26 mar 2016

Atentado en Bruselas

Estamos sumergidos en una guerra asimétrica que no nos dará respiro. Esta vez ha sido en Bruselas a dos pasos de las instituciones de la UE pero como ha dicho Rajoy "no hay muertos españoles" (eso creía él) y parece que tampoco funcionarios de la Unión. 
Entre las cosas que nuestra decadente civilización a exportado al mundo con éxito está el terrorismo, también hemos importado familias enteras islámicas educando a sus hijos y en la conjunción de los dos fenómenos aparecen estos jóvenes europeos de formación occidental y brutal fanatismo. La médula de nuestra cultura está seca pero seguimos fabricando artefactos con potencial suficiente de imposición, nuestro mundo cae pero otro lo sustituirá.
En el primero de estos escritos hay un programa optimista de defensa y lucha contra el terror; su autor es Jorge Dezcallar, un experto en asuntos islámicos que no estuvo muy acertado el 11M. El segundo es de Pepe García Domínguez sobre el origen europeo de este tipo de terrorismo.





El Confidencial Jorge Dezcallar.



El terrorismo ha vuelto a teñir de sangre una ciudad europea. Esta vez ha sido Bruselas, con atentados en el aeropuerto y en una estación de metro al comienzo de la Semana Santa. Aunque no está aún confirmado, el ministro español de Exteriores los ha atribuido al Estado Islámico que quiere traer el combate al corazón de Europa. Sus jerifaltes son sin duda extremistas religiosos pero no son imbéciles y por eso cabe preguntarse las razones de atacar a Occidente cuando parecen perder algo de fuelle, haber sufrido pérdidas territoriales en Siria y también en Iraq, tener deserciones cada vez más frecuentes y estar siendo bombardeados a diario.



El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas ha conseguido poner de acuerdo a gentes con intereses tan dispares en Siria como son los rusos, los norteamericanos, los turcos, los saudíes y los iraníes, que no era nada fácil, en el objetivo de pacificar el país, aunque cada uno entienda de manera diferente lo que eso implica y qué prioridad tiene el Estado Islámico en este proyecto. Pero si esto es así, ¿por qué irritarnos más aún con esos ataques terroristas en París, en Los Ángeles, al avión ruso de Sharm el Sheik, en Ankara, en Estambul, en Beirut y ahora en Bruselas? (Los ataques terroristas contra hoteles en Bamako, Uagadugu y Costa de Marfil han sido obra de Al Qaeda, que está también ocupada en estos momentos en aprovechar el vacío de poder producido por la guerra en Yemen para tratar de hacerse con un "territorio liberado" a su disposición).

La venganza y demostrar que son capaces de hacer daño puede ser la intención primordial del ataque de Bruselas tras la detención de Salah Abdeslam

Con los saudíes todavía no se han metido porque esos tan pronto les bombardean (pero menos) como les llenan los bolsillos por vías indirectas. Parece que el interés del Estado Islámico debería ser más bien concentrarse en los varios campos de batalla que tiene abiertos, ahora que también se ha plantado en Libia –desde donde amenaza con otra oleada de refugiados hacia las costas europeas– y no desperdigar esfuerzos. Pero este análisis es equivocado y la prueba son los centenares de asesinatos que llevamos últimamente.

De hecho, el Estado Islámico tiene poderosas razones para atacar a Occidente:

La primera es precisamente la de subir la moral de sus tropas cuando peor les van las cosas sobre el terreno y cuando sus operativos son detenidos en Europa. Se diría que la venganza y demostrar que siguen siendo capaces de hacer daño puede ser la intención primordial del ataque de Bruselas apenas unos días después de la detención de Salah Abdeslam, el "enemigo público número uno" tras haber participado y luego huido de los atentados de París, donde murieron 130 personas. Hacerles ver que les pueden estar zurrando pero que deben llevar la cabeza alta porque son capaces de responder cuando menos lo esperamos "donde más nos duele": en casa, en la retaguardia y provocarnos muchas muertes y mucho dolor. El hecho de que los atentados se hayan producido en la capital de un país con alerta máxima por riesgo de terrorismo solo añade sarcasmo a la tragedia, aunque también obliga a hacernos algunas preguntas. Por eso, en cuanto puedan volverán a atacar, es algo sobre lo que no debemos hacernos ilusiones. Y cuanto peor les vaya, mayor será el riesgo.



La segunda es poner en práctica real la guerra asimétrica que les enfrenta a la coalición internacional y responder con sus propias armas a los bombardeos a que se les somete. Ellos no tienen aviación y no pueden bombardear, tampoco tienen una Marina que les permita atacar nuestras costas y responden de la forma que pueden, con lucha de guerrillas sobre el terreno y con el arma del terrorismo -que ellos consideran legítima lucha armada- contra quienes han venido de lejos a atacarles, aunque ese no sea precisamente el caso de Bélgica, que es objetivo tanto por una razón de oportunidad, porque hay allí una amplia comunidad musulmana que proporciona a la vez reclutas y posibilidades de ocultamiento, como porque Bruselas es la capital de Europa y la sede de las instituciones europeas, muy cerca de las cuales está la estación de metro atacada el lunes.

La tercera es irritarnos y obligarnos a meternos cada vez más en su guerra porque en su lógica mesiánica el Estado Islámico es solo una fase de un proceso para traer al mundo el triunfo del Islam, que pasa por la conquista de Estambul, la nueva Roma, y la posterior derrota y destrucción del propio Estado Islámico. Quieren ser derrotados, por raro que nos parezca, porque eso será la señal del fin del mundo. No es una broma, así lo creen y puesto que tiene que suceder, cuanto antes ocurra, mejor. A fin de cuentas, les esperan las huríes en el paraíso.

La cuarta es que cuanto más les ataquemos, más podrán presentar su lucha de liberación como algo que no va dirigido contra hermanos musulmanes desviados, yazidíes blasfemos o apóstatas chiítas (algo que, por ejemplo, suscita críticas de la propia Al Qaeda, la franquicia terrorista rival), sino contra los malvados cruzados cristianos, que tan mal recuerdo han dejado en el universo mental musulmán. La derrota de reino cristiano de Jerusalén, de los Godofredos, Federicos y Ricardos y la expulsión final de los cruzados por Saladino (cuya tumba, cubierta de seda verde, está detrás de la mezquita de los Omeyas, en Damasco) es algo que se saben de memoria todos los niños árabes y ahora sirve para movilizar a los jóvenes en contra de los nuevos cruzados que han cambiado lanzas y espadas por misiles y drones. Según esta lógica, cuantos más bombardeos sufran, más reclutas acudirán a luchar bajo la negra bandera del Daesh y en esto no andan desencaminados.

Quieren ser derrotados, por raro que nos parezca, porque eso será la señal del fin del mundo. A fin de cuentas, les esperan las huríes en el paraíso.

La quinta es que al sufrir estos bombardeos esperan crear problemas de conciencia y de identidad entre la gran comunidad musulmana residente en Europa y en los EEUU y cuyo proceso de integración en más que defectuoso. Y dificultar la convivencia, creando brechas infranqueables entre las comunidades de culturas y religiones diferentes. Estos musulmanes que viven entre nosotros pero que no se han integrado ni económicamente, ni socialmente, ni culturalmente, que viven en 'ghettos' de miseria en la periferia de las grandes ciudades sin trabajo ni esperanza de tenerlo, y que tienen con frecuencia crisis serias de identidad, pueden sentirse atraídos por quién les ofrece un sentido de pertenencia y un objetivo a sus vidas, y verse así arrastrados a formar una quinta columna en Europa y en América dispuesta a actuar cometiendo atentados terroristas en nuestras calles como lobos solitarios o formando pequeños grupos. Al fin y al cabo los atentados terroristas del tipo de París o Bruselas son muy baratos y fáciles de preparar y de llevar a cabo. No exigen ni transferencias de dinero, ni tecnologías o armas muy sofisticadas.

Y la sexta razón podría ser la de crear el caos entre nosotros, obligarnos a cerrar aeropuertos y a cancelar vuelos en plenas vacaciones de Semana Santa, llevar el miedo y la irritación a nuestros hogares, excitar los sentimientos xenófobos y populistas que tanto daño hacen a nuestra convivencia democrática, crear desconfianzas entre los estados europeos y cerrar fronteras (se ha cerrado la frontera franco-belga) contribuyendo a poner otro clavo en lo que algunos quisieran que fuera el féretro del Acuerdo de Schengen. Porque, en definitiva, cuanto más débil sea Europa, cuanto más descoordinadamente actuemos, mejor para nuestros enemigos.

De modo que los ataques terroristas forman parte de un plan muy meditado y por eso continuarán siempre que tengan oportunidades para llevarlos a cabo, porque constituyen un instrumento al servicio de los designios estratégicos del Estado Islámico y si no los hay con más frecuencia no es por falta de ganas sino porque no pueden, por la eficacia de los servicios de Inteligencia y de las Fuerzas de Seguridad, que también participan en esta lucha y que no paran de frustrar intentos y de detener a terroristas. No hay que olvidar que el Estado Islámico no es un grupo terrorista como otros sino un grupo insurgente que utiliza el terrorismo para lograr sus fines. Pero estoy convencido de que le acabaremos venciendo y que lo lograremos sin que el fin de su mundo signifique el fin del nuestro. Hasta entonces, toca pelear. Y a veces, sufrir.
 



Los islamistas son nuestros hijos



José García Domínguez, Libertaddigital







Otra matanza indiscriminada. Esta vez en Bruselas. Occidente, sostiene John Gray, sin duda el último gran pensador que nos queda en Europa, vive poseído por el mito de que, a medida que el resto de mundo absorba la ciencia aplicada a la técnica y devenga moderno, se convertirá en más laico, tolerante, mercantil y pacífico como, pese a todas las evidencias en contra, se percibe a sí mismo. En su enternecedora ingenuidad antropológica, Occidente es capaz de creer en cualquier cosa. El 11-S cayeron las Torres Gemelas, pero la candidez de los hijos putativos de la Ilustración y su optimismo universalista siguen en pie, como si nada hubiera ocurrido. Occidente quiere creer que la violencia islamista, tan visceral, forma parte de un choque de civilizaciones. Pero tras ese milenarismo mesiánico que inspira al Islam radical no hay ninguna colisión con algo distante y ajeno a la propia cultura occidental.
Bien al contrario, si a algo recuerda la fanática brutalidad de los militantes fundamentalistas es a una práctica muy específicamente europea y occidental, la del adanismo sanguinario de los anarquistas decimonónicos, primero, y la de su inmediato sucesor, el irredentismo de las facciones más extremas de las distintas obediencias marxistas-leninistas. Al cabo, no hay nada que concuerde más con las tradiciones europeas que lanzar una bomba en medio de una plaza pública abarrotada de ancianos, mujeres y niños. Occidente quiere creer que el islamismo supone un retroceso a la Edad Media. Pero en la Edad Media no había tipos como Amibael Guzmán, el líder de Sendero Luminoso, o Pol Pot, directos inspiradores del proceder islamista. La de la propaganda por la acción es una idea política específicamente europea y moderna. Eso nada tiene que ver con el Islam tradicional y arcaizante.
Si por algo se caracteriza la actual variante teocrática del terrorismo es por su absoluta modernidad. Una modernidad que, además, remite al núcleo mismo de la alta cultura occidental. ¿O qué otra cosa encierra el rechazo expreso de la razón más que un reflejo del pensamiento de Nietzsche y demás románticos europeos? El singular híbrido de teocracia y anarquía que retrata al islamismo asilvestrado es, nos guste o no, un subproducto surgido de idéntica matriz que el radicalismo político occidental. Los nihilistas rusos en el XIX; las Brigadas Rojas y la Baader-Meinhof, en el XX. Dos siglos de distancia y una creencia común, la de que es posible alumbrar un orden nuevo sobre las cenizas de la civilización conocida, todo merced a actos de destrucción espectaculares, luego un millón de veces amplificados gracias a la labor de los medios de comunicación. He ahí sus genuinos mentores espirituales. Nos guste o no, son nuestros hijos. - Seguir leyendo: http://www.libertaddigital.com/opinion/jose-garcia-dominguez/los-islamistas-son-nuestros-hijos-78489/
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