Durante los años sesenta del siglo XX, Norteamérica se enfrentó, durante la guerra fría, a la guerra caliente en el Vietnam.
Los norteamericanos se embrollaron en el más importante conflicto neocolonial que ha existido; el Vietcong, siguiendo la doctrina leninista de los frentes nacionales derivada de la obra de Lenin "El Imperialismo Fase Superior del Capitalismo", se enfrentó a los norteamericanos como el Viet Minh se había enfrentado a los franceses.
La guerra se distinguió por transcurrir sin la formación de las tradicionales líneas de frente, salvo las que se establecían alrededor de los perímetros de las bases o campos militares, de manera que las operaciones se sucedieron en zonas no delimitadas, proliferando las misiones de guerra de guerrillas o de "búsqueda y destrucción".
Todo esto, junto con acciones de sabotaje en las retaguardias de las áreas urbanas, el uso de la fuerza aérea para bombardeos masivos y el empleo extensivo de agentes y armas químicas, constituyendo estas últimas operaciones violaciones de diversas convenciones internacionales de guerra que prohíben la utilización de armas químicas y biológicas.
En el momento álgido de la guerra, hubo hasta 900.000 soldados norteamericanos ya que el ejercito, al contrario que ahora, llevaba todas las operaciones logísticas.
Los avances del comunismo preocupaban a Estados Unidos desde casi el fin de la Segunda Guerra Mundial. Países como Malasia, Indonesia o Filipinas habían estado muy cerca de caer del lado comunista; ya lo habían hecho China, Vietnam del Norte, Cuba y todas las naciones europeas bajo la ocupación soviética.
Estados Unidos temía quedar rodeado de una constelación comunista de la que Vietnam sería una pieza más de una cadena. Era la teoría del dominó.
Mientras tanto, en el orbe marxista la pugna ideológica y de supremacía desatada desde hacía años entre Moscú y Pekín seguía su proceso. De hecho, el cada vez más intenso conflicto bélico del sureste asiático no era precisamente indiferente a los dos colosos a la hora de atacarse verbalmente de forma mutua.
Para esa época, la filosofía analítica ya había destrozado al marxismo, los economistas neoclásicos habían desentrañado los errores del determinismo socialista y la realidad histórica, con un mundo internacional sometido al mercado que había alcanzado ya los 3500 millones de personas, gran éxito biológico, hacía de los regímenes comunistas unos sistemas pasados de moda.
Aun así, el trabajo de millones de trabajadores esclavos, la determinación de vencer y la mezcla de palo y zanahoria que aplicaba la propaganda para utilizar el justo resentimiento del tercer mundo, ocultaban y ralentizaban los graves defectos de esa economía: la ausencia de innovación y el paro encubierto que llevaba poco a poco al colapso fiscal del Estado.
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