La justicia universal es un invento relativamente reciente; antes, sólo en caso de graves delitos de guerra, una de las potencias beligerantes podía juzgar a soldados de la otra parte.
Sin embargo, tras la Segunda Guerra Mundial, se creó el Tribunal Especial de Nuremberg para juzgar los monstruosos delitos de genocidio y contra la humanidad de los nazis. No podemos engañarnos, aquello fue un tribunal ad hoc y por lo tanto, y a pesar de las incalificables conductas que se juzgaron, no podemos hablar de justicia con mayúsculas.
Luego se establecieron los tratados internacionales sobre los delitos de genocidio y crímenes contra la humanidad, así como la doctrina del caso Camarena en USA que abre la posibilidad de juzgar delitos contra las leyes de un país en otro, siempre que hubieran afectado a naturales del país juzgador.
De esta forma, poco a poco, se ha ido extendiendo la cultura de la jurisdicción universal que aparentemente nos acerca al ideal, pero que en realidad agota la posibilidad de justicia, pues para que haya justicia debe aplicarse la Ley y la Ley por definición está sujeta al principio de territorialidad. Quizá sea por eso que, a pesar de las buenas intenciones de Garzón y compañía, yo no acabe de ver la utilidad de estos tratados; siempre se aplican al mismo lado del espectro político, nadie está juzgando a los responsables del Gulag y de otras barbaridades.
Sin embargo, tras la Segunda Guerra Mundial, se creó el Tribunal Especial de Nuremberg para juzgar los monstruosos delitos de genocidio y contra la humanidad de los nazis. No podemos engañarnos, aquello fue un tribunal ad hoc y por lo tanto, y a pesar de las incalificables conductas que se juzgaron, no podemos hablar de justicia con mayúsculas.
Luego se establecieron los tratados internacionales sobre los delitos de genocidio y crímenes contra la humanidad, así como la doctrina del caso Camarena en USA que abre la posibilidad de juzgar delitos contra las leyes de un país en otro, siempre que hubieran afectado a naturales del país juzgador.
De esta forma, poco a poco, se ha ido extendiendo la cultura de la jurisdicción universal que aparentemente nos acerca al ideal, pero que en realidad agota la posibilidad de justicia, pues para que haya justicia debe aplicarse la Ley y la Ley por definición está sujeta al principio de territorialidad. Quizá sea por eso que, a pesar de las buenas intenciones de Garzón y compañía, yo no acabe de ver la utilidad de estos tratados; siempre se aplican al mismo lado del espectro político, nadie está juzgando a los responsables del Gulag y de otras barbaridades.
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