañana: el tratamiento de la propiedad intelectual o el del diesel son
ejemplos pertinentes. En dos años ha acogido un millón trescientos mil
refugiados. Ayer mismo se anunció una donación de 50 millones a organizaciones
internacionales para tratar de paliar la agónica situación libia. Hay una ética
declamatoria y hay una ética del dinero: Alemania cumple con las dos. Y
demuestra hasta qué punto es falaz hablar de ética sin pedir la cuenta. En
Alemania hay periódicos y en sus televisiones no se practica la pornografía
política. Como en todas partes hoza el populismo; en todos los partidos y en
partidos específicos; pero en Occidente no hay un lugar donde el discurso de la
razón goce de tanto asentimiento y representatividad política. Y hay
nacionalismo y melancolías, despreciables; pero ojalá siempre se encarnaran con
la sofisticación intelectual de Rolf Peter Sieferle, cuyo libro póstumo Finis
Germania, publicado a principios de 2017, pocos meses después de que se
suicidara con 67 años, obtuvo un considerable éxito de público.
Cuando se trata de un vuelo de pájaro como este conviene
cotejarlo con otros vuelos. Antes de empezar a escribirte le di cinco segundos
a nuestra máxima anti luterana viva, la historiadora Elvira Roca, para que
enumerara las razones por las que yo no debería escribir una apología de
Alemania. Le sobró tiempo. 1/ Destrozó el primer proyecto europeísta, el de
Carlos V y los españoles. 2/ Vinculó religión y nacionalismo creando iglesias
nacionales. 3/ Desencadenó la logomaquia del idealismo alemán, padre de tantos
monstruos. 4/ Unificada, Alemania ha llevado dos veces a Europa al desastre.
Pero todo eso era pasado y ajuste de cuentas. Cuando le
rogué que lo pusiera en presente concretó dos asuntos. El primero: "Los
torrenciales beneficios financieros que Alemania ha sacado, y sigue sacando, de
esta crisis". Y el segundo: "Solo hay que darles tiempo y confianza
para saber qué van a hacer con la Unión Europea". La primera objeción es
conocida: la austeridad ¡de los otros! ha sido el sinuoso modo de financiar los
bancos y el conjunto de la economía alemana. La segunda tal vez arranque de
Tácito: "Pierden la cabeza cuando se sienten fuertes". Pero esa
objeción solo es un prejuicio que no puede admitir nadie civilizado. Y en
cuanto a la primera... Lo que se dice es que Alemania es el mejor país de
nuestro tiempo. No el más bondadoso. Como cualquiera ha defendido sus
intereses. Como ningún otro ha ganado: con democracia y sin guerra.
Mi amigo Sergio Campos hace muchos años que escribe y
trabaja en Berlín. Se notará que no considera un trabajo escribir. El subject
del correo que me envió a petición era una agradable lección de ecuanimidad
sobre el prejuicio: "Sobre estos que no paran de liarla parda". Luego
continuaba con calma: "El país no me interesa, por la mitificación y por
sus gentes. Esto sería larguísimo de explicar, pero lo resume Koestler en un
libro fundamental, Escoria de la tierra, cuando un dominico le dice que hacer
reír a los alemanes es fácil, pero hacerles sonreír, directamente imposible.
Vivir aquí es duro, porque sus deportes nacionales son aleccionar y echar la
bronca. Tienen cosas buenas, claro. Has de beber mucha cerveza para
emborracharte, los punks son pro israelíes y la unidad alemana es
incuestionable".
El 24 de septiembre hay elecciones en Alemania. Entonces
faltarán siete días para que en España un gobierno regional trate de dar su
anunciado golpe xenófobo al Estado democrático. La comparación es instructiva
para los españoles y su moral colectiva. Pero se queda, naturalmente, corta.
Entre los candidatos con posibilidad de formar gobierno o de influir en él que
se presentarán a las elecciones no hay ninguno que sea, exactamente, un
impresentable. Algo que no ha sucedido ni sucede en Estados Unidos, Reino
Unido, Francia o Italia. Por no hablar de España donde la circunstancia es
aproximadamente la inversa.
Tratando de ensanchar la herida, Sergio Campos citaba de
nuevo a Koestler y Escoria: "Sabemos que todo el problema consiste en
controlar su libido política bajo una bandera más atractiva que la esvástica y
que esa bandera solo puede ser la que contenga las barras y las estrellas de la
Unión Europea. Hay que enseñarles a cantar '¡Europa, Europa, über
alles'!". Y remacha Campos: "Solo podremos pensar en la utopía si
logramos que griten esa consigna". Creo que mi amigo se equivoca. Lo
sustancial es que los alemanes han dejado de gritar. Por eso la vida,
modernamente considerada, es un juego de todos contra todos en el que siempre
gana Alemania. Sigue ciega tu camino.
Arcadi Espada en El Mundo.
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