Ante la gravedad de los últimos acontecimientos transcribo un escrito que expone con toda claridad cual es la situación.
Seguimos con el golpe en Cataluña pero con sorpresas germánicas.
Que diu un jutge de províncies alemany súper informat que el cop d´estat no va ser res.
Que asediar durante un dia entero a una comitiva judicial no es para
tanto. Que gastar millones en un referéndum ilegal de secesión no es
malversación. Que declarar la secesión en el parlament de la Ciutadella
es una bromita jejeje.
Y dice la ministra de justicia alemana que Germania es “un país libre”, porque todos sabemos que España es como Auschwitz. Y reforzando el track record teutón en separación de poderes, desvela que “es la decisión judicial que esperaba” mientras amenaza con que España “lo tiene difícil” para extraditar al golpista.
I en Marianu pone cara de asombro, befo caído, labio colgando, ojos muy abiertos, i ens diu que tranquilos, que el PIB va a crecer dos décimas más y que lo de que Alemania quiera cargarse la unitat del país més vell del continent no es nada grave.
Però ja els espanyols no ens ho empassem. Son muchos años sufriendo el fanatismo nacionalista (ayer apalizaron pacíficamente en Osona a un catalán que limpiaba el entorno de plásticos amarillos).
Muchos años de somcollonuts, ensvolenaixafar i anemaCatadisney. Muchas
décadas de incomprensión y cesiones en el resto de España. Por eso el 8 y
el 29 de octubre salieron más de un millón de catalanes a la calle,
para decir que ya basta i que la nostra llibertat la defensarem amb o
sense Madrid.
“La extraña derrota.
Escrito en el verano de 1940, es el testamento de Marc Bloch, un judío
francés, historiador insigne y combatiente de la segunda conflagración
mundial. (…) Esta reflexión suya sobre el abatimiento de una nación y el
fracaso de sus élites (…) tamaña debacle fue la suma de muchas
debilidades individuales. Sin duda, toda gran crisis va inevitablemente precedida de la quiebra de las élites, de modo parejo a como el pescado comienza a pudrirse por la cabeza.
Valga este preámbulo a cuenta de la humillación infringida a la democracia española por la Audiencia Territorial de un pequeño länder alemán -Schleswig-Holstein- al negarle ésta su capacidad para juzgar por rebelión al prófugo Puigdemont,
desatendiendo la solicitud del juez del Tribunal Supremo, Pablo
Llarena. En vez de circunscribirse a los estrictos términos de la
euroorden, verificando si esos delitos tienen su correspondencia en su
legislación, la referida Audiencia se ha erigido, en la práctica, en instancia superior.
De
esta guisa, ha entrado en el fondo de un sumario -el grado de violencia
del golpe de Estado del 1 de octubre- que no le incumbe calificar. El destino de España, de su unidad y de sus derechos inalienables, no se puede fiar a magistrados que dirimen en un plis-plas una compleja instrucción de
meses en un contexto de periódicos nativos en los que el
independentismo ha colocado su relato ante la pasividad de la diplomacia
española y donde se hacen presentes agrupaciones de coros y danzas
separatistas que tiran con la pólvora del rey que sufraga el Tesoro
Público del Estado que socavan. ¿Cabe mayor grado de estupidez?
Volviendo el trance por pasiva, ¿admitiría Alemania o cualquier Estado que se precie que el presidente del länder de Baviera, por ejemplo, promulgara unilateralmente su independencia, valiéndose de su policía autonómica cual
«organización criminal», como ha resuelto la juez Lamela para imputar
por sedición al ex mayor de los mossos, se fugara a España con su
cohorte y se le brindara impunidad judicial? La respuesta parece obvia
sin necesidad de un máster -¡ay!- en Universidad alguna.
Es más, se estaría librando, sin que ello tenga que ver con la inexcusable división de poderes, una guerra diplomática de alto voltaje con insondables secuelas en la Unión Europea. No
es para menos estando en juego la integridad territorial. Claro que eso
sería así en Berlín, pero no lo está siendo, por contra, en Madrid.
Basta ver la displicencia del Gobierno al lavarse las manos como Poncio Pilatos
en la jofaina, del modo en que lo ha hecho la vicepresidenta Sáenz de
Santamaría, a la sazón alta comisionada para la Cataluña del artículo
155. Escuchando a estos brigadistas del Aranzadi, cualquiera deduciría
que lo que se dilucida es la expropiación de una parcela para trazar una
carretera. Esa indolencia indigna más incluso que el veredicto del controvertido tribunal teutón.
En el colmo del desvarío, el
mismo Gobierno que ha arrastrado a España a esta situación de alarma
transige con que un desatado independentismo campe a sus anchas.
Así, sin réplica alguna, sus brigadas entintan con botes de pintura
amarilla una nueva leyenda negra sobre España, como si Puigdemont fuera
para Felipe VI lo que el vil Antonio Pérez fue para Felipe II. Ante tan desasosegante
inacción, pareciera que la rebelión catalana es un asunto particular
del juez Llarena y de algunos togados más, en vez de serlo del Estado
con todas las de la ley.
No es un fracaso de la Justicia, desde luego, sino del Gobierno, por
mucho que éste se ponga de perfil y endose la papeleta a los jueces,
como a aquel ministril que dio la cara por su corregidor. «Señor -le
transmitió a su alcaide-, cuando un alguacil lleva una orden de Vuesa
Merced, ¿no representa vuestra misma persona y vuestra misma cara?».
«Muy cierto es», le respondió. «Pues sabed -le expuso- que, en la cara
de vuestro alguacil, Perico Sarmiento, que es la misma cara de Vuesa
Merced, han estampado una bofetada». Con toda calma, el corregidor, como
el Gobierno con respecto al juez Llarena, le arguyó: «Pues ahí me las
den todas».
No se persigue -Dios nos libre- reeditar ningún patrioterismo barato ni aquel ardor que inflamó Cataluña cuando, en 1885, Bismarck osó anexionarse de las Islas Carolinas
por considerarlas res nullius. Pese a que la inmensa mayoría del pueblo
español nunca había oído hablar de este archipiélago del Pacífico, 100.000 barceloneses llenaron las calles con banderas españolas y al grito unánime de «¡Viva la integridad de la Patria!». Incluso La Vanguardia editorializó
en rotundos términos: «Ante esta horrible mancha a nuestra altivez, a
nuestra honra; ante esta cruenta herida hecha a nuestro honor nacional,
no hay partidos políticos: sólo hay españoles, cuyo corazón late al
unísono para demostrar a Alemania que no en vano se ataca a un pueblo de
fiereza innata como el nuestro (…) Cuando se infiere un agravio a
España, nos levantamos airados».
Devuelta esta página a la hemeroteca, conviene remarcar con letras también de molde que un Estado que se respete a sí mismo no puede mantenerse impávido ante una afrenta así. Cuando está en riesgo el porvenir de las libertades fundamentales, no se puede adoptar la actitud del avestruz.
Pero, en fin, ¿qué puede esperarse de un Gobierno (y una oposición) que aplicó el artículo 155 arrastrando los pies y
cuando su desistimiento ya rayaba en la complicidad? Ello le llevó a
emplearlo con el exclusivo objetivo de convocar unas elecciones en el
que el aparato de propaganda se mantuvo a las órdenes del Govern
destituido. Tan prosopopéyico artículo no ha valido ni para
añadir una mísera casilla para que los castellanoparlantes tengan
garantizado su derecho constitucional a estudiar en castellano.
Distraídos con el masterchef de
Cifuentes, (…) conviene auscultar los graves quebrantos de salud de una
España que se desangra por la úlcera catalana. Cicerón ponderaba que, cuando el Estado alcanza a la más extrema de las humillaciones, le corresponde al pueblo actuar como lo harían en la arena los gladiadores reducidos a la esclavitud.
En vez de fajarse con tan astifina porfía, Rajoy emula al célebre novillero valenciano Tancredo López,
introductor a principios del siglo pasado de esa original suerte
consistente en recibir al animal encaramado a un pedestal y vestido de
blanco con la cara empolvada. Simulando una cérea estatua de mármol,
lograba que la res se limitara a olfatearlo y, al poco, desentenderse
camino de algún tendido. Todo ello en medio del general regocijo de una
afición que pronto le daría la espalda a aquel circunstancial rey del
valor. En lo que toca a Cataluña, ese aparente tancredismo -esa
maniobra tranquilizadora para soslayar el nudo gordiano de cualquier
negocio- le ha hecho perder al presidente el sitio en la plaza hasta el
punto extremo de preguntarse, de momento en voz baja, si el PP será capaz de sobrevivir a Rajoy. Acostumbrado a estar él y el tiempo, contra todos, parafraseando a Felipe II, Rajoy desespera hasta al mismísimo tiempo. De hecho, de tanto perderlo, éste se ha vuelto tal vez irrecuperable.
En vez de detener desde primera hora el proceso independentista,
haciendo que se derritiera como la bola de nieve a la que se le planta
un dedo encima antes de que cuaje y solidifique, el soberanismo ha
adquirido una dimensión de alud que amaga con arrollar a todo lo que le
sale al paso, principiando por los catalanes ajenos al credo
nacionalista. Reeditando la política de apaciguamiento, con la que Chamberlain creyó aplacar a Hitler y obtener «la paz para nuestro tiempo», este espejismo sólo acelera esos planes rupturistas con
la facilidad añadida de disponer el camino expedito para ampliar su
espacio vital mediante el victimismo y la tergiversación de la realidad.
Atendiendo a la máxima churchiliana, por evitar el conflicto, se aceptó el deshonor y ahora se tiene lo uno y lo otro.
Las concesiones sólo estimulan las exigencias porque siempre se
interpretan como debilidad. Al fin y al cabo, la fuerza de uno deriva
primordialmente de la debilidad del otro.”
Adéu Marianu. Ya todos sabemos que para que España salve su democracia tienes que irte a casa. Cuanto antes, chico.
Dolça i humiliada Catalunya…
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