A partir de la Segunda Guerra Mundial, y como consecuencia del reclutamiento masivo, los distintos países occidentales se vieron en la obligación de poner a trabajar, en las industrias y empresas, a las mujeres.
Terminada la contienda, probablemente las mujeres hubieran preferido regresar a sus casas; al margen de cierto tipo de gente muy vocacional o con puestos de alto nivel, el resto de las mujeres preferiría trabajar en casa.
Sin embargo, nuestras autoridades, las nuestras y las de otros países occidentales, no pensaban así, de manera que las subidas de precios y la presión política, que minaba la familia tradicional, obligó a las mujeres a mantener su trabajo en el exterior.
Se nos dijo que era la evolución natural de la sociedad, que era la necesidad del proceso económico y el signo de los tiempos. Mi padre, un hombre de clase media, había podido mantener una familia de cinco hijos sin que mi madre se viera en la necesidad de trabajar; pero hoy día, en el proceso de proletarización en que nos encontramos, al igual que la baja clase obrera del XIX, los dos cónyuges deben trabajar para poder mantener uno o dos hijos.
Como consecuencia, el crecimiento económico europeo ha obligado a traer millones de inmigrantes legales o ilegales, con graves consecuencias para la estabilidad cultural de nuestras sociedades y la de los sistemas de previsión.
Paralelamente, se ha instalado en la sociedad, en la élite política, la idea de que hay una gran superpoblación que destruye el medio ambiente, con la última fase del calentamiento global que terminará siendo producido por el exceso poblacional.
Si preguntamos a economistas serios o a demógrafos, nos responden que todo crecimiento económico debe llevar asociado cierto crecimiento en el número de habitantes, que garantice el recambio generacional y algo más.
No es que piense que no deba haber una política de protección y restauración del medio ambiente, hasta en nuestra casa sabemos que es necesario limpiar y que la mejor forma de hacerlo es no ensuciar.
Desde luego no creo que sea necesario limitar la población con medidas políticas, el propio crecimiento tiene un efecto de freno a la demografía; no creo que falte espacio o no se pueda ordenar el territorio, esto se demuestra en países como Holanda y Bélgica.
Esta pseudoreligión, falsamente ecológica, se asocia a una política de destrucción de las tradiciones de Occidente y hostilidad a la familia tradicional donde medidas como la promoción del aborto, la píldora del día después, la promoción de la homosexualidad recuerdan a la sociedad romana de la época de Marco Aurelio, en la que las cloacas se obstruían con los fetos y recién nacidos arrojados al Tíber.
En España se producen mas de 200.000 abortos al año, y si eso no es decadencia social venga Dios y lo vea. La promoción de la familia y la salida de esta situación pasa por políticas que hagan rentable socialmente a las mujeres tener hijos, cambiar el modelo social en contra de esas teorías que se llaman a si mismas progresistas.
Y sí, ya sé que las mujeres deciden, pero no puedo dejar de pensar en cierto ambiente de conspiración contra la familia, ¿cómo entender si no que se pueda comprar libremente un medicamento tan agresivo como la píldora del día después cuando hace falta receta para la medicación anticolesterol?
Me tratarán de paranoico, pero es más crédulo creer que podamos influir voluntariamente en el clima reduciendo las emisiones de CO2.
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