Millones de
españoles se preguntan cómo ha sido posible que los catalanes hayan llegado a
este punto de rechazo y odio a España. Se trata de un proceso de larga
duración que fue puesto en marcha por Jordi Pujol y que voy a intentar explicar
con un caso práctico.
Desde hace
algunos años rebota sin cesar por el ciberespacio un texto al que llaman Juramento
de Felipe V mediante el que numerosos separatistas pretenden apuntalar
tres argumentos centrales de su ideario: la existencia secular de la nación
catalana; la existencia ya en aquel tiempo de una Constitución catalana, siglos
antes de la Pepa, y el reconocimiento de aquella nación y el juramento de
aquella Constitución nada menos que por el gran enemigo de Cataluña y fundador
de la dinastía hoy reinante. Mediante este texto, según se dice, la nación
catalana queda demostrada y cualquier otra explicación sobra.
El juramento
en cuestión reza así:
La nación
catalana es la reunión de los pueblos que hablan el idioma catalán. Su
territorio comprende: Cataluña con los condados del Rosellón y la Cerdaña, el
Reino de Valencia y el Reino de Mallorca. Los tres pueblos que forman la nación
catalana tienen una constitución política propia y están federados entre sí y
con el Reino de Aragón mediante ciertas condiciones que son objeto de una ley
especial. Cataluña es el Estado político formado, dentro de la Confederación,
por los catalanes del Principado y de los condados del Rosellón y de la
Cerdaña. El Principado de Cataluña es libre e independiente.
El texto
suele presentarse acompañado de la portada de la edición de las Constitutions
y altres Drets de Cathalunya dada a la imprenta en 1704, tras las
Cortes celebradas por Felipe V dos años antes. Y, junto a dicha imagen, el
argumento de que se trataba de la Constitución catalana que evidenciaba el
carácter democrático de la Cataluña de aquellos siglos y que tuvo que jurar
Felipe d’Anjou para ser aceptado por los catalanes como su legítimo monarca.
Empecemos,
pues, a desbrozar el camino aclarando que las Cortes catalanas de aquel
tiempo eran estamentales –brazos eclesiástico, militar y real–, como las de
toda la Europa del Antiguo Régimen, por lo que no tenían nada de democráticas.
En segundo
lugar, el término constitutions no tiene nada que ver con la ley
fundamental de un Estado, cuya primera manifestación tardaría casi un siglo en
ver la luz en los Estados Unidos. Las constitutions catalanas –así, en
plural, pues no era una, sino muchas– fueron las normas de todo tipo
(procesales, civiles, penales, tributarias, comerciales) de aplicación en todo
el Principado y dictadas por el rey con la aprobación de las Cortes. Eran de
rango superior a otras fuentes legales como los capítols, los actes
de cort, los usatges, los privilegis o las pragmàtiques.
Pero,
regresando al famoso juramento, no es difícil darse cuenta al primer vistazo de
que algunas cosas no encajan. En primer lugar, eso no es un juramento, sino una
enunciación. En segundo, el anacrónico término Confederación, tan
frecuente en la historiografía nacionalista, era completamente ajeno a la
España del XVIII. Y, por supuesto, la identificación entre lengua y nación
tendría que esperar todavía un siglo a que comenzaran a enunciarla Herder,
Fichte y otros románticos alemanes. Solamente con esto debería haber bastado
para haber sospechado que se trataba de un texto apócrifo. Sin embargo,
ha sido y sigue siendo citado por miles de personas convencidas de una
autenticidad probada precisamente por su repetición.
El problema
es que ninguna de esas personas se ha tomado la molestia de comprobar la
autenticidad de un texto que, como es comprensible, encaja muy bien en su
discurso. El hecho de que haya sido citado en algún periódico, o incluso en
alguna carta al director, es suficiente para darlo por cierto. Pero tiremos del
hilo. El origen de la cita es el libro La victòria catalana de 1705,
de Antoni Porta i Bergadà, editado por Pòrtic en 1984 y presentado en sociedad
por el expresidente del Parlamento de Cataluña Heribert Barrera. Según una
reseña anónima aparecida en La Vanguardia el 8 de noviembre de aquel
año, Antoni Porta luchó en el frente de Lérida durante la Guerra Civil y
posteriormente se ordenó sacerdote en Argentina. "¡Menudo libro y menudo
historiador!", exclamó entusiasmado el anónimo redactor al comienzo de un
artículo que, tras reproducir el texto de marras, concluyó reiterando que se
trataba de un libro de historia "realmente ejemplar".
Pero Porta
no se inventó nada, ya que el origen del fraude se encuentra un siglo atrás, en
1878, año en el que José Coroleu e Inglada (republicano, masón, militante de la
Unió Catalanista y redactor de la ponencia sobre municipios de las Bases
de Manresa) y José Pella y Forgas (conservador y militante de la Lliga
Regionalista) escribieron al alimón un libro titulado Los fueros de
Cataluña. En él se sacaron de la chistera una "Constitución política
de Cataluña" inspirada, según ellos, en las viejas leyes catalanas pero
"siguiendo modernas formas constitucionales (…) para mayor claridad
del público" (cursivas añadidas). No hay mejor explicación que sus propias
palabras:
Con la mira
de dar más gráfico relieve a los principios de derecho escrito y consuetudinario
que formaban la constitución histórica del Principado, los hemos clasificado,
por decirlo así, a la moderna, lisonjeándonos de que nuestros lectores
no tomarán a mal esta impropiedad en que incurrimos voluntariamente (…)
En una palabra, los autores se han creído en la necesidad de sistematizar y
presentar en forma moderna ese conjunto de disposiciones. [Énfasis
añadidos].
Sin embargo,
los buenos de Coroleu y Pella no modificaron solamente la forma, sino también
el fondo introduciendo conceptos (nación catalana, confederación)
e ideas (el pancatalanismo, la lengua como elemento definidor de la nación) completamente
ajenos a la legislación histórica catalana que tan falsamente pretendían
estar compilando. Y, efectivamente, los artículos 1 a 3 de dicha
"Constitución" consisten en el párrafo hoy anunciado como el texto
que tuvo que jurar Felipe V casi dos siglos antes de haber sido escrito.
Respecto a
la idolatrada nación, merece la pena subrayarse el hecho de que, aunque
curiosamente no lo recogieron Coroleu y Pella, aparece mencionada, ciertamente,
en el texto redactado en 1702, en concreto en el encabezamiento dedicado al
nuevo rey:
(…) cuida ab
tota solicitut del consuelo de sos vassalls, y seguritat y defensa de sa
Monarchia, disposant per aquest efecte un gran Exercit, que trobantse aquest
Any de 1704 dins lo Regne de Portugal, gosa nou lustre ab la presencia de tant
animos y valeros Rey, que infundint major valor a las Armas Espanyolas, se
espera lograràn, ab lo favor de Deu, molts felices y prosperos successos para
major gloria sua y honra de la Nacio Espanyola.
A esta
primera falsificación de 1878 se añadió un siglo más tarde la sorprendente cita
de Antoni Porta, aquel pedazo de historiador que, por inmenso error o
inmensa voluntad de mentir, ignoró los cristalinos párrafos de Coroleu y
Pella y presentó un texto inventado en 1878 como uno auténtico de 1702. Y tras
él, todos los engañados que lo han repetido un millón de veces en todo tipo de
medios y formatos. Falsedad recurrente, verdad fehaciente.
Así se han
construido el rechazo a España y el subsiguiente sentimiento
nacional catalán: con incesantes falsificaciones, mentiras y ocultaciones. He
aquí sólo un ejemplo, y no sobre un asunto marginal o irrelevante. En el
improbable caso de que algún separatista llegue a tener conocimiento de ello,
le resbalará puesto que el cerebro humano es impermeable al razonamiento, el
argumento y el documento, sobre todo cuando se encuentra cautivo de una fe
nacionalista sabiamente inoculada. ¿Habrá alguien capaz de comenzar a darse
cuenta de que es víctima de un gigantesco engaño llamado nacionalismo
catalán? No parece probable, pues lo que cuenta es el sentimiento. Y ese sentimiento
nunca será cuestionado ni aun sabiendo que ha sido provocado por patrañas como
ésta.
2017-10-20