En 1989 se publicó una novela histórica del famoso escritor de novelas policíacas Ken Follett, ambientada en Inglaterra en la Edad Media, en concreto en el siglo XII, se titulaba "Los Pilares de la Tierra". La novela describe el desarrollo de la arquitectura gótica a partir de su precursora, la arquitectura románica y las vicisitudes del priorato de Kingsbridge, en contraste con el telón de fondo de acontecimientos históricos que se estaban produciendo en ese momento.
He de confesar que la leí por trozos y a ratos cortos, y que, aunque me evocaba esa época, no terminaba de apreciar la estructura mental de los personajes que debería responder al siglo XII-XIII. Sin embargo, todo se puede disculpar cuando se está hablando del estilo arquitectónico que construyó Europa y por ende Occidente.
El arte gótico fue en España de importación francesa, como en todos los demás países de Europa, pero acaso tan sólo Alemania pueda parangonarse con España por la manera entusiástica de recibir este arte francés y asimilarlo de modo tan perfecto. Ni Italia, ni Inglaterra, ni las demás naciones del centro y el norte de Europa hicieron, durante los siglos que estuvieron bajo la sugestión de las formas góticas, nada más que emplearlas como por necesidad, repitiéndolas como una lección aprendida que se recita de memoria. No ocurrió así en España. Las catedrales de León, Burgos y Toledo, por la pureza de su estilo y la magnitud monumental de su disposición, pueden ponerse al lado de las más espléndidas francesas.
No hay disminución de espíritu ni pérdida de fuerza expresiva en las formas góticas al atravesar éstas los Pirineos, y gran parte de la población se asimiló el estilo gótico francés de tal manera, que los constructores de iglesias rurales, casas particulares, palacios y castillos siguieron empleándolo cuando ya había sido arrinconado en su país de origen.
Además, el estilo gótico en España no se mantuvo estacionario, sino que evolucionó y aceptó las novedades de las escuelas flamenca y renana, adaptándolas a las características españolas, y nunca los constructores de la Península permanecieron apartados del movimiento internacional. Vale la pena prestar atención a algunas de las vías de penetración de este estilo en la Península; en primer lugar, España había sido preparada para recibir el estilo gótico por los monjes del Císter, que a principios del siglo XIII, o antes aún, construyeron sus grandes conventos de la Orden reformada; después, en el reino de Aragón, influyeron las relaciones que la casa condal de Barcelona tenía con el Languedoc y Provenza y la intimidad de trato de los obispos catalanes con los de Narbona, de Montpellier y de otras sedes en el Mediodía (Midi) de Francia.
En el reino castellano-leonés existía también una preparación del estilo francés meridional en la escuela de Galicia, pero fueron los casamientos de varios reyes con princesas de las casas de Anjou, Borgoña y Plantagenet los que motivaron la introducción del gótico francés en el centro de la Península. Llegó éste tan pronto, que varias catedrales españolas son anteriores a algunas de las francesas más renombradas.
El primer monumento que hay que tener en cuenta al estudiar el arte gótico en el centro de la Península es la catedral de León, con sus magníficos ventanales, que conservan la mayoría de sus vidrieras policromas, y cuyo interior está matizado y manchado por los rayos de luz que hasta coloran, según las horas del día, a los devotos y visitantes. La catedral de Burgos, sin duda alguna más importante que la de León, es también obra puramente gótica, aunque hoy esté como sepultada entre la acumulación de nuevas bellezas que se le han ido añadiendo con el transcurso de los siglos.
Se ha dicho que en Burgos hay dos catedrales superpuestas: una del siglo XIII, que lleva adherida otra del XV. La planta de la catedral de Burgos es de tres naves, con girola en el ábside y capillas; el transepto tiene una sola nave, y los pilares que flanquean el crucero, en el centro, son muy grandes, como en las iglesias románicas, para recibir la torre o lucernario octogonal. Por fuera tiene otras dos torres en la fachada; su aspecto, no tan cambiado como en el interior por los aditamentos posteriores, es el de una catedral francesa de buen estilo. Las naves están sostenidas por una hábil combinación de contrafuertes, y tiene, además, grandes ventanas partidas, con vidrieras, aunque no tan grandes como las de León.
Acaso fuera español el primer arquitecto de la catedral de Toledo, aunque de él sólo se sepa que se llamaba Martín y dirigió la obra entre los años 1227 y 1234. Una lápida sepulcral de 1291, todavía en la catedral, pide un recuerdo y gloria eterna para cierto Petrus Petri magister ecclesie Sanete Marie Toletane. ¿Quién era este Petrus Petri (Pedro Pérez) que demostraba tanta originalidad y audacia al planear la construcción? Para los franceses, naturalmente, ha resultado un francés, un tal Pedro de Corbie, el cual, inter se disputando, dibujaba en el álbum de Villard de Honnecourt la planta de un ábside muy parecido al de la catedral de Toledo. Para los arqueólogos castellanos sería un maestro del país que continuó, mejorándola, la traza del maestro Martín. La catedral de Toledo tiene particularidades que demuestran verdaderamente un genio más independiente del que solían tener los maestros que venían del otro lado de los Pirineos.
No está calculada, como las de León y Burgos, con pilares reducidos que fían, para el equilibrio, en los contrafuertes exteriores: en Toledo, los pilares son gruesos y el sistema de contrafuertes es sumamente reducido, casi embrionario. Tiene cinco naves, escalonadas de la central a las laterales, lo que contribuye no poco a contrarrestar el empuje. Las dos naves laterales dan la vuelta al ábside, formando una doble girola o nave anular, de un efecto extraordinario. Posee también grandes ventanales a lo largo de la nave mayor y en las fachadas del transepto, de modo que la iglesia resulta sumamente iluminada.
La catedral de Toledo fue en la época de su mayor esplendor, y lo es en gran parte todavía, algo único en el mundo; una especie de guardajoyas que conserva intactas las esculturas, los sepulcros, los tapices, las alfombras y los muebles con que la catedral primada se ha ido enriqueciendo por el genio fastuoso de Castilla.
Excepcional, única, sin antecedentes ni imitaciones en España, es la catedral de Cuenca, construida en época temprana, pues se consagró el ábside en 1208. Cuenca fue reconquistada por Alfonso VIII, casado con una princesa inglesa, Leonor Plantagenet, y es opinión de Lampérez que la reina debió de llamar a arquitectos anglonormandos para la dirección de la catedral. La iglesia de Cuenca tiene detalles que no se encuentran más que en catedrales normandas o inglesas. Es un monumento bellísimo, que se diría trasplantado, como la catedral de León, con la diferencia de que ésta es de un gótico universal, mientras que la de Cuenca corresponde a un estilo local y peculiar, y efímero como todo lo excesivamente singularizado. Si las de Ávila, Sigüenza y Ciudad Rodrigo son ejemplos de catedrales de transición entre el románico y el gótico, y Toledo, Burgos y León muestran la penetración del estilo gótico francés puro en el siglo XIII, las catedrales de Salamanca y Granada son modelos interesantísimos de otro período de transición entre el gótico y el primer estilo de renacimiento español que ha sido llamado plateresco.
La catedral de Salamanca no se concluyó hasta fines del siglo XVIII, pero en sus partes principales es todavía de estilo gótico por su estructura y hasta su decoración, pero todo interpretado con un espíritu nuevo. Las basas de las columnas presentan gran complicación de molduras, y las bóvedas son estrelladas, con multitud de nervios entrecruzados que han perdido todo recuerdo del primitivo uso de los arcos aristones. Por fuera, pináculos y torres están llenos de ornamentos superpuestos, aunque establecidos con orden y gusto exquisitos. Las catedrales de Segovia y Granada corresponden al mismo estilo de transición que está presente en la de Salamanca.
Es sorprendente la rapidez con que se verificaba el cambio y los esfuerzos y caudales empleados para estas construcciones de vanguardia. España, después en general recelosa de lo nuevo y lo exótico, acogía entonces con furor los últimos inventos, se los asimilaba y transformaba, quedando ella misma más hispánica por su absorción. Las construcciones en España de fines del siglo XV son de una perfección técnica, de una habilidad de plan y precisión de detalle que admiran más en un país propenso a descuidar lo elemental para abstraerse en la concepción de las síntesis. Y lo más extraordinario es que estos monumentos se construyeron antes de que pudiera emplearse el oro de América.
Si no se temiera la paradoja, podría decirse que no fue el oro de América lo que facilitó la construcción de las últimas catedrales españolas, sino que el mismo espíritu que animaba a canónigos y potentados a levantar monumentos tan descollantes fue lo que les hizo avanzar a través del piélago para recibir un continente en recompensa. Esto se demuestra en el caso de la catedral de Sevilla, empezada en el año 1402, casi un siglo antes del primer viaje de Colón. Es muy conocido el acuerdo del cabildo de "hacerla tal y tan buena que no hubiera otra igual, aunque los venideros los tuvieran por locos". La gigantesca catedral es aún de formas góticas francesas, pero ordenadas de un modo original que no se parece al de ninguna otra.
Es la mayor iglesia gótica del mundo. Tiene cinco naves y las capillas son tan altas, que forman como dos naves más, o sea siete en conjunto. La del centro es mucho más alta que las dos siguientes laterales, y para contrarrestar su empuje hay unos dobles contrafuertes muy bajos que exteriormente apenas se ven por ocultarlos las capillas. La catedral de Sevilla remata en un ábside plano, sin girola, debido tal vez a haberse interrumpido la obra ya en el siglo XVI.Satélites de estos monumentos de primera magnitud son las iglesias catedrales góticas de Burgo de Osma y de Palencia; la de Oviedo, que sustituyó de la antigua basílica del Salvador; las de Calahorra y Astorga; las de Alcalá, Bilbao, etc. Muchas de ellas tienen todavía el claustro con aberturas decoradas con calados. Algunas veces el aspecto de estos claustros resulta modificadísimo por las nuevas capillas abiertas más tarde y los aditamentos posteriores de sepulcros de otro estilo, pero contribuyen a caracterizar la personalidad de cada obra.
Las grandes catedrales francesas perdieron muy pronto los claustros; antes de la Revolución fueron destruidos ya por los cabildos. En cambio, en España la catedral de Pamplona lo único que conserva intacto, de su primitivo edificio gótico, es el claustro. Pero, por regla general, tales claustros se enriquecieron y reformaron continuamente; así es curioso observar en la catedral de Ciudad Rodrigo cómo, siendo aún una de las alas del claustro de puro estilo cisterciense, las otras pertenecen a los últimos tiempos del goticismo. Una catedral románica, como la de Santiago, tiene también un claustro gótico del siglo XV.