Resistencia para defender la democracia.
Formo parte de una generación que cumplió la mayoría de edad en las postrimerías del franquismo, aquella etapa en la que la dictadura agonizaba aunque el dictador siguiera vivo.
Formo parte de una generación que vivió la incertidumbre inicial y la grandeza final de la Transición democrática. Una generación que pudo votar en referéndum la Ley de la Reforma Política, ese harakiri que se hicieron las Cortes franquistas que permitió ver la luz de la democracia al final del túnel de la dictadura.
Formo parte de una generación que votó la Constitución Española del 78, esa ley que nos hizo a todos ciudadanos de
"un Estado social y democrático de Derecho, que propugna como valores
superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la
igualdad y el pluralismo político".
Formo parte de una generación que tuvo el privilegio de poder ayudar a sus mayores para desarrollar una de las Constituciones más avanzadas de los países democráticos del mundo.
Formo parte de una generación que vivió cómo se cumplía el sueño de sus padres de que España dejara de ser diferente y pasase a formar parte de la Europa democrática.
Formo
parte de una generación que se siente orgullosa de la Transición
española, orgullosa de la generación que nos precedió y que la hizo
posible, de su generosidad, de su sentido de Estado, de su ambición de
país.
Formo parte de esa generación que advirtió las consecuencias que tendría para nuestra sociedad la decisión de Zapatero
de romper los consensos básicos que permitieron hace 40 años alumbrar
la Transición y construir la democracia. Una generación de españoles que
vio cómo se deterioraba la calidad de la democracia que con tanta
emoción y tanto esfuerzo empezaron a construir nuestros padres.
La crisis económica
-que llegó a España con un Gobierno que se negaba a reconocerla y sin
ningún tipo de consenso en políticas de Estado- fue el caldo de cultivo
de la crisis política que se venía gestando. El fallo de los controles
democráticos, el desprecio a la separación de poderes, el
clientelismo político, la mediocridad, la corrupción institucionalizada,
la ausencia de reformas de calado para adaptar nuestro
entramado institucional a la España del siglo XXI, la pérdida de
valores... provocó una degeneración de nuestra democracia de la que no
nos hemos recuperado.
Formo parte de una generación que ha vivido con estupefacción el crecimiento del secesionismo catalán y su pulsión golpista
ante el silencio o complicidad de los prescriptores de opinión, los
medios de comunicación en general, los partidos políticos otrora
nacionales, los sindicatos y las asociaciones empresariales.
Formo
parte de una generación que creyó que el fin del bipartidismo era
imprescindible para regenerar la democracia y que ha visto con
perplejidad que los que han llegado se comportan con la misma falta de
patriotismo de país que los viejos partidos y parecen no aspirar a nada más que heredar a los mayores.
Pertenezco
a una generación que ha vivido la ruptura de la incipiente conciencia
de ciudadanía española que vertebraba la nación democrática. Una
generación que siente la necesidad de defender la democracia en este
convulso momento de la historia de España en el que la pulsión golpista
de los secesionistas junto al escaso vigor democrático del Gobierno de Sánchez
-no en vano llegó a esa magistratura de la mano y con los votos de los
proetarras, los golpistas y los bolivarianos- y al deterioro de nuestras
instituciones más representativas amenazan con que se cumpla la
maldición y se repita lo peor de nuestra historia.
Formo parte, en fin, de una generación que siente que tras la construcción de la democracia y la inacabada regeneración de la misma se impone que alguien levante la bandera para organizar la resistencia y defender el Estado.
Reconozco
que la gente de mi generación creyó que nunca más habría que volver a
defender lo básico: la igualdad entre españoles, la libertad de prensa y
de opinión, la separación de poderes, el cumplimiento de la ley, la unidad de la Nación,
los símbolos constitucionales, la educación en valores... Claro que en
peor situación debió de encontrarse la generación de mi padre, quienes
hicieron la Transición. Y si ellos, que sufrieron las penalidades de la
guerra y la posguerra, no se arrugaron cuando tuvieron que dar la
batalla para recuperar las libertades, no tenemos excusa para que
nosotros, sus hijos y sus nietos, no nos organicemos para defender su
legado.
Sé que no es políticamente correcto -y además resulta muy
antipático- decir que la democracia está en riesgo. Pero no se me
ocurre de qué otra manera calificar la situación de un país que
está gobernado por un ciudadano que llegó al poder aupado por grupos
políticos que tienen entre sus objetivos destruir la España
constitucional. Es el caso de los golpistas catalanes y de los
proetarras vascos; y es también, aunque de otra manera, el caso de los
bolivarianos cuyo líder va a la cárcel a negociar con un político sobre
el que pesan graves acusaciones por organizar una rebelión contra el
orden constitucional.
La democracia española está en riesgo porque ya se ha roto la cohesión entre españoles. La democracia está en riesgo porque el socio principal del Gobierno promueve y vota en un Parlamento autonómico la reprobación del Jefe del Estado.
La democracia está en riesgo cuando la respuesta del Ejecutivo a esa
afrenta se limita a presentar un recurso para que el Tribunal
Constitucional se pronuncie sobre un acto político inaceptable en
cualquier democracia que se respete pero mantiene el acuerdo con su
socio y le regala un plus de protagonismo poniendo el logo del Gobierno de España al servicio de la sigla del inductor del ultraje.
Lo que ocurre en España se parece mucho a lo que se vivió en los años 30 del siglo pasado cuando la unión del radicalismo de izquierdas y los nacionalistas provocaron la destrucción del orden constitucional, la República.
Se ha vuelto a abrir la brecha entre las dos Españas y el discurso de
la ideología de tribu impera entre nosotros; y formar parte de Europa ya
no es suficiente para proteger nuestra democracia de un Gobierno
cautivo de los populistas, del egoísmo nacionalista y de los discursos
xenófobos de quienes apelando a privilegios de raza quieren romper el
país.
Por eso creo que ha llegado la hora de organizarnos para defender el Estado,
que no es el mapa sino la Nación de ciudadanos libres e iguales que
consagra nuestra Constitución. Antes de que sea demasiado tarde.
Rosa Díez es cofundadora de ¡Basta Ya! y de UPyD, y promotora de la revista digital www.elasterisco.es.