Aquí se puede leer una exposición clara de la desgraciada manía antifranquista, a 40 años de la muerte de Franco. Se compadece con la nueva oleada de cambios en los nombres de las calles, en las ciudades españolas en manos de la "nueva izquierda".
El antifranquismo, cáncer de la democracia
Hace
años vengo denunciando al antifranquismo como el cáncer de la
democracia. Parece que otros, Hermann Tertsch, por ejemplo, se van
percatando a su vez de esta evidencia. En política suele ocurrir que
las evidencias sean lo último que se percibe.
El antifranquismo,
como antaño el anticatolicismo, es el factor común a todos nuestros
políticos de medio pelo. ¿Qué es lo que une a De Juana Chaos, Soraya,
Zapatero, Urcullu, Mas, Josu Ternera, Rajoy, antes a Carrillo o
Bolinaga, a Cebrián, Alfonso Guerra, Susana, Aido, Ansón, Arzallus,
Pakito, Chacón, Sánchez, probablemente Rivera, y tutti quanti?
Solo una cosa: todos se proclaman antifranquistas en mayor o menor
grado, todos identifican antifranquismo y democracia, todos aspiran a
borrar de la historia “la era de Franco”, unos “mirando al futuro”,
otros de modo más activo; unos privando de historia a los españoles,
otros falsificándola. Y ahí se halla la fuente de todos los males que
sufre nuestra democracia y que están amenazando la propia subsistencia
de la nación. Algo parecido ocurría en el Frente Popular, alianza de
izquierdistas y separatistas, hoy ampliada al PP.
Para
entender lo que esto significa basta observar las amenazas y
distorsiones más graves que sufre nuestra política, que podrían
resumirse así:
La connivencia con el terrorismo, en particular el de la ETA.
Las oleadas de corrupción, que afectan a todos los partidos con poder.
Los separatismos.
La “muerte de Montesquieu”, es decir, la politización de la justicia.
Estas cuatro amenazas que corroen la democracia y la unidad nacional,
tienen el sello del antifranquismo. En función de la identificación de
antifranquismo y democracia, nadie más demócrata que la ETA y el PCE,
que lucharon realmente contra aquel régimen, cosa que no hicieron los
demócratas o los separatistas, exceptuando los etarras. No había
demócratas en las cárceles de Franco, y los pocos existentes en la
sociedad vivían y prosperaban en aquel régimen sin más oposición que
alguna intriga menor o algunas quejas.
Nótese que no incluyo
entre los peligros para la democracia al terrorismo etarra, sino a la
connivencia con él. Hay un hecho violentamente antidemocrático,
antinacional, un golpe tremendo al estado de derecho, que debiera bastar
para ver en qué ha degenerado el sistema actual: desde la transición,
la ETA ha disfrutado de un estatus especial, del intento de alcanzar una
“salida política” negociando con los asesinos. Negociación implica aquí
colaboración, puesto que convierte al asesinato en un modo de hacer
política. La excepción fue el período de Aznar, cuando se trató a la ETA
como debe hacerse en un estado de derecho y con resultados
extraordinariamente buenos. Según confesión de sus jefes, el grupo
terrorista se hallaba al borde del precipicio. Vino entonces el PSOE,
después del 11-m, a rescatar a los criminales mediante la colaboración
más espectacular, refrendada por un Parlamento corrupto hasta la médula,
y no solo en lo económico: cientos de asesinatos premiados con
legalidad, cargos políticos, dinero público en abundancia, proyección
internacional... Entre la ETA y el PSOE hay demasiadas coincidencias
políticas: ambos se proclaman socialistas, aparte de otras muchas cosas
como abortistas, homosexualistas, etc. Y la una es radicalmente
antiespañola y el otro, como poco, indiferente a España. Pero, sobre
todo, los dos se definen como visceralmente antifranquistas. Tienen
mucha base para “negociar”. Y a todo ello se ha sumado el PP.
¿Por qué casi ningún analista ha denunciado o siquiera ha querido ver
el gravísimo delito contra las leyes, contra la Constitución, contra la
convivencia social, que ello ha supuesto? Cuando se habla de corrupción
se piensa en el dinero, pero hay otras corrupciones más profundas e
infecciosas, empezando por la intelectual.
Como máximo
argumento, en una conferencia unos charlatanes me preguntaron
intimidatoriamente si yo condenaba al franquismo. Respondí: "claro que
no lo condeno. El franquismo no venció a una democracia, sino a un
proceso revolucionario que amenazaba disgregar España y destruir la
cultura cristiana. Después libró a España de la guerra mundial, que
habría multiplicado los desastres, derrotó al maquis, que intentaba
volver a la guerra civil, hizo que los españoles olvidaran los odios que
destrozaron a la república y dejó un país próspero y reconciliado. La
democracia o lo que hay de democracia, ha sido posible por la herencia
del franquismo". Y todas las amenazas a ella provienen, insisto, de ese
antifranquismo zascandil de después de Franco, colmo de la estupidez.
Pero la estupidez, como la mentira, juega un gran papel en la historia
Los
bergantes habituales dicen que en la transición se reconciliaron los
españoles. Nada de eso: los españoles estaban en su inmensa mayoría
reconciliados. Quienes se reconciliaron entonces fueron unos
mediocrísimos políticos, y lo hicieron sobre bases falsas que han
conducido a la crisis actual. De no haber contado con la herencia de
paz, prosperidad y reconciliación legada por el régimen anterior,
aquellos botarates nos habrían conducido de nuevo, en muy pocos años, al
desastre republicano. Al que, por fin, tienden nuevamente. A eso
conduce la falsificación de la historia por unos y el intento de
olvidarla por otros.
Todo esto lo he tratado con detenimiento en Los mitos del franquismo.
Va dedicado “a quienes respeten la verdad y sientan la necesidad de
defenderla”. Es por tanto un libro de combate. De combate contra la
mentira profesionalizada que denunció reiteradamente y en vano Julián
Marías.
Pío Moa
http://www.gaceta.es/pio-moa/antifranquismo-cancer-democracia-16102015-0823
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