1 nov 2019

El motín

La situación de rebelión, y casi guerra, que se vive en Cataluña es parte de un plan para desestabilizar España y, no nos engañemos, Europa. 
Pero como todo fenómeno histórico es necesario saber su genealogía, y no la lejana ya comentada en este blog sino la cercana, la inmediata.
Desde el mismo momento en el que CIU tomó control de la autonomía catalana, se puso en marcha un proceso por el que una parte del presupuesto autonómico se dedicó a nacionalizar Cataluña, alimentando ONG,s, conformando el sistema de enseñanza, los medios de comunicación y la administración catalana. 






La corrupción rampante, y conocida en medios de inteligencia, hacía que al mismo tiempo se robara dinero, no sólo para devolver multiplicado el invertido por Pujol, para financiar el partido, comprar voluntades y realizar campañas sino para alimentar un fondo de reptiles pensando en el momento en que nos encontramos, aunque no se sabía cúando tendría lugar; "hoy paciencia, mañana independencia".






La existencia de estos fondos producto de la malversación, la corrupción, el clientelismo, el cohecho y en definitiva la prevaricación era conocida pero no suscitó reacción alguna; los gobiernos pensaban que la independencia siempre aparecería como inviable y no querían tener un problema en Cataluña, perdiendo el apoyo a la gobernabilidad que CIU daba. Se les pasará, pensaban, pero no se les pasó sobre todo cuando la crisis acercó a los prebostes nacionalistas a la cárcel.






El año 2004 subió al poder, favorecido por los brutales atentados del 11 de marzo, José Luis Rodríguez Zapatero; como todos los recién llegados a la Moncloa habló de una segunda transición, pero en este caso no era propaganda, era verdad. Tanto la Ley de Memoria Histórica como las negociaciones con ETA manifestaban la intención de realizarla. ¿Quiere esto decir que el PSOE en su conjunto propiciaba un proceso constituyente? No, pero sí que había sectores de la izquierda incluso en el PSOE que entendían la necesidad de abrir la caja de Pandora para favorecer el fin de ETA y el dominio del discurso. 






Los terroristas, derrotados en la práctica y sometidos a ostracismo internacional, recibieron el regalo de una generosa pista de aterrizaje que, se pensó, modificaría el panorama político.
A partir del fin de ETA, ha sido el nacionalismo catalán el que ha tomado el relevo.




Desde 2011 una serie de movimientos políticos: Bildu, ERC, PDCat, CUP, PODEMOS e incluso sectores del PNV y del PSOE creen llegado su momento, claro cada uno con diferente intención e intensidad; paralelamente el dinero bolivariano ha facilitado la creación de PODEMOS una especie de Herri Batasuna hispano.





El proceso seguido desde 2012 hasta 2017 se ve favorecido por la tremenda autonomía financiera de la que gozan los golpistas. Frente a esto hay una clase política que esconde la cabeza como el avestruz. 
Estamos en guerra; si la actitud de Zapatero en 2004 señalaba el fin de la Segunda Restauración, el proceso anunciaba una nueva transición sólo que esta vez a ninguna parte.







La relación innegable entre la Gencat y los CDR, el dinero que fluye a Waterloo y a las embajadas catalanas presagian una escalada de la tensión en la que puede haber incluso acciones armadas y arsenales secretos. Las acciones vandálicas coordinadas y nada espontáneas, como consecuencia de la reacción a la sentencia y al aniversario de octubre, han sido confirmadas por una nueva declaración de insubordinación del Parlamento Catalán que ya sólo practica la desobediencia. 
Estamos en puertas de unas elecciones cuyos vencedores, en minoría, se van a encontrar con una situación de hecho; y ojo en Valencia, Baleares, País Vasco, Navarra y hasta Galicia.



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