Excelente análisis de un hispanista emérito que vive en Cataluña.
El drama de un hogar dividido. El Mundo.
Muchos de los que piensan que conocen Cataluña -y esto no significa
simplemente aquellos que viven en España, sino también los que viven
fuera de España y que han tenido un contacto estrecho con los catalanes y
con los intereses catalanes- parecen haber aceptado una perspectiva de
la situación política que coincide con demasiada facilidad con la imagen
cuidadosamente creada y difundida por un puñado de publicistas y
periodistas. De acuerdo con esta imagen, hay un conflicto profundo,
arraigado en siglos de historia, entre la cultura y los intereses de la
región y la cultura y los intereses del Estado nacional. Eso, al
parecer, ha provocado las actuales tensiones, y -dice su argumento-
deberíamos hacer un intento para resolver esas tensiones entre la región
(Cataluña) y el Estado (España).
Esta presentación, tratando de tensiones entre España y Cataluña, me
parece hoy casi irreal. Las tensiones que veo a mi alrededor aquí en
Cataluña son de un orden diferente. Son, de hecho, tensiones que no
tienen nada que ver con el conflicto histórico entre el Estado y la
región. Más bien, las tensiones están en sumo grado dentro de la región.
El verdadero conflicto es de Cataluña contra Cataluña. Es un conflicto
que ha sido provocado artificialmente para servir a las ambiciones
políticas personales y específicas en el principado, y que tiene pocas
raíces en la historia o la cultura de la región.
El fenómeno no es nuevo, y estudios recientes han puesto de
manifiesto la forma en que ha salido a la superficie en áreas tan
distintas como Bélgica, Japón, Canadá y Australia. Muy recientemente, un
escritor en Australia hizo la siguiente observación: “dos son las
Australias que se miran la una a la otra a través de un abismo
ideológico y ambas afirman ser custodias de la autentica identidad
nacional australiana. Somos una casa dividida, cada vez más cerca al
resto del mundo, pero cada vez más lejos la una de la otra”. Si ese es
el caso de Australia, es aun más cierto en el caso de la Cataluña de
hoy.
Un puñado de políticos en Cataluña, completamente ajenos a su
obligación primordial de servir a los intereses del público, han
decidido perseguir un objetivo que imaginan ser el medio idóneo para
mantenerse en el poder. Con este fin, han tratado de crear un elaborado
espejismo político que pretende seducir al viajero cansado y asegurarle
que está al alcance de la Tierra Prometida. ¿Cuáles son los medios que
se han empleado en la hoja de ruta hacia este objetivo?
En primer lugar, han tirado por la borda cualquier pretensión de
ideología o de creencia política. Las aspiraciones de toda una
generación de catalanistas tradicionales, de socialistas, de
progresistas, han sido rechazadas. En su lugar han afirmado que no hay
diferencia entre la izquierda y la derecha, que los conservadores ahora
deben alinearse con los comunistas, y que deben compartir el mismo
objetivo indiviso. Por supuesto, ese “objetivo” no se explica o define y
cualquier petición de que se explique es rechazada bruscamente. El
impacto en el esquema político tradicional ha sido devastador. Los
catalanistas de toda la vida, que se han dedicado por entero a las ideas
que tenían sobre cómo promocionar el bienestar de su país, han sido
eliminados de la escena política, simplemente porque se niegan a creer
que su objetivo ahora debe coincidir con el de los demagogos radicales.
Los socialistas de toda la vida, que siempre se habían identificado con
el pueblo y con los trabajadores, han tenido que abandonar esa
perspectiva e identificarse en cambio con la tradicionalista élite
burguesa.
En segundo lugar, los predicadores del nuevo evangelio han declarado
en repetidas ocasiones que la hoja de ruta no pretende ser democrática.
Es verdad que han pedido reiteradamente el apoyo popular, pero siempre
con la condición de que los votos de las personas no siempre cuentan.
Proclaman que en una futura elección la mayoría de escaños será
decisiva, aunque apenas represente el 30% de los votantes, cifra que es
la última estimación citada en el periódico ‘La Vanguardia’. Ese 30%,
según ellos, es la auténtica Cataluña, y suficiente para justificar una
proclamación de la independencia. Las elecciones, según ellos, son
realmente un referéndum, y deben ser aceptadas como un referéndum,
incluso si no se reúnen las condiciones requeridas normalmente por una
consulta democrática y constitucional de la opinión.
En tercer lugar, con el fin de preparar el camino para la hoja de
ruta, han llevado a cabo una campaña masiva para reescribir la historia
de su país. El proceso ha sido generosamente financiado por la
Generalitat, que dedicó millones a la creación de centros para la
“Historia” de Cataluña, y la “Historia” de Barcelona. Más recientemente,
un respetado historiador, marxista de toda la vida, ha sido persuadido
para producir un estudio sobre la identidad catalana que otro
historiador, también catalán y trabajando en París, ha criticado como
“culmen del nacional comunismo romántico”. La fusión de comunismo y
romanticismo burgués es ahora, de hecho, un ingrediente crucial de la
hoja de ruta. Sirve para confundir la información sobre el pasado a
disposición de millones de catalanes, cuya historiografía siempre ha
sido víctima de la ideología, y nunca tanto como hoy.
En cuarto lugar, ha habido una campaña de desinformación que ha
servido para confundir y dividir a los catalanes. La señora que dirige
un grupo autodenominado Asamblea Nacional de Cataluña ha hecho discursos
afirmando que el pueblo será feliz y libre en la nueva Tierra
Prometida, donde estarán a salvo de la depredación del Estado español.
La idea es hacer público que todos los catalanes están unidos en su
apoyo a la hoja de ruta, que es el único camino a seguir. En la capital
comarcal cerca de donde vivo, todas las banderas públicas de los
partidos políticos se han eliminado y por lo que yo puedo ver sólo una
bandera vuela libremente, una bandera que, como es el caso, no es la
bandera nacional de Cataluña, sino la bandera exclusiva de la coalición
burguesa comunista que apoya el separatismo. La práctica eliminación de
la bandera catalana es, por supuesto, no un hecho de los españoles, sino
de los catalanes. Nada demuestra más claramente que el verdadero
conflicto generado en los últimos meses ha sido provocado por algunos
catalanes contra otros catalanes.
El resultado de estos hechos, respaldado y generado por un puñado de
personas, ha sido la creación de un malestar social generalizado. En
tiempos pasados, la personas se criticaban unas a otras libremente y por
encima de todo criticaban a los españoles, contra los cuales tenían
quejas bien establecidas y sobre la base de razones genuinas. Ahora la
situación es diferente. Los vecinos ya no se hablan abiertamente entre
sí acerca de sus problemas por temor a provocar tensiones. Se ha
convertido en indeseable cuestionar las mitologías fabricadas en apoyo a
la hoja de ruta. Las falsedades han sustituido a las verdades, la
desunión ha sustituido a la antigua unidad entre los sectores de la
comunidad. Cataluña se ha vuelto contra sí misma, en lugar de
permitírsele continuar con sus opciones históricas auténticas. Ese es el
verdadero logro de la alianza electoral entre burguesía y demagogos: la
destrucción de la calidad de Cataluña y del genio de su pueblo.
Henry Kamen es historiador británico. Su última
obra, publicada por La Esfera de los Libros en 2014, es "España y
Cataluña. Historia de una pasión".
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