Lo primero que llama la atención es la luz. Todo está inundado de luz. De claridad. De sol. Y tan sólo ayer: un Londres otoñal bañado en lluvia. Un avión bañado en lluvia. Un viento frío y la oscuridad. Aquí, en cambio, desde la mañana todo el aeropuerto resplandece bajo el sol, todos nosotros resplandecemos bajo el sol.
Ryszard Kapuściński, Ébano.
El Sur es una entidad mitológica, un mundo interior o exterior que existe en un momento, en un lugar. Cuando dejamos de seguir la estrella polar de los sueños, cuando sabemos que el futuro ya no será el que era, entonces sólo nos queda el Sur.
En el Sur está la luz, el nirvana, el descanso, la vida y la muerte; en él pasearemos por Yoknapatawpha, iremos a recuperar la juventud con las mujeres polinesias de Paul Gauguin y Robert Louis Stevenson. En el Sur está el sueño de Agustín, Adelaida García Morales y Victor Erice. Iremos en moto desde los Ángeles hasta Nueva Orleans, beberemos en el barrio español en mardi gras y atisbaremos el cuerpo de las niñas que se exhiben al paso del desfile.
Hay en el mundo unas islas que ejercen sobre los viajeros una irresistible y misteriosa fascinación. Pocos son los hombres que las abandonan después de haberlas conocido; la mayoría dejan que sus cabellos se vuelvan blancos en los mismos lugares donde desembarcaron; hasta el día de su muerte, a la sombra de las palmeras, bajo los vientos alisios, algunos acarician el sueño de un regreso al país natal que jamás cumplirán. Esas islas son las Islas del Sur. Cuentan que en ellas estuvo en tiempos el Paraíso.
Ya nadie me llevará al Sur.
Salvatore Quasimodo.
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