6 may 2020

La gestión de la muerte


Edmund Burke definió la sociedad como un gran pacto entre las generaciones, un pacto entre los que ya habían muerto, los vivos y los que habían de nacer. En la actual pandemia, en España, parece que no cumplimos ninguno de los términos del pacto; dejamos un erial a la posteridad, destrozamos a los mayores y trabajadores y empresas se van del mapa abandonados. Nos encontramos en la fase que han bautizado como "desescalada" y ya es hora de analizar la "maravillosa" gestión realizada por el Gobierno.





Por lo que sabemos, el servicio de información (CNI) había proporcionado al presidente, por escrito, un relato exhaustivo de lo que estaba ocurriendo en China, en Wuhan y en su provincia; en el informe se evaluaban los riesgos para España. La OMS avisó en febrero de los peligros de la pandemia e Italia clausuró la región norte del país.
En España no se tomaron más disposiciones que exhumar a un director  de crisis de la época de Rajoy, el doctor Simón. 






No se tomaron medidas contra las muchedumbres y reuniones masivas, era necesario esperar al 8 de marzo ya que los asesores del Presidente y de PODEMOS entendían la manifestación como un punto propagandístico vital para el Gobierno. A partir del 9 de marzo, la percepción cambió y se tomó la decisión de nombrar un gabinete de crisis y comenzar a comprar material (mascarillas, respiradores y test) pero una cosa es planificar y otra llevar a efecto. Había que dotar al Estado de poderes excepcionales. El día 11 de marzo la OMS declaro al COVID 19 como pandemia, muy tarde; al igual que el del gobierno chino, el retraso fue político. Los chinos sabían el problema desde fines de noviembre y la OMS se retrasó por deferencia. 






España no pudo empezar a comprar hasta el RD Ley del estado de alarma, noche del 14 de febrero, ya era tarde. El Gobierno confiscó el material de las CCAA y la maquinaria legal empezó a ponerse en marcha. El día 15 se instauró un confinamiento sólo comparable al efectuado en Wuhan, las restricciones comerciales y laborales fueron máximas y a partir del día 28 de marzo incluso afectando a las actividades industriales. El coste económico se calcula como el más grande del mundo desarrollado, en términos porcentuales. Sin embargo, los contagios y los muertos siguieron aumentando con persistencia aunque el ritmo de aumento descendía. 






Tampoco la información de contagios y fallecidos era real, estaba maquillada; se calcula que hay un 70% más de fallecidos y de diez a veinte veces más contagiados asintomáticos. 
No se puede saber la realidad de los contagiados porque no se hacen tests ya que o no hay o la gestión de compras es catastrófica. Hay una gran falta de transparencia respecto a los fallos de compras y no se quiere contar con las empresas españolas que trabajan en China. 





No hay EPI,s, no hay mascarillas y los sanitarios españoles son los más expuestos, vease si no el número de contagiados.
Es decir, más muertos por millón, más sanitarios contagiados, menos tests y el problema de las mascarillas con algo de empecinamiento. 
¿Era necesario este hundimiento económico y este confinamiento? No lo parece a tenor de lo ocurrido en Portugal o Grecia, en Corea y Taiwan.




Ahora nos enfrentamos a un desconfinamiento tardío y sin que las ayudas lleguen a las empresas; el paro puede rondar el 20% y la caída del PIB el 12%. No habrá despegue en V y la burocracia se llevará a muchas empresas y puestos de trabajo pero esto no despierta empatía en el Gobierno. 




Los estados de alarma se suceden, hay restricciones propias de estados de excepción y se persigue a disidentes en las redes y en los medios con la excusa de los bulos. Se habla de la imposición de un régimen clientelar propio de Argentina o Venezuela.
No parece que el Gobierno tenga un itinerario previsto y los comunistas braman en sus medios.












 



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