26 feb 2016

Una carta no otorgada

A 40 años de la muerte de Franco  y a 80 de la Guerra Civil, se está instalando la especie de que nuestra democracia fue otorgada olímpicamente por los neofranquistas y los reformistas del franquismo. Es necesario hacer notar que nuestro régimen político surge, como todos, de una coyuntura histórica; la izquierda heredera ideológica, que no física, de los perdedores del Frente Popular negoció a cara de perro y, aunque conocía la correlación de fuerzas, era consciente de las posiciones que la política europea imponía a España. 





La muerte de Franco y la llegada de UCD supusieron una renovación radical de cuadros medios administrativos y dirigentes empresariales, cambiaron los nombres de las calles y los signos. España junto con Portugal, Grecia y Rusia son 4 países que han llegado a la democracia por sus propios medios. Todo cambio deriva de una ilegalidad, la legitimidad no obliga a ningún cambio, no estamos obligados a cambiar salvo que lo consideremos para mejorar. No estamos tampoco en una democracia especialmente joven, como no lo era la RFA en 1986, no le debemos nada a una izquierda que no ha hecho autocrítica de su comportamiento durante la Segunda República ni sobre el estalinismo o el maoísmo.






Nuestra democracia tiene luces y sombras pero eso les pasa a todas, incluida la norteamericana la más antigua con sólo 250 años de historia. Ningún Estado reconoce el derecho de autodeterminación y continua existiendo. PODEMOS puede hacer su revolución pero no desde ninguna superioridad moral; tenemos todo el derecho de combatir en esta guerra cultural.


Estas ideas están expuestas en este artículo de ABC.

 

 

 

Nos haremos con la Historia






ABC | Fernando García de Cortázar

La virtud de los tiempos de zozobra es su elocuencia. Nada hay que no se ofrezca ya a la meditación de los españoles. Todo ciudadano con sentido crítico o mero instinto de supervivencia social ha de adoptar una posición ante lo que sucede. Las últimas convocatorias electorales, con su propuesta radical de superación del marco establecido, en poco se han parecido a las de los años de plenitud de nuestro sistema constitucional. Y es que la crisis económica ha provocado un intenso proceso de politización y ha arrojado sobre la conciencia de los españoles una sensación de peligro, cuya capacidad de infectar la confianza en nuestras instituciones está resultando devastadora. Con todo, no ha habido nadie que advierta de la profundidad del riesgo que corremos. No ha habido alzamiento de opiniones rigurosas, ni manifestaciones que hayan superado el simple regocijo de los saldos contables o la desdeñosa plática de quienes creen que este proceso de deslegitimación solo es un bache en un camino bien pavimentado.








No ha existido, y no he dejado de decirlo en esta página, lo que Gramsci llamó intelectuales orgánicos del sistema, cuyo servicio al régimen no dependiera de su situación administrativa, sino de unas convicciones ideológicas que mostraran que, en el lado del constitucionalismo salido de la Transición, hay algo más que inercia tecnocrática, inmovilismo cultural o desprecio por el pensamiento crítico. Los exabruptos de tertulia o las consignas de rueda de prensa no son suficientes. De nada sirve amenazar con catástrofes económicas, con descenso de la inversión extranjera o con los problemas de la deuda. El sufrimiento de los españoles durante todos estos años, la experiencia dolorosa de quienes han perdido derechos sociales, la conciencia de tantas personas a las que se ha esquilmado su seguridad no se recuperan con amenazas de empeoramiento de su condición.

El acuerdo de los ciudadanos en torno a nuestra Constitución no puede basarse en el miedo. Tiene que hacerlo en la superioridad cívica de las propuestas de los reformistas, de los que no deseamos abrir de nuevo un proceso constituyente. Lo que no debe hacerse de ningún modo es alimentar el bloqueo de nuestro sistema político, al que indiscutiblemente le ha llegado la hora de pasar una enérgica revisión jurídica. No debe tolerarse, tampoco, la torpeza de un discurso acomplejado, de resistencia al cambio, que pone en manos de los adversarios no solo de esta democracia parlamentaria, sino de nuestro mismo concepto de civilización occidental, el coraje transformador, la fuerza de las convicciones y el ímpetu de la regeneración. Debemos demostrar que nuestra Constitución cubre una pluralidad sana de perspectivas, y que se asienta en fundamentos lo bastante sólidos para aguantar embestidas coyunturales, y lo bastante dignos como para ser defendida con mayor enjundia doctrinal.









No basta con insistir en que se han ganado las elecciones. Entre otras cosas, porque las elecciones se ganan de verdad cuando se está en condiciones de formar un gobierno. Hay que recordar, eso sí, que existe una mayoría de españoles que votaron por los partidos que representan la continuidad institucional y el compromiso con la gran reconciliación de la que arrancó nuestra cultura democrática. Pero tampoco debe sustraerse de cualquier reflexión que el rupturismo ha alcanzado una representación notable y no es un pintoresco accidente a resolver en poco tiempo. Tenemos una enorme avería nacional. Estamos en una crisis de régimen. Nos hallamos ante el mayor golpe de deslegitimación producido desde 1978. Así y todo, no es cierto que más de la mitad de los españoles hayan decidido iniciar un proceso constituyente, en el que se incluya el derecho a la autodeterminación y, por tanto, la destrucción del fundamento de nuestra comunidad política, a la que se arrebata su soberanía en nombre de soberanías plurales, sin más freno que las medidas urgentes de intervención judicial.









Lo que se está promoviendo es un verdadero estado de excepción que pretende definir un nuevo sujeto soberano en España y el comienzo de una nueva fase política cuya primera labor sea desmantelar el sistema constitucional del que nos dotamos al construir nuestra democracia. A este desafío no se responde solamente con el recuerdo constante de la legalidad, sino con la lucha ideológica, con el debate político, con las propuestas culturales orientadas a ganar una hegemonía. Disponer de esa mayoría abrumadora electoral con la que cuenta la Constitución de 1978 no va a ser suficiente si el verdadero soberano, la nación española, ha de caminar indefensa, enmudecida, sin razones aparentes, sin identidad precisa. En el asedio que sufrimos a nuestra convivencia, vemos cómo los sitiadores preparan sus instrumentos de asalto quizás no a los cielos, pero sí a los órganos vitales de nuestro sistema. Y para hacerles frente nada se ha dicho que contagie confianza, que transmita la convicción de tener una superioridad manifiesta, cimentada en la experiencia de tantos años de libertad, de justicia y de posición de España en el mundo.









La Constitución ha de ser reformada en cuanto sea preciso para adecuarse a tiempos nuevos. Pero, sobre todo, ha de ser defendida en este proceso de renovación, con actitudes a las que preocupe mucho menos la acusación de arrogancia que la imagen de pasividad. Pequemos, por una vez, de un exceso doctrinal, de un sobrepeso de ideología, de una expansión de entusiasmo al recordar a los españoles los valores sobre los que construimos la democracia en condiciones mucho más difíciles que las de ahora. Seamos capaces de exigir el respeto a la voluntad manifestada el 20 de diciembre. Recuperemos la insolencia que el enemigo blande contra nuestros principios. Alcemos la voz para denunciar todo lo que ha envejecido, todo lo que se ha corrompido, todo lo que nos avergüenza en la conducta miserable de muchos.

Pero levantemos también nuestro discurso para sostener un régimen que, desde el comienzo, fue recuperación de los valores esenciales de la democracia occidental. Volquémonos en esta actitud y no nos preocupe pregonar lo que para todos debería resultar evidente: que España es uno de esos países normales en los que el liberalismo, el conservadurismo moderado, el cristianismo social y la socialdemocracia convergen en la defensa de un espacio de civilización. No porque sean partidos, sino porque son expresiones de una larga tradición humanista, ilustrada, defensora de los derechos y la dignidad de la persona, diseñadora de la proyección cívica del individuo. Sepamos que, frente a tales principios, poca cosa podrán ofrecer quienes pretenden devolvernos a las peores condiciones del pasado siglo, cuando todos estos ingredientes de nuestra civilización fueron abolidos, y sobre el sufrimiento y la desesperanza se levantaron las más sórdidas utopías. 








En su nacimiento, tal barbarie también se atavió con el prestigio de ser algo así como la sonrisa del destino a la que se refirió Pablo Iglesias. Frente al escenario trágico de la obediencia a las leyes de los dioses o a la fuerza de los héroes, nosotros, la mayoría de los españoles, preferimos la sobria, sensata y terca voluntad de construir en libertad nuestro futuro. Que otros se resignen a su destino. Nosotros nos haremos con la historia.







Fernando García de Cortázar, director de la Fundación Vocento.

21 feb 2016

El desastre

Interesante artículo de Pío Moa sobre el balance de nuestra democracia. Parece que hay mucho que mejorar.




Está claro que la actual democracia marcha francamente mal: balcanización cada vez más amenazante, corrupción rampante de los partidos, crisis económica y envilecimiento de las condiciones de trabajo, competencia de demagogias entre partidos, intentos de subsumir la cultura española como apéndice de la anglosajona y de disolver la nación española como una región manejada  por la burocracia de Bruselas, permanencia de Gibraltar como humillante injuria permanente de un país supuestamente amigo, desprestigio de la justicia , hispanofobia general... Podríamos seguir. No, el balance de cuarenta años es peor que mediocre, es sencillamente amenazante para la permanencia de España como una nación unida en que podamos convivir unos y otros en libertad. Y de nada vale desviar la mirada o perderse en el frívolo e indecente cotorreo que quiere pasar por análisis político en la mayoría de los medios de difusión. 
   








¿Cuál es la causa de estas miserias?  Dicen tenerlo claro los más variados personajes y partidos políticos. La ETA, gentes del PSOE, también del PP, los de Podemos, los separatistas,  etc., aseguran que la raíz de los males está en el franquismo, que pesa como una pesadilla deformante sobre la democracia. Últimamente ha querido “teorizarlo” el periodista inglés Tom Burns, desde un enfoque pretendidamente liberal. Una de las maldiciones del liberalismo español ha sido su frívola querencia por los partidos totalitarios y balcanizadores, ya denunciada por el abuelo de Burns, Gregorio Marañón, bien arrepentido de sus devaneos republicanos.  







Uno podría tomar en consideración la tesis si, efectivamente, el franquismo hubiera permanecido de alguna manera. Pero con toda evidencia no ha sido así: su aparato estatal fue desmantelado y prácticamente todos los políticos, desde De Juana Chaos o Josu Ternera hasta Soraya o Rajoy, pasando por Pujol, Mas, Zapatero, Felipe González, Villalobos, Aido, Cospedal, Guerra, Aznar, etc.,  jueces delincuentes como Garzón, no digamos los viejos como el héroe de Paracuellos o Arzallus, han presumido de antifranquismo. Es más, han hecho de su antifranquismo un sello demostrativo de su espíritu pretendidamente democrático. Si algo demuestra el hecho de que terroristas, socialistas proetarras, derechistas corruptos,  separatistas y otros se declaren y obren como antifranquistas, es que  la causa real de los males de la democracia reside precisamente  en el antifranquismo.








La distorsión de la historia ha sido tan gigantesca que se ha querido presentar a la ETA como herencia de aquel régimen, cuando el grupo terrorista es precisamente, herencia del antifranquismo, no solo por su declarado carácter sino porque todos los antifranquistas, de izquierda y de derecha, en España, resto de Europa o Argelia, la han hecho grande. Vivimos, como decía tan acertadamente Julián Marías, inmersos en la mentira profesionalizada. Y subvencionada con dinero todos, una corrupción más, y muy de fondo.   






Según el señor Burns,  en el franquismo el poder lo controló siempre la misma persona y lo administró un partido único. Ni hubo partido único, pues el Movimiento era un aparato pequeño y con escaso presupuesto, ni Franco “controlaba” en exclusiva el poder. La cúpula del franquismo tuvo siempre de una calidad profesional –y creo que también moral, tampoco es muy difícil-- superior a lo que vino después, y por algo dejó un país próspero, con abundante clase media y políticamente moderado. Y sigue el señor Burns: La España de la Hoja del Lunes pasó a tener la oferta plural de la información digital, pero la gobernanza de su ciudadanía siguió en manos de un estamento político sellado, compacto y endogámico. Es como decir que la Inglaterra de la masiva prensa sensacionalista y semipornográfica pasó a la época digital. Como en todo el mundo, por lo demás. En cuanto al “estamento político”, el primer partido salido directamente del franquismo, la UCD, saltó en pedazos en pocos años; el PSOE cuyos dirigentes habían militado en la oposición –es verdad que una oposición “de cuento”—, hubo de rehacer sus cuadros dirigentes. En fin, un estamento que, lejos de continuar al del franquismo, se ha definido por  su decisión de romper radicalmente con él en palabras y hechos. Por lo demás, estamentos así existen en todos los países. En Inglaterra, la clase política siempre fue enormemente oligárquica y clasista, salida principalmente de Oxford y Cambridge.   





Como prueba de su asombroso aserto, Burns afirma que la democracia española se distinguió por el hiperliderazgo, la jerarquización del mando, el dirigismo y la aversión a la transparencia y a la rendición de cuentas. Bueno, en todas partes ocurre. Pensemos en el hiperliderazgo  de Margaret Thatcher, en la jerarquización clasista tradicional de la política inglesa. En cuanto a la aversión a la transparencia y la rendición de cuentas, se dan en todos los partidos del mundo. Para evitarlos están las oposiciones y la prensa. En España, como en otros países, parte de la prensa ha descubierto las corrupciones de los partidos y les ha obligado a rendir cuentas. No es que la prensa en España (o en Inglaterra) sea un modelo de objetividad y honradez, pero algo es algo.  







Dice también Burns que la constitución del 78 se hizo excluyendo normas de fluidos mecanismos correctores para su continua puesta a punto y mejora. Una constitución no puede estarse “mejorando” continuamente. Y la experiencia, que no parece decir nada al señor Burns, es que todos los partidos han presionado desde entonces para acentuar los rasgos balcanizantes e hispanófobos, por lo que debemos agradecer que no se haya modificado gran cosa, pese a sus evidentísimos defectos y a haber sido conculcada mil veces. Las modificaciones las ha hecho un más que deplorable Tribunal Constitucional para “hacer constitucional lo que es anticonstitucional”. 






En fin, los “análisis” de siempre. En la transición se abrió un dilema: o basarse en la espléndida herencia social y económica legada por aquel régimen, o la “ruptura”, el  rechazo a esa herencia para enlazar con la “legitimidad” del Frente Popular, es decir, con la miseria y los odios del pasado. El pueblo demostró masivamente en el referéndum del 76 que estaba por lo primero, pero el rupturismo no ha cesado de avanzar con sus ímpetus disgregadores, su enorme corrupción no solo ni principalmente económica, y con las demás taras hoy tan evidentes. Hasta culminar en la ley de memoria histórica que pretende convertir en víctimas a los chekistas y asesinos del Frente Popular.  
Contrariamente a estos análisis, creo que la regeneración de la democracia pasa por recuperar la verdad histórica frente a una falsificación sistemática que deforma y envenena el presente. Y que sin ello, todo seguirá yendo a peor 






Cabe señalar que el señor Burns es caballero de la Orden del Imperio Británico, (Esperanza Aguirre también es “Dama comendadora”), diseñada para premiar a servidores o agentes distinguidos de dicho imperio. El imperio de Gibraltar, casualmente. Quizá esto ayude a entender el curioso antifranquismo del señor Burns. Después de todo, Franco convirtió el peñón en una ruina para Inglaterra.

20 feb 2016

Umberto Eco

Hace muchos años, un amigo me dejó un libro sobre las vicisitudes de unos monjes en una abadía del siglo XIV. Leí la novela en 48 horas y ese fue mi primer contacto con Umberto Eco. Luego llegaron nuevas obras, algunas más antiguas, sobre la sociedad del espectáculo y la semiótica; siempre descubrí una portentosa erudición y un conocimiento interpretativo de nuestra civilización y del mundo de gran profundidad. Ha muerto este viernes a la edad de 84 años.










Descanse en paz.








Según confirmaron fuentes familiares al diario italiano 'La Repubblica', el autor de "El nombre de la rosa", entre otras obras, falleció en su propia habitación. Galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, Umberto Eco publicó su primera novela en 1968 titulado "La estructura ausente" que le llevó a la publicación de su obra más completa sobre semiótica "Tratado de semiótica general" en 1975.

Sin embargo, el escritor italiano nacido en Piamonte en 1932, no alcanzaría la verdadera fama ante el gran público hasta 1980 con la publicación de su más conocida novelas "El nombre de la rosa", con la que obtuvo varios premios y que fue llevada al cine. Otra de sus obras más conocidas es 'El péndulo de Foucault' publicada en 1988.

La carrera de Umberto Eco está plagada de premios y reconocimientos anteriores al Príncipe de Asturias. Eco es doctor en Filosofía por la Universidad de Turín y trabajó en programas culturales de la RAI desde 1954. Durante la década de los primeros años de la década de los años 60 trabajo como profesor agregado de Estética en las universidad de Turín y Milán. Participó en el llamado "Grupo 63" con la publicación de ensayos sobre arte contemporáneo, cultura de masas y medios de comunicación. Entre estos trabajos se encuentran el conocido ensayo 'Apocalípticos e integrados' en 1965 u "Opera aperta".

También ha sido durante años catedrático de Filosofía en la Universidad de Bolonia, en la que ha puesto en marcha la Escuela Superior de Estudios Humanísticos conocida como la "superescuela". Esta iniciativa está destinada a difundir la cultura internacional y dirigida a licenciados con un alto nivel de conocimientos. También fue fundador y actual secretario de la Asociación Internacional de Semiótica.

En su curriculum, también figuran otras distinciones que le avalan como un prestigioso escritor y semiólogo. Así, es doctor honoris causa por cerca de una veintena de universidades de todo el mundo y posee prestigiosas condecoracionoes, como La Legión de Honor de Francia. En 1998 entró además a formar parte de la Academia Europea de Yuste y es miembro del Foro de Sabios de la Unesco. Además de sus obras más conocidas, Eco tiene publicados otros trabajos como "Segundo diario mínimo" (1992), "Los límites de la interpretación" (1992), "La isla del día antes" (1994) y "Kant y el ornitorrinco", entre otras.

Sus obras más recientes son "Baudolino", del año 2000; "La Misteriosa Llama de la Reina Loana", del 2004; "El cementerio de Praga", del año 2010; y "Número cero", que fue publicada en 2015.

11 feb 2016

Origen de la nueva política











  • DEMOCRACIA / CRITERIO
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¿Qué ha hecho Podemos para obtener casi el doble de votos que Izquierda Unida hace veinte años, cuando, de la mano de Julio Anguita, cosechó sus máximos resultados históricos?

Carlos López Díaz en Actuall.












El año que viene se cumplirán cien años de la Revolución Rusa. En este período de tiempo se han verificado dos hechos fundamentales. Que el comunismo, allí donde se implantó, sólo trajo miseria y pérdida de libertades. Y que la combinación de capitalismo y democracia liberal representativa, a pesar de sus imperfecciones, es el sistema que más ha reducido la pobreza de toda la historia, al tiempo que ha sabido garantizar altos niveles de libertad.

No obstante, desde que Pablo Iglesias anunció, hace sólo dos años, su candidatura para las elecciones al parlamento europeo, una parte considerable de nuestros compatriotas parece dispuesta a someterse (y someternos a los demás) al enésimo experimento neocomunista. Pedro Sánchez, como otros tontos útiles de la historia, sólo precipitaría los acontecimientos.





La pregunta cae por sí sola: ¿qué ha ocurrido? O para formularla con más precisión: ¿qué ha hecho Podemos para obtener casi el doble de votos que Izquierda Unida hace veinte años, cuando, de la mano de Julio Anguita, cosechó sus máximos resultados históricos?

Sin duda, las condiciones de 2016 son distintas de las de 1996, aunque también existen elementos de similitud. Pero cometeríamos un error si ignoráramos el papel de las individualidades en la historia. Sin Pablo Iglesias, Podemos no habría crecido de manera tan fulgurante; probablemente, ni siquiera hubiera llegado a existir.

A fin de responder a esas cuestiones, resulta imperativo recordar algunos datos de la prehistoria de Podemos, centrándonos en la biografía de su líder. Distinguiré dos etapas.




Etapa embrionaria: del 13 de marzo de 2004 a noviembre de 2010. La característica principal de este período es que Pablo Iglesias aún no ha roto el cascarón del mundillo ultraizquierdista: fuera de este, no lo conoce nadie.





Cuando Pablo Iglesias participó en las movilizaciones del 13-M contra el Partido Popular, era ya una joven promesa de la ultraizquierda académica, incubada en la Universidad Complutense. No fue casual que sus padres le llamaran Pablo, en homenaje al político marxista y fundador del PSOE. La madre era abogada de CC.OO. y el padre había sido miembro del FRAP. Parece hasta natural que el hijo militara desde la adolescencia en las Juventudes Comunistas. Pero el 13-M es decisivo porque Iglesias no sólo estaba entre los manifestantes, sino que muy poco después teorizó sobre aquello, extrayendo conclusiones harto significativas.

Para Iglesias, el 13-M no fue una mera protesta contra el PP, sino un cuestionamiento de la democracia representativa. Pero sobre todo fue una revelación del potencial de las TIC (Tecnologías de la Información y la Comunicación) en la práctica política antisistema. Iglesias reproduce una cita del filósofo marxista y activista Franco Berardi, que resume admirablemente la idea: “Por primera vez en la historia humana, hay una generación que ha aprendido más palabras y ha oído más historias de la televisión que de su madre.”





El otro elemento fundamental de la etapa embrionaria es la colaboración que inicia Iglesias con la Fundación CEPS, un think tank anticapitalista que, según la información publicada por El País, cobró cerca de cuatro millones de euros del régimen chavista, entre 2002 y 2012. Durante esta etapa, al igual que otros fundadores de Podemos como Íñigo Errejón y Juan Carlos Monedero, Iglesias adquirió una experiencia crucial en la implantación de regímenes populistas hispanoamericanos, que vio aplicable en España.




Etapa larvaria: del 18 de noviembre de 2010 a enero de 2014. Esta fase se inicia con el primer programa de La Tuerka, presentado por Iglesias, en el canal local de línea izquierdista Tele K. Para que se hagan una idea, el inicio de las emisiones en TDT, unos meses antes, estuvo apadrinado por Willy Toledo, Leo Bassi, Pilar Manjón, Wyoming y el Dr. Sedaciones, Luis Montes.

La Tuerka llegó a tener un relativo éxito gracias a su difusión por internet, y como ha reconocido el propio líder de Podemos, sin él no se hubiera forjado Pablo Iglesias como fenómeno televisivo. El primer programa trató la visita a España de Benedicto XVI, y sirvió para que los tertulianos pusieran a caer de un burro al pontífice. Para abrir boca, Iglesias dio paso a un vídeo groseramente anticatólico, producido por el colectivo de lesbianas gallego MariBolheras Precárias (sic), donde entre otras lindezas se decía: “La Iglesia mata, apostata”.

La Tuerka, con el pretexto de la efeméride de la muerte de Franco, se dedicó a fustigar a la monarquía y a la Transición

El segundo programa, con el pretexto de la efeméride de la muerte de Franco, se dedicó a fustigar a la monarquía y a la Transición. Este era el estilo inconfundible de La Tuerka. Sectarismo en vena contra la Iglesia y el régimen constitucional, además de contra el capitalismo y el “imperialismo”. Pero hasta la primavera de 2013, y pese a una fugaz aparición en Tele 5, Iglesias continuó siendo un perfecto desconocido para la inmensa mayoría de españoles.





El 25 de abril de 2013 Pablo Iglesias fue invitado al programa de Intereconomía TV, “El gato al agua”, para debatir sobre el asedio al Congreso que pretendían varios grupos antisistema. Aquella intervención marcó un antes y un después. A partir de entonces, cadenas de mucha mayor audiencia como Cuatro o La Sexta empezaron a invitar a Iglesias a sus programas, convirtiéndolo en cuestión de semanas en uno de los tertulianos televisivos más conocidos.

El secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, en la tertulia La Sexta Noche.

Los ingredientes del “fenómeno mediático Iglesias” ya se manifestaron en su aparición en Intereconomía. El futuro líder de Podemos se presentó a sí mismo como un intruso tras “las líneas enemigas”, midiéndose con desparpajo con primeros espadas como Federico Jiménez Losantos o Alejo Vidal-Quadras. Relativizó la violencia de la izquierda antisistema, comparándola con la “violencia” de los recortes sociales, los desahucios y el paro. No dejó de recordar su condición de profesor universitario y de mileurista. Y por supuesto no mencionó sus jugosos ingresos procedentes de la Fundación CEPS, ni de La Tuerka; ni de Hispan TV, el canal iraní en el que dirigía desde enero el programa Fort Apache.





Su intención en la televisión nunca fue convencer con argumentos racionales a sus contertulios, sino influir en la opinión pública, es decir, hacer política

Iglesias quiso dar una imagen de una persona preparada pero de condición humilde y ajena a la clase política, de un David frente a Goliat, más allá de la vieja división izquierda/derecha. Esta es la clave fundamental del éxito del futuro líder de Podemos: el camuflaje perfectamente estudiado de su ideología y sus objetivos comunistas. Por si pudiera existir la menor duda al respecto, él mismo lo explicó con meridiana claridad en la IV Universidad de Verano de Izquierda Anticapitalista (agosto de 2013), donde defendió frente a sus correligionarios la necesidad de “traducir” el lenguaje marxista a un lenguaje popular que entienda todo el mundo, hasta “tu abuela”. Su intención en la televisión, confiesa, nunca fue convencer con argumentos racionales a sus contertulios (“no es un honesto debate entre intelectuales”), sino influir en la opinión pública, es decir, hacer política, en el sentido más puramente maquiavélico.

Esta fue una ventaja no pequeña de Iglesias: que nadie pudo sospechar, en aquellos meses de 2013, su inminente salto a la política. Su credibilidad se fundaba en aparecer como un modesto profesor, es decir, una persona formada y desinteresada. (Es de justicia recordar una excepción. Fernando Sánchez Dragó, en un breve rifirrafe radiofónico en Onda Cero, pocas semanas después de su aparición en Intereconomía, le espetó con clarividencia: “Hablas como un político.”)






A finales de 2013, los acontecimientos se precipitan. Dirigentes del partido Izquierda Anticapitalista (hoy disuelto en el seno de Podemos), en conversaciones con Iglesias y otros, diseñan la “Operación Coleta”, como la denominaron. En una reunión del 30 de noviembre, que conocemos por un boletín interno de la organización filtrado poco después, se trazaron los objetivos y los pasos inmediatos a seguir. Se pretendía aprovechar la “proyección mediática” de Pablo Iglesias (aunque no lo nombraran) para “conectar con sectores de la población de izquierdas insatisfechos con las organizaciones tradicionales”. Pero sobre todo, se trataba de “interactuar con sectores de la población con los que no trabajamos habitualmente”. En definitiva, la teoría pablista de la “traducción”.

En aquella reunión aparecen ya las expresiones “Sí se puede” y “Podemos”, y se redacta un primer borrador del manifiesto que luego se tituló “Mover ficha: convertir la indignación en cambio político”, hecho público el 14 de enero de 2014. Ese mismo día, en Las Mañanas de Cuatro, Pablo Iglesias anunció su intención de encabezar una candidatura a las elecciones europeas de mayo y, con la inestimable colaboración del presentador Jesús Cintora, dio su primer mitin, en horario de gran audiencia. Entre sus propuestas, derogar el artículo 135 (que limita el déficit estatal), incrementar el gasto, nacionalizar empresas de energía y blindar el “derecho” al aborto, “porque no puede ser que haya un lobby de obispos que dicte la política al gobierno…” (Inevitable recordar el primer programa de La Tuerka, tres años atrás.)





En el manifiesto se incluía además el derecho de autodeterminación y el “proceso constituyente”, es decir, la voladura de la Constitución de 1978. La presentación oficial de Podemos, el viernes 17 de enero, fue un ejemplo de la concienzuda estrategia neocomunista: acabar con el sistema democrático entre frases cursis y en nombre de la democracia, adulterándola con formas asamblearias mucho más controlables y engañosas que el parlamentarismo. “El régimen del 78 está muerto, ya es hora de enterrarlo”, dijo Monedero.





El éxito innegable de Podemos ha consistido en presentar un programa comunista, que ataca al mercado libre y la democracia parlamentaria, conectándolo hábilmente con los sentimientos de la “gente normal”. Como dijo Pablo Iglesias en la presentación, “los que estamos aquí somos de izquierdas, pero lo que estamos diciendo va más allá de las ideologías”. La ideología queda como una doctrina esotérica para una minoría de iniciados que ostenta el poder, en la mejor tradición totalitaria.






Interesante valoración sobre la llegada de las nuevas fuerzas antisistema. Sólo destacar algunos errores pues quizá se olvida de la responsabilidad del PSOE (zapateril) en las algaradas frente a las sedes del PP en el dia de reflexión (marzo de 2004). O el origen de la protesta del 15M de 2011 en las páginas web "no nos representan" y " democracia real ya" situadas en la órbita de las JS de Andalucía. También olvida el paso de Iglesias por Público TV (Jaume Roures) y la inestimable ayuda que han tenido por parte de Antonio García Ferreras de La Sexta.