Los Estados nación son el resultado de la conjunción de unos poderes soberanos suprafeudales y la construcción de economías de escala, agrupando las viejas naciones históricas, naciones que estaban saliendo del final medieval y del comienzo del Estado moderno con la alianza del Trono y el Altar. A esto, desde mediados del siglo XX, hay que añadir la aparición de Estados nación en el mundo por analogía a Occidente y como consecuencia de la descolonización.
Sin embargo, ya desde el siglo XVIII se venía poniendo en tela de juicio la idea autárquica mercantilista y aparecían las economías abiertas o de libre mercado.
Sin embargo, ya desde el siglo XVIII se venía poniendo en tela de juicio la idea autárquica mercantilista y aparecían las economías abiertas o de libre mercado.
Las fuerzas de este libre mercado, en la época inmediatamente anterior a la Primera Guerra Mundial, eran de una intensidad tan grande como ahora, en términos porcentuales, aunque el comercio internacional estaba fuertemente tutelado por los Estados y las economías de escala eran muy impermeables entre sí. Nos cuenta el Doctor Arazuri, en su libro de crónica periodística "Pamplona Belle Époque", que en la Pamplona de entonces se consumían fundamentalmente productos de la Cuenca con alguna aportación de equipamiento fabricado en el País Vasco y Cataluña y muy pocos productos extranjeros.
La diferencia no es la importancia de la economía transnacional sino los agentes que actúan en ella ya sean Estados, poderes financieros globales, ong,s, organizaciones internacionales de Estados o poderes ocultos. La capacidad de las fuerzas multinacionales para gestionar la evolución política internacional es la característica del universo mundializado aparecido después de la Segunda Guerra Mundial que, una vez superada la Guerra Fría y la política de bloques, ha dado a luz el mundo global de la caída del muro, Internet y el mercado abierto.
Las formas de jerarquización de las sociedades están basadas en el dinero, el poder y el prestigio, tal y como decía Max Weber; y todas son trasversales, es decir el poder da prestigio y dinero, el dinero prestigio y poder y el prestigio poder y dinero.
Las organizaciones internacionales cobran una importancia capital. Y esto ya sean empresas multinacionales de capital disperso y mayores medios para actuar flexiblemente, organizaciones no gubernamentales que disponen de capital, influencia y poder, y que siguen el modelo de la Cruz Roja, clubs de poder, de dinero y de influencia que siguen un plan para asaltar el mando.
Todas estas entidades juegan en la economía mundial, influyen en nuestras sociedades y son agentes políticos en primera persona.
La asunción por los USA, y ciertas organizaciones militares multinacionales capitaneadas por ellos, del papel de policía del mundo, muchas veces en contra de los intereses nacionales de los propios Estados Unidos (el pueblo norteamericano), y la evidencia del crecimiento de unos poderes ocultos globales, que no cesan de presionar para constituir un mundo reedificado ideológicamente y servil ante sus intereses, pone de manifiesto un escenario o puesta en escena que no se compadece con los fantasmas ideológicos en los que el común de los mortales nos movemos.
Los países emergentes están encarando la crisis del año 2007 haciendo lo que saben, es decir apretando el cinturón a sus trabajadores, teniendo como tienen un gigantesco ejército industrial de reserva en una economía aneja de supervivencia, lo que lleva a abaratar de manera radical los costes de su producción y hace más atractiva la deslocalización; aunque para cierto tipo de empresas su valor añadido le confiere a Occidente cierta ventaja productiva.
La comprensión, por parte de esas potencias emergentes, de la necesidad de poseer instrumentos militares y de información para su defensa ante la capacidad tecnológica y militar del complejo militar-industrial occidental, y para defender sus intereses globales, es una característica que señalará el futuro del Gran Juego mundial.
Resulta aleccionador el ejemplo de la República Popular China, Estado que heredero de la China tradicional tiene gran tendencia al aislamiento y recuerda las malas experiencias de la política maoísta de internacionalismo proletario en Kenia y Tanzania, que tan mal resultado les dio, pero que se ve obligado por sus intereses económicos globales a no desentenderse de la política mundial.
Lo étnico y el nacionalismo no es ya la ideología dominante del proceso político sino un grito de angustia ante las arrolladoras fuerzas de la historia en la vida de las gentes. Por eso, en un momento como éste, el Estado social y democrático de Derecho debe rearmarse en fuerza militar e inteligencia para proteger nuestras libertades en el proceloso mundo de la crisis global.
El mundo que viene ya no desarrollará su historia en el marco de la nación ni del Estado-nación; tal como solía definirse, ya sea en el plano cultural, político, económico y social; será en gran parte supranacional e infranacional. Las naciones y el nacionalismo estarán presentes en el futuro pero interpretando siempre papeles subordinados. Los poderes globales atacarán a los viejos Estados porque es más fácil controlar a las nuevas entidades cargadas de maniática etnicidad mítico-fascista.
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