Ante el intento del PSOE, y de toda la izquierda, de sacar adelante una iniciativa para prohibir cualquier análisis histórico sobre el periodo franquista (1936-1975), voy a transcribir un artículo de Gabriel Tortella sobre el particular. Todo lo que no sea apología del delito y burla de las víctimas debe ser carne de debate y ciencia, si eso no es así entramos en una nueva edad media.
Hace aproximadamente un siglo que la izquierda democrática
alcanzó el poder en Europa: participó en gobiernos, tuvo amplia
representación parlamentaria, y sus opiniones fueron escuchadas con
atención. Grandes economistas, como Keynes o Schumpeter, contribuyeron a
dar prestigio intelectual a las políticas socialdemocráticas. Aparte de
profundas razones de fondo, el acceso de la izquierda al poder se debió
a factores que podríamos llamar coyunturales, como la Primera Guerra
Mundial, que impulsó a los gobiernos de ambos bandos a buscar el apoyo
de las clases trabajadoras, y la Revolución rusa, que hizo apreciar las
virtudes del socialismo no violento. Se inició así una revolución no por
pacífica menos radical, que a lo largo de las décadas siguientes transformó las sociedades avanzadas, hasta entonces adeptas al modelo liberal, en socialdemocráticas.
Causa y consecuencia de estos profundos cambios fue la generalización
de la verdadera democracia por medio del sufragio de ambos sexos. La
Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial contribuyeron a acelerar la
transición y podríamos decir que en los años 70 se había culminado el
proceso. En 1971, el presidente Richard Nixon dijo aquello de: «Ya todos
somos keynesianos» (We are all Keynesians now), lo cual, en boca de un político tan conservador, implicaba que la socialdemocracia había alcanzado su meta.
Pareciera que los partidos socialistas en los países desarrollados se habían quedado sin causa.
En una sociedad cada vez más próspera, los trabajadores manuales se
convirtieron en clase media, y la lucha de clases se diluyó. Más tarde,
el derrumbamiento de la Unión Soviética, y del comunismo en la Europa
oriental, juntamente con la adopción de la economía de mercado en China y
Vietnam (nominalmente comunistas), convenció a muchos de que el
comunismo era una vía muerta y puso en duda la necesidad de más
socialismo en los países occidentales. Correlativamente el voto
socialista ha venido declinando gradualmente en Europa, su cuna, hasta
el punto de que en Francia e Italia (¡quién lo hubiera dicho hace unos
años!) los partidos socialistas han desaparecido (los comunistas ya lo
hicieron años atrás) y en países como Alemania, Gran Bretaña y España
tienen una base electoral en declive y llevan años en la oposición (en
Alemania, como socio junior en coalición con la dominante CDU). Hasta en
Escandinavia, el antiguo paraíso del socialismo, los socialistas han
perdido su situación hegemónica.
¿Están los partidos socialistas condenados a desaparecer en toda Europa? Esta parece ser la tendencia, y así sucederá si no se reinventan
(frase manida pero suficientemente expresiva). Tomemos el caso español,
que nos pilla más cerca. Aquí, desde 1996, y sólo con el extraño y
ominoso interludio de Rodríguez Zapatero (2004-2011), la base electoral
del Partido Socialista ha ido estrechándose, a pesar de que, por razones
históricas, el electorado español está más bien escorado a la
izquierda. El grave problema del socialismo español (como el del resto de Europa) es su indefinición.
¿Adopta claramente la bandera socialdemócrata y compite con la derecha
en honradez (en vez de hacerlo en corrupción), y, sobre todo, en
eficacia para administrar el Estado de bienestar, su criatura? ¿O
levanta la bandera del izquierdismo extremo, adoptando a la vez las
causas más peregrinas y variopintas, confiando en que esto atraerá a los
jóvenes? No parece que nadie de autoridad en el partido haya estudiado
seriamente las alternativas; y, si lo ha hecho, es evidente que ha sido
inmediatamente jubilado por una ejecutiva que prefiere la indefinición.
Así, el PSOE parece haber decidido ser socialista constitucionalista los días pares y comunista antisistema los impares.
Esto puede atraerle los votos de los incautos que no perciben las
contradicciones, pero privarle de los que las perciben y las rechazan,
porque la contradicción significa mentira, incompetencia, o las dos
cosas.
Esta búsqueda de causas nuevas en los días impares puede explicar que, contra sus principios y tradiciones, el PSOE se alíe con los movimientos regionales más reaccionarios,
que son los identitarios-independentistas de Cataluña, el País Vasco,
Baleares, Valencia y otros, incluso, última y chuscamente, Asturias.
Estos movimientos xenofóbicos y elitistas, con ribetes racistas y
querencias anticonstitucionales, que durante la Guerra Civil
contribuyeron a desbaratar la cohesión del Gobierno republicano y a
acelerar la victoria de Franco, resultan ser ahora objeto del respeto y
la protección de los socialistas, que sólo a regañadientes han apoyado
la intervención vacilante del Gobierno español en la Cataluña víctima de
la sedición golpista, y que se han proclamado defensores del actual
«modelo educativo catalán», modelo que, además de ser mendaz, opresivo,
discriminatorio y clasista, está en abierta contradicción con el
artículo 3 de la Constitución.
Esta política de improvisación y desconcierto se ha manifestado también en la extraña relación entre el socialista PSOE y el populista Podemos,
relación de amor odio que ha proporcionado las extrañas coaliciones
municipales y autonómicas de Madrid, Barcelona, Valencia, Baleares,
Castilla-La Mancha, etcétera. Podemos es el producto de factores
espurios. Lo peor de la Universidad española (que ya es decir) se ha
visto aupado al puesto de tercer partido parlamentario debido al «truco
de la pinza» del PP y a un rasgo muy peligroso de la democracia y de la
naturaleza humana: cuando las crisis amenazan seriamente el nivel de
vida de grandes sectores de la población, los votantes enloquecen y
apoyan a partidos extremistas y antidemocráticos. Así ocurrió durante la
Gran Depresión del siglo XX y ha vuelto a ocurrir durante la Gran
Recesión del siglo XXI. Entonces la desesperación de los votantes
alemanes dio la victoria a Hitler y preparó el camino hacia el
Holocausto y la guerra mundial. Hoy la furia de los electores nos ha
traído el alza de los populismos de derechas y de izquierdas (muy poca
diferencia entre ellos), el Brexit y Trump. A España le ha regalado
Podemos y a Grecia, Syriza (muchas gracias). El PSOE ha entrado en pánico ante la amenaza de Podemos
y esto ha sido un poderoso acicate para el desmadre de los días
impares. Gracias a sus coaliciones disfrutamos de Carmena & Co. en
Madrid, de Colocau (a parientes y amigos) en Barcelona, y en Valencia y
Baleares se imitan servilmente los desafueros del nacionalismo catalán.
Y por si todo esto fuera poco, el PSOE nos amenaza ahora con una super Ley de Memoria Histórica,
presentada en el Congreso en día par, pero sin duda ideada y redactada
en día impar. Lo más alarmante de este proyecto es su carácter represivo
y totalitario: aspira a establecer nada menos que la Verdad (así, con
mayúsculas) sobre la Guerra Civil y el franquismo, para lo que crea una
Comisión, y el que se atreva a contradecir esa verdad oficial irá a la
cárcel y perderá su empleo (Disposición adicional segunda). De aprobarse
esta legislación socialista (?), en España tendremos, ahora sí, realmente, presos políticos y de conciencia.
Este proyecto es la réplica simétrica del método de Franco, cuyo
ministro de Información y Turismo decía que en España había «libertad
para la verdad, pero no para el error». Y parece escandaloso que la
Disposición adicional primera declare ilegal realizar «apología del
franquismo, fascismo y nazismo» y no diga nada del comunismo o del
anarquismo, que también dejaron un buen reguero de víctimas y
desaparecidos durante la Guerra Civil en España, en Rusia y en muchos
otros países. Esta ley, por otra parte, es totalmente inoportuna. Las
Comisiones de la Verdad en otros países se crearon poco tiempo después
de terminar una cruenta dictadura, cuando los sucesos eran recientes y
supervivían muchas víctimas. Hoy todo esto es muy lejano. La Guerra
Civil terminó hace 79 años, más de tres generaciones. ¿Por qué no
instituyó el PSOE una ley de este tipo en 1982? Yo comparto con los
socialistas la repulsa al franquismo, contra el que luché y cuyas
cárceles conocí, pero eso no nos da derecho a meter en prisión a los que
no opinen como nosotros. Ya está bien de combatir a la dictadura 43 años después de su desaparición.
Sinceramente,
si alguien se pregunta cómo es posible que un político tan falto de
carisma y de popularidad como Mariano Rajoy se perpetúe en el poder
contra viento y marea, la respuesta es clara: una izquierda siniestra.
Gabriel Tortella es economista e historiador, autor, entre otros, de Capitalismo y Revolución (Gadir 2017) y coautor de Cataluña en España (Gadir 2017, 3ª ed.
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