En el mismo instante en el que la crisis mostró su fea cara, precisamente en aquel septiembre de 2007, el mundo de la globalización y de la hegemonía americana enseñó su decadencia a plazo.
Los antiguamente confiados electores europeos empezaron, o acentuaron, el viraje hacia opciones extremo populistas; la placidez del mercado electoral quebró.
No sólo fue la llegada masiva de inmigrantes ajenos a la cultura europea, fue también la desconfianza, y en consecuencia nacieron populistas en Polonia, Hungría, Italia, Inglaterra, Francia y hasta en Alemania.
En España el peligro se veía lejano, desconocíamos las maniobras oscuras de la Venezuela chavista y los esfuerzos de PP y PSOE para alimentar populismos de izquierda y derecha en una guerra cruzada de uno contra otro.
Hasta ese momento, la transición, el Rey, el autonomismo o Europa eran realidades inamovibles. Prácticamente todos los numerosos prebostes políticos jubilados de UCD, AP, PSOE y hasta Carrillo y Carlos Garaicoechea daban carta de naturaleza positiva a la transición, aunque fuese como punto de partida. Pero eso ha terminado.
¿Por qué el PSOE, cuyos homólogos se hunden en Europa, sobrevive? Quizás porque ha sacado a pasear el fantasma de la Guerra Civil y el Franquismo.
Conversaciones de paz con ETA, alianzas con partidos inconstitucionales y golpistas sirven para mantener la dosis de crispación que sostiene su voto. En el otro bando, la reacción a estas maniobras y al tancredismo pepero ha sido VOX.
Qué podemos esperar de un país que mitifica a un bando de la Guerra Civil independientemente de en cuál combatieron sus familiares muertos; qué esperar de un pueblo capaz de conmemorar una matanza propia de guerra civil y que olvida el heroísmo en las guerras contra el enemigo exterior, los Sitios de Zaragoza, reconocido hasta por el propio enemigo de entonces, los franceses.
La gasolina de nuestro egoísmo, muy favorecida por la crisis económica, seguirá siendo alimentada por el gobierno frankenstein de Sánchez.