26 abr 2013

La defensa de la democracia



Transcribo un interesante artículo del "Blog de Pío Moa", que me parece esclarecedor sobre los problemas de la democracia.






La única democracia que parece concebible es la liberal, ya que cualquier otra forma, aunque consiga vencer en unas elecciones, lleva consigo la anulación del sistema de libertades. Aunque una democracia admite las más variadas y contradictorias expresiones, incluidas las más antidemocráticas, no puede funcionar sin un acuerdo mayoritario en torno a unos puntos esenciales: la unidad de la nación, los intereses básicos internacionales, el respeto a las libertades políticas y a la vida, la independencia judicial, la pureza del sufragio y pocas más. Dentro de ese marco son posibles las discrepancias más acentuadas. Si el marco esencial es defendido por los principales partidos, las tendencias totalitarias o antidemocráticas quedarán en los márgenes y no serán muy peligrosas. Pero si estas, aprovechando las ventajas que les permite el sistema, llegan a cobrar demasiado peso, la democracia se verá en peligro.








El peligro proviene del equívoco mencionado, el de la democracia considerada como el poder y voluntad del pueblo. Un partido que se arrogue ese poder y voluntad –todos tienden a hacerlo, por otra parte—y que tenga éxito en convencer a suficiente número de gente, llevará al sistema a una situación extrema. Si examinamos nuestra experiencia, vemos que el sistema liberal de la Restauración, que con sus defectos estaba recomponiendo al país del gran bache del siglo XIX, fue socavado tenazmente, desde el “Desastre” del 98, por fuerzas que no admitían ninguno de los acuerdos básicos que permiten una convivencia ordenada entre ideas e intereses distintos. Esas fuerzas atacaban la democracia por “burguesa”, aspirando a otra ilusoria “proletaria”, o pretendían la abolición de todo poder, o la desintegración de España. Una clase política de cierta calidad habría podido hacer frente a tales amenazas y mantenerlas en la marginalidad, aun si legales. Pero la Restauración tuvo muy pocos políticos de talla o simplemente respetables. Además sufrió el despego, entre frívolo y falsario, de la mayor parte de los intelectuales, “gárrulos sofistas” en opinión de Menéndez Pelayo, que difundían un relato deprimente de la historia de España, semejante al de los separatistas. Y un régimen sin respaldo intelectual no puede sostenerse largo tiempo.








La república, planteada inicialmente como democracia liberal, fue la gran oportunidad para los enemigos de la Restauración, los cuales bien pronto demostraron lo que daban de sí con su pretensiones “democráticas”. No lo repetiré aquí porque lo he hecho en multitud de ocasiones. Baste decir que el periódico El Sol lo expresó bien a finales de 1935: los españoles iban camino de no tener nada en común, haciendo imposible una convivencia en libertad. Dicho de otro modo: los partidos más antidemocráticos –izquierda y separatismos--, lejos de mantenerse en una franja marginal, habían adquirido fuerza bastante para echar abajo el sistema, después de haberlo dañado muy gravemente cuando se negaron a aceptar el dictamen de las urnas en 1933. Cuando las cosas llegan a tales extremos, solo queda la intervención enérgica, incluso medidas drásticas, que la CEDA no ejerció, y menos Alcalá-Zamora, empeorando al máximo la crisis. Como último recurso, ante la devastación de la legalidad por el Frente Popular, Mola trató de implantar una dictadura republicana que restaurase el orden. El intento fracasó y desembocó en la guerra civil.








El problema español del siglo XX tiene relación con la crisis europea del liberalismo después de la I Guerra Mundial. Los partidos totalitarios o antiliberales reforzados por el "Desastre" del 98, enarbolaban paradójicamente banderas  de democracia. Y la derecha, carente de pensamiento democrático y casi de pensamiento por el abandono de los intelectuales, no sabía ni quería  arrebatarles aquellas banderas. Todo terminó en guerra civil. La idea demoliberal cayó por tierra en los dos bandos. Los vencedores trataron de instaurar un régimen que superase a la vez el comunismo y la democracia, pero no lo consiguieron, pese a sus éxitos. Quizá porque estos  lo aproximaban de nuevo a la democracia liberal en unas condiciones históricas mejores que nunca.






Por desgracia, y de modo semejante a la Restauración, resurgieron bajo capa de “antifranquismo” las viejas plagas, con una derecha, como es tradición, intelectualmente nula. Creo que solo una regeneración democrática que lo sea también nacional, permitirá salir de la charca podrida a la que ha conducido al país una clase política de ínfima calidad.







Pío Moa.

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