La preocupación por el medio ambiente y la contaminación, excepción hecha de alguna diatriba contra el ambiente insano y hediondo en las proximidades de fábricas y vertederos, es un fenómeno moderno.
Sobre la década de 1950 comienza a mostrarse alarma ante la acción humana sobre el medio, especialmente por la acción gratuita y evitable. Ciertamente la preocupación por la biodiversidad y la valoración del coste medioambiental, necesaria para saber el coste de las cosas, es importante pues luego hay que limpiar. Todos sabemos que la mejor forma de limpiar es no manchar, desde luego la más barata; hemos de buscar siempre la manera más limpia de realizar un proceso o implementar una tecnología.
Dicho esto queda sobrentendida la necesidad de una valoración racional de los procesos lo que excluye la vertiente utópica y pseudoreligiosa del ecologismo radical. El mismo concepto de crecimiento sostenible está vacío si no se establece el cuanto de crecimiento y sostenibilidad.
La religión ecologista huye de los planteamientos racionales y cuantificables; somos pues pecadores por procrear, por las emisiones de CO2, por capitalistas y Gea nos va a castigar. Sin embargo, el bienestar económico, el desarrollo de la tecnología, la exploración de mares y espacios requiere un crecimiento sostenido e inteligente incluso en aspectos como el incremento necesario de la población (demografía positiva).
En estas dos direcciones se puede profundizar en los aspectos racionales de estos procesos.
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