Transcribo un interesante artículo del "Blog de Pío Moa", que me parece esclarecedor sobre los problemas de la democracia.
La única democracia que parece concebible es la liberal, ya
que cualquier otra forma, aunque consiga vencer en unas elecciones, lleva
consigo la anulación del sistema de libertades. Aunque una democracia admite
las más variadas y contradictorias expresiones, incluidas las más
antidemocráticas, no puede funcionar sin un acuerdo mayoritario en torno a unos
puntos esenciales: la unidad de la nación, los intereses básicos
internacionales, el respeto a las libertades políticas y a la vida, la
independencia judicial, la pureza del sufragio y pocas más. Dentro de ese marco
son posibles las discrepancias más acentuadas. Si el marco esencial es
defendido por los principales partidos, las tendencias totalitarias o antidemocráticas
quedarán en los márgenes y no serán muy peligrosas. Pero si estas, aprovechando
las ventajas que les permite el sistema, llegan a cobrar demasiado peso, la
democracia se verá en peligro.
El peligro
proviene del equívoco mencionado, el de la democracia considerada como el poder
y voluntad del pueblo. Un partido que se arrogue ese poder y voluntad –todos
tienden a hacerlo, por otra parte—y que tenga éxito en convencer a suficiente
número de gente, llevará al sistema a una situación extrema. Si examinamos
nuestra experiencia, vemos que el sistema liberal de la Restauración, que con
sus defectos estaba recomponiendo al país del gran bache del siglo XIX, fue
socavado tenazmente, desde el “Desastre” del 98, por fuerzas que no admitían ninguno
de los acuerdos básicos que permiten una convivencia ordenada entre ideas e
intereses distintos. Esas fuerzas atacaban la democracia por “burguesa”,
aspirando a otra ilusoria “proletaria”, o pretendían la abolición de todo
poder, o la desintegración de España. Una clase política de cierta calidad
habría podido hacer frente a tales amenazas y mantenerlas en la marginalidad,
aun si legales. Pero la
Restauración tuvo muy pocos políticos de talla o simplemente
respetables. Además sufrió el despego, entre frívolo y falsario, de la mayor
parte de los intelectuales, “gárrulos sofistas” en opinión de Menéndez Pelayo,
que difundían un relato deprimente de la historia de España, semejante al de
los separatistas. Y un régimen sin respaldo intelectual no puede sostenerse
largo tiempo.
La república,
planteada inicialmente como democracia liberal, fue la gran oportunidad para
los enemigos de la
Restauración, los cuales bien pronto demostraron lo que daban
de sí con su pretensiones “democráticas”. No lo repetiré aquí porque lo he
hecho en multitud de ocasiones. Baste decir que el periódico El Sol lo expresó
bien a finales de 1935: los españoles iban camino de no tener nada en común,
haciendo imposible una convivencia en libertad. Dicho de otro modo: los partidos
más antidemocráticos –izquierda y separatismos--, lejos de mantenerse en una
franja marginal, habían adquirido fuerza bastante para echar abajo el sistema,
después de haberlo dañado muy gravemente cuando se negaron a aceptar el
dictamen de las urnas en 1933. Cuando las cosas llegan a tales extremos, solo
queda la intervención enérgica, incluso medidas drásticas, que la CEDA no ejerció, y menos
Alcalá-Zamora, empeorando al máximo la crisis. Como último recurso, ante la
devastación de la legalidad por el Frente Popular, Mola trató de implantar una
dictadura republicana que restaurase el orden. El intento fracasó y desembocó
en la guerra civil.
El problema
español del siglo XX tiene relación con la crisis europea del liberalismo
después de la I Guerra
Mundial. Los partidos totalitarios o antiliberales reforzados por el
"Desastre" del 98, enarbolaban paradójicamente banderas de democracia. Y la derecha, carente de
pensamiento democrático y casi de pensamiento por el abandono de los
intelectuales, no sabía ni quería
arrebatarles aquellas banderas. Todo terminó en guerra civil. La idea
demoliberal cayó por tierra en los dos bandos. Los vencedores trataron de
instaurar un régimen que superase a la vez el comunismo y la democracia, pero
no lo consiguieron, pese a sus éxitos. Quizá porque estos lo aproximaban de nuevo a la democracia
liberal en unas condiciones históricas mejores que nunca.
Por
desgracia, y de modo semejante a la Restauración, resurgieron bajo capa de
“antifranquismo” las viejas plagas, con una derecha, como es tradición,
intelectualmente nula. Creo que solo una regeneración democrática que lo sea
también nacional, permitirá salir de la charca podrida a la que ha conducido al
país una clase política de ínfima calidad.
Pío Moa.
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