Una de las constantes de la última historia de España es el cantonalismo y eso que en el siglo XVI y la primera mitad del XVII, España es uno de los países más estables. Nuestra realidad, tras el hundimiento del Imperio, entra en un cúmulo caótico de regiones aisladas y tendencias diferenciadas.
Nuestra arisca geografía no terminó de ser vencida pese a los esfuerzos de la Ilustración; las dificultades de comunicación, el fin de la monarquía de derecho divino, los cambios en el ejército y la destrucción de la élite señorial-aristocrática durante la Guerra de la Independencia crean el magma cantonal en el contexto de la construcción de la nación política y la disolución imperial. Las guerras carlistas con la consiguiente división territorial y pérdida de prestigio de la monarquía servirán de palanca al espíritu de campanario; los carlistas se aprovecharán del mito foral de manera que esa rama borbónica romperá la tradición centralizadora de la dinastía por oportunismo.
Un sin fin de sargentadas, asonadas, pronunciamientos y golpes de Estado nos trasladarán a una república que desembocará en la guerra cantonal. El iluminado se hace con el poder y la realidad le abofetea. En la Restauración la política liberal posibilista comienza a fortalecer la estructura económica de España con dos centros industriales: Vizcaya y Barcelona y un centro político financiero que arrastra también el capital del agro andaluz. Quizá, en ese momento, hubiera tenido éxito cierta autonomía provincial gestionada por las diputaciones y los gobernadores civiles, y no en 1979 cuando acercar la Administración al ciudadano empieza a dejar de tener sentido (España se ha convertido en un país pequeño en esa época).
Pero la impaciencia de ciertos intelectuales, ante los gobiernos de la Restauración, que generan una corriente de pensamiento con cierto sectarismo: el Regeneracionismo, llevará al final, y tras una dictadura: la de Primo de Rivera, a la República en la que de nuevo resurgen los fantasmas cantonales. Con el Estado Integral de la II República la solución hubiera podido ser la superación de las contradicciones entre el patriotismo constitucional y el regionalismo radical nacionalista, y lo que hubo fue una terrible guerra civil.
El franquismo termina el trabajo estructurador de la Restauración y España entra en la modernidad económica.
En la transición, con un artículo 150 de la CE de 1978 que deja abierto el Estado de las Autonomías, con la pérdida de la soberanía española por nuestra integración en la UE y con la crisis que enturbia las relaciones territoriales, otra vez el cantonalismo está aquí con Mas y Sortu en la linea de Toño Gálvez, Blas Infante, Gaspar Torrente, Sabino Arana, Prat de la Riba y Francisco Maciá.
Nuestra arisca geografía no terminó de ser vencida pese a los esfuerzos de la Ilustración; las dificultades de comunicación, el fin de la monarquía de derecho divino, los cambios en el ejército y la destrucción de la élite señorial-aristocrática durante la Guerra de la Independencia crean el magma cantonal en el contexto de la construcción de la nación política y la disolución imperial. Las guerras carlistas con la consiguiente división territorial y pérdida de prestigio de la monarquía servirán de palanca al espíritu de campanario; los carlistas se aprovecharán del mito foral de manera que esa rama borbónica romperá la tradición centralizadora de la dinastía por oportunismo.
Un sin fin de sargentadas, asonadas, pronunciamientos y golpes de Estado nos trasladarán a una república que desembocará en la guerra cantonal. El iluminado se hace con el poder y la realidad le abofetea. En la Restauración la política liberal posibilista comienza a fortalecer la estructura económica de España con dos centros industriales: Vizcaya y Barcelona y un centro político financiero que arrastra también el capital del agro andaluz. Quizá, en ese momento, hubiera tenido éxito cierta autonomía provincial gestionada por las diputaciones y los gobernadores civiles, y no en 1979 cuando acercar la Administración al ciudadano empieza a dejar de tener sentido (España se ha convertido en un país pequeño en esa época).
Pero la impaciencia de ciertos intelectuales, ante los gobiernos de la Restauración, que generan una corriente de pensamiento con cierto sectarismo: el Regeneracionismo, llevará al final, y tras una dictadura: la de Primo de Rivera, a la República en la que de nuevo resurgen los fantasmas cantonales. Con el Estado Integral de la II República la solución hubiera podido ser la superación de las contradicciones entre el patriotismo constitucional y el regionalismo radical nacionalista, y lo que hubo fue una terrible guerra civil.
El franquismo termina el trabajo estructurador de la Restauración y España entra en la modernidad económica.
En la transición, con un artículo 150 de la CE de 1978 que deja abierto el Estado de las Autonomías, con la pérdida de la soberanía española por nuestra integración en la UE y con la crisis que enturbia las relaciones territoriales, otra vez el cantonalismo está aquí con Mas y Sortu en la linea de Toño Gálvez, Blas Infante, Gaspar Torrente, Sabino Arana, Prat de la Riba y Francisco Maciá.
2 comentarios:
Tenias q haber visto la 6 noche ayer. Ahora Spañ es como Taiwan. Stamos en rebaixes.
Es decir que estamos llenos de chinos.
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