18 jul 2013

Mundos estables e inestables


José Joaquín Arazuri Díez ha pasado a la Historia de Pamplona como un experto conocedor y amante de su ciudad. La afición de Arazuri nació al poco de casarse, cuando en casa de sus suegros encontró unas antiguas postales de Pamplona que guardó.












Con el paso del tiempo la colección fue aumentando, bien gracias a donaciones de particulares o bien por las copias que el propio Arazuri hacía de documentos gráficos que luego archivaba de forma meticulosa. A este trabajo le seguía otro de documentación en el que Arazuri se afanaba por localizar el mayor número de datos y fechas. Surgieron así sus primeros trabajos sobre la historia menuda de Pamplona: Pamplona antaño, Pamplona estrena siglo, y Pamplona, calles y barrios, una de las más populares. De manera que al archivo fotográfico va unida una amplia documentación histórica. 













En Arazuri se observa una Pamplona estable y tranquila con sus crisis inevitables pero fundamentalmente fiable, parecida a su pasado. En él vemos como al principio del siglo XX, el fundamento de lo que se consumía en Pamplona se fabricaba en la cuenca del Arga con pequeños añadidos de la Provincia. Sólo materias muy concretas llegaban del resto de España y los productos extranjeros eran muy raros. El mundo del trabajo era estable, casi gremial, y las convulsiones actuales en el empleo hubieran sonado apocalípticas.











En mi infancia Pamplona no había cambiado mucho, por supuesto que estaban ahí las nuevas tecnologías e industrias pero fundamentalmente la ciudad giraba sobre los mismos ejes de antaño con familiones yendo a misa el domingo, con un casco viejo habitado por los propietarios de los pequeños comercios y por los dependientes, con niños que heredaban la ropa de sus hermanos. Recuerdo escenas sueltas: el día del Corpus con el ejército acompañando a la procesión y profusión de banderas de España (algunas tradicionalistas), un encuentro ecuménico en la catedral donde vi por primera vez ¡un rabino Judío! Con decir que el primer hombre de color que vi, fuera de las películas de Tarzán, era un estudiante del Estudio general de Navarra en la Cámara de Comptos. Desde luego una Pamplona limpia y católica.











Era como ese mundo estable de los etnógrafos del siglo XVIII que, según decía Julio Caro Baroja, los nacionalistas veían como una foto fija. El mundo en realidad es caótico y fluye en épocas caóticas como el volcán que nos ha tocado vivir, con el casco viejo lleno de bohemios o de extranjeros ilegales dispuestos a convertir la zona en una especie de barrio chino; inestabilidad en el trabajo, ruptura familiar, hundimiento de mitos y creencias. Mundos a lo Solomon Kane, agrestes y turbios donde los católicos se confunden con brujos. En realidad mundos solitarios a la espera del final.

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