Estamos sumergidos en una guerra asimétrica que no nos dará respiro. Esta vez ha sido en Bruselas a dos pasos de las instituciones de la UE pero como ha dicho Rajoy "no hay muertos españoles" (eso creía él) y parece que tampoco funcionarios de la Unión.
Entre las cosas que nuestra decadente civilización a exportado al mundo con éxito está el terrorismo, también hemos importado familias enteras islámicas educando a sus hijos y en la conjunción de los dos fenómenos aparecen estos jóvenes europeos de formación occidental y brutal fanatismo. La médula de nuestra cultura está seca pero seguimos fabricando artefactos con potencial suficiente de imposición, nuestro mundo cae pero otro lo sustituirá.
En el primero de estos escritos hay un programa optimista de defensa y lucha contra el terror; su autor es Jorge Dezcallar, un experto en asuntos islámicos que no estuvo muy acertado el 11M. El segundo es de Pepe García Domínguez sobre el origen europeo de este tipo de terrorismo.
El Confidencial Jorge Dezcallar.
El terrorismo ha vuelto a teñir
de sangre una ciudad europea. Esta vez ha sido Bruselas, con atentados en el
aeropuerto y en una estación de metro al comienzo de la Semana Santa. Aunque
no está aún confirmado, el ministro español de Exteriores los ha atribuido al
Estado Islámico que quiere traer el combate al corazón de Europa. Sus
jerifaltes son sin duda extremistas religiosos pero no son imbéciles y por eso
cabe preguntarse las razones de atacar a Occidente cuando parecen perder algo
de fuelle, haber sufrido pérdidas territoriales en Siria y también en Iraq,
tener deserciones cada vez más frecuentes y estar siendo bombardeados a diario.
El Consejo de Seguridad de las
Naciones Unidas ha conseguido poner de acuerdo a gentes con intereses tan
dispares en Siria como son los rusos, los norteamericanos, los turcos, los saudíes
y los iraníes, que no era nada fácil, en el objetivo de pacificar el país,
aunque cada uno entienda de manera diferente lo que eso implica y qué prioridad
tiene el Estado Islámico en este proyecto. Pero si esto es así, ¿por qué
irritarnos más aún con esos ataques terroristas en París, en Los Ángeles, al
avión ruso de Sharm el Sheik, en Ankara, en Estambul, en Beirut y ahora en
Bruselas? (Los ataques terroristas contra hoteles en Bamako, Uagadugu y Costa
de Marfil han sido obra de Al Qaeda, que está también ocupada en estos momentos
en aprovechar el vacío de poder producido por la guerra en Yemen para tratar de
hacerse con un "territorio liberado" a su disposición).
La venganza y demostrar que son
capaces de hacer daño puede ser la intención primordial del ataque de Bruselas
tras la detención de Salah Abdeslam
Con los saudíes todavía no se han
metido porque esos tan pronto les bombardean (pero menos) como les llenan los
bolsillos por vías indirectas. Parece que el interés del Estado Islámico
debería ser más bien concentrarse en los varios campos de batalla que tiene
abiertos, ahora que también se ha plantado en Libia –desde donde amenaza con
otra oleada de refugiados hacia las costas europeas– y no desperdigar
esfuerzos. Pero este análisis es equivocado y la prueba son los centenares de
asesinatos que llevamos últimamente.
De hecho, el Estado Islámico
tiene poderosas razones para atacar a Occidente:
La primera es precisamente la de
subir la moral de sus tropas cuando peor les van las cosas sobre el terreno y
cuando sus operativos son detenidos en Europa. Se diría que la venganza y
demostrar que siguen siendo capaces de hacer daño puede ser la intención
primordial del ataque de Bruselas apenas unos días después de la detención de
Salah Abdeslam, el "enemigo público número uno" tras haber
participado y luego huido de los atentados de París, donde murieron 130
personas. Hacerles ver que les pueden estar zurrando pero que deben llevar la
cabeza alta porque son capaces de responder cuando menos lo esperamos
"donde más nos duele": en casa, en la retaguardia y provocarnos
muchas muertes y mucho dolor. El hecho de que los atentados se hayan producido
en la capital de un país con alerta máxima por riesgo de terrorismo solo añade
sarcasmo a la tragedia, aunque también obliga a hacernos algunas preguntas. Por
eso, en cuanto puedan volverán a atacar, es algo sobre lo que no debemos
hacernos ilusiones. Y cuanto peor les vaya, mayor será el riesgo.
La segunda es poner en práctica
real la guerra asimétrica que les enfrenta a la coalición internacional y
responder con sus propias armas a los bombardeos a que se les somete. Ellos no
tienen aviación y no pueden bombardear, tampoco tienen una Marina que les
permita atacar nuestras costas y responden de la forma que pueden, con lucha de
guerrillas sobre el terreno y con el arma del terrorismo -que ellos consideran
legítima lucha armada- contra quienes han venido de lejos a atacarles, aunque
ese no sea precisamente el caso de Bélgica, que es objetivo tanto por una razón
de oportunidad, porque hay allí una amplia comunidad musulmana que proporciona
a la vez reclutas y posibilidades de ocultamiento, como porque Bruselas es la
capital de Europa y la sede de las instituciones europeas, muy cerca de las
cuales está la estación de metro atacada el lunes.
La tercera es irritarnos y
obligarnos a meternos cada vez más en su guerra porque en su lógica mesiánica
el Estado Islámico es solo una fase de un proceso para traer al mundo el
triunfo del Islam, que pasa por la conquista de Estambul, la nueva Roma, y la
posterior derrota y destrucción del propio Estado Islámico. Quieren ser
derrotados, por raro que nos parezca, porque eso será la señal del fin del
mundo. No es una broma, así lo creen y puesto que tiene que suceder, cuanto
antes ocurra, mejor. A fin de cuentas, les esperan las huríes en el paraíso.
La cuarta es que cuanto más les
ataquemos, más podrán presentar su lucha de liberación como algo que no va
dirigido contra hermanos musulmanes desviados, yazidíes blasfemos o apóstatas
chiítas (algo que, por ejemplo, suscita críticas de la propia Al Qaeda, la
franquicia terrorista rival), sino contra los malvados cruzados cristianos, que
tan mal recuerdo han dejado en el universo mental musulmán. La derrota de reino
cristiano de Jerusalén, de los Godofredos, Federicos y Ricardos y la expulsión
final de los cruzados por Saladino (cuya tumba, cubierta de seda verde, está
detrás de la mezquita de los Omeyas, en Damasco) es algo que se saben de
memoria todos los niños árabes y ahora sirve para movilizar a los jóvenes en
contra de los nuevos cruzados que han cambiado lanzas y espadas por misiles y
drones. Según esta lógica, cuantos más bombardeos sufran, más reclutas acudirán
a luchar bajo la negra bandera del Daesh y en esto no andan desencaminados.
Quieren ser derrotados, por raro
que nos parezca, porque eso será la señal del fin del mundo. A fin de cuentas,
les esperan las huríes en el paraíso.
La quinta es que al sufrir estos
bombardeos esperan crear problemas de conciencia y de identidad entre la gran
comunidad musulmana residente en Europa y en los EEUU y cuyo proceso de
integración en más que defectuoso. Y dificultar la convivencia, creando brechas
infranqueables entre las comunidades de culturas y religiones diferentes. Estos
musulmanes que viven entre nosotros pero que no se han integrado ni económicamente,
ni socialmente, ni culturalmente, que viven en 'ghettos' de miseria en la
periferia de las grandes ciudades sin trabajo ni esperanza de tenerlo, y que
tienen con frecuencia crisis serias de identidad, pueden sentirse atraídos por
quién les ofrece un sentido de pertenencia y un objetivo a sus vidas, y verse
así arrastrados a formar una quinta columna en Europa y en América dispuesta a
actuar cometiendo atentados terroristas en nuestras calles como lobos
solitarios o formando pequeños grupos. Al fin y al cabo los atentados
terroristas del tipo de París o Bruselas son muy baratos y fáciles de preparar
y de llevar a cabo. No exigen ni transferencias de dinero, ni tecnologías o
armas muy sofisticadas.
Y la sexta razón podría ser la de
crear el caos entre nosotros, obligarnos a cerrar aeropuertos y a cancelar
vuelos en plenas vacaciones de Semana Santa, llevar el miedo y la irritación a
nuestros hogares, excitar los sentimientos xenófobos y populistas que tanto
daño hacen a nuestra convivencia democrática, crear desconfianzas entre los
estados europeos y cerrar fronteras (se ha cerrado la frontera franco-belga)
contribuyendo a poner otro clavo en lo que algunos quisieran que fuera el
féretro del Acuerdo de Schengen. Porque, en definitiva, cuanto más débil sea
Europa, cuanto más descoordinadamente actuemos, mejor para nuestros enemigos.
De modo que los ataques
terroristas forman parte de un plan muy meditado y por eso continuarán siempre
que tengan oportunidades para llevarlos a cabo, porque constituyen un
instrumento al servicio de los designios estratégicos del Estado Islámico y si
no los hay con más frecuencia no es por falta de ganas sino porque no pueden,
por la eficacia de los servicios de Inteligencia y de las Fuerzas de Seguridad,
que también participan en esta lucha y que no paran de frustrar intentos y de
detener a terroristas. No hay que olvidar que el Estado Islámico no es un grupo
terrorista como otros sino un grupo insurgente que utiliza el terrorismo para
lograr sus fines. Pero estoy convencido de que le acabaremos venciendo y que lo
lograremos sin que el fin de su mundo signifique el fin del nuestro. Hasta
entonces, toca pelear. Y a veces, sufrir.
Los islamistas son nuestros hijos
José García Domínguez, Libertaddigital
Otra matanza indiscriminada. Esta vez en Bruselas. Occidente,
sostiene John Gray, sin duda el último gran pensador que nos queda en
Europa, vive poseído por el mito de que, a medida que el resto de mundo
absorba la ciencia aplicada a la técnica y devenga moderno, se
convertirá en más laico, tolerante, mercantil y pacífico como, pese a
todas las evidencias en contra, se percibe a sí mismo. En su
enternecedora ingenuidad antropológica, Occidente es capaz de creer en cualquier cosa.
El 11-S cayeron las Torres Gemelas, pero la candidez de los hijos
putativos de la Ilustración y su optimismo universalista siguen en pie,
como si nada hubiera ocurrido. Occidente quiere creer que la violencia
islamista, tan visceral, forma parte de un choque de civilizaciones.
Pero tras ese milenarismo mesiánico que inspira al Islam radical no hay
ninguna colisión con algo distante y ajeno a la propia cultura
occidental.
Bien al contrario, si a algo recuerda la fanática brutalidad de los militantes fundamentalistas es a una práctica muy específicamente europea y occidental, la del adanismo sanguinario de los anarquistas decimonónicos, primero, y la de su inmediato sucesor, el irredentismo de las facciones más extremas de las distintas obediencias marxistas-leninistas. Al cabo, no hay nada que concuerde más con las tradiciones europeas que lanzar una bomba en medio de una plaza pública abarrotada de ancianos, mujeres y niños. Occidente quiere creer que el islamismo supone un retroceso a la Edad Media. Pero en la Edad Media no había tipos como Amibael Guzmán, el líder de Sendero Luminoso, o Pol Pot, directos inspiradores del proceder islamista. La de la propaganda por la acción es una idea política específicamente europea y moderna. Eso nada tiene que ver con el Islam tradicional y arcaizante.
Si por algo se caracteriza la actual variante teocrática del terrorismo es por su absoluta modernidad. Una modernidad que, además, remite al núcleo mismo de la alta cultura occidental. ¿O qué otra cosa encierra el rechazo expreso de la razón más que un reflejo del pensamiento de Nietzsche y demás románticos europeos? El singular híbrido de teocracia y anarquía que retrata al islamismo asilvestrado es, nos guste o no, un subproducto surgido de idéntica matriz que el radicalismo político occidental. Los nihilistas rusos en el XIX; las Brigadas Rojas y la Baader-Meinhof, en el XX. Dos siglos de distancia y una creencia común, la de que es posible alumbrar un orden nuevo sobre las cenizas de la civilización conocida, todo merced a actos de destrucción espectaculares, luego un millón de veces amplificados gracias a la labor de los medios de comunicación. He ahí sus genuinos mentores espirituales. Nos guste o no, son nuestros hijos.
Bien al contrario, si a algo recuerda la fanática brutalidad de los militantes fundamentalistas es a una práctica muy específicamente europea y occidental, la del adanismo sanguinario de los anarquistas decimonónicos, primero, y la de su inmediato sucesor, el irredentismo de las facciones más extremas de las distintas obediencias marxistas-leninistas. Al cabo, no hay nada que concuerde más con las tradiciones europeas que lanzar una bomba en medio de una plaza pública abarrotada de ancianos, mujeres y niños. Occidente quiere creer que el islamismo supone un retroceso a la Edad Media. Pero en la Edad Media no había tipos como Amibael Guzmán, el líder de Sendero Luminoso, o Pol Pot, directos inspiradores del proceder islamista. La de la propaganda por la acción es una idea política específicamente europea y moderna. Eso nada tiene que ver con el Islam tradicional y arcaizante.
Si por algo se caracteriza la actual variante teocrática del terrorismo es por su absoluta modernidad. Una modernidad que, además, remite al núcleo mismo de la alta cultura occidental. ¿O qué otra cosa encierra el rechazo expreso de la razón más que un reflejo del pensamiento de Nietzsche y demás románticos europeos? El singular híbrido de teocracia y anarquía que retrata al islamismo asilvestrado es, nos guste o no, un subproducto surgido de idéntica matriz que el radicalismo político occidental. Los nihilistas rusos en el XIX; las Brigadas Rojas y la Baader-Meinhof, en el XX. Dos siglos de distancia y una creencia común, la de que es posible alumbrar un orden nuevo sobre las cenizas de la civilización conocida, todo merced a actos de destrucción espectaculares, luego un millón de veces amplificados gracias a la labor de los medios de comunicación. He ahí sus genuinos mentores espirituales. Nos guste o no, son nuestros hijos.
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