Se me ocurre, a propósito de lo que decía ayer, una posible solución al dilema planteado. Quizá los fósiles de los hombres modernos, encontrados en gran número, proceden de una época avanzada del paleolítico superior, en un periodo en el que el número de seres humanos tenía cierta abundancia.
Del tiempo del origen, según parece hace entre 300.000 y 100.000 años, no hay restos o están ocultos en la inmensidad del planeta; es necesario indicar que las condiciones para que queden fósiles y restos tienen que ser muy especiales, ya que el destino normal de los cadáveres es convertirse en polvo.
En otro sentido, me fascina el problema del origen de las razas humanas; si la especie nace en África, ¿cómo se produce esa gran expansión? ¿Cómo se diversifican las razas?
Quizá sea una cuestión de linajes que mantienen sus características físicas incluso en la cantidad de melanina producida. Si los clanes humanos, constituidos en bandas de unos cincuenta individuos, llegan a encontrarse, se producen dos tipos de posibles reacciones a largo plazo: tras la inicial huida o el encontronazo, se crea una liturgia de intercambio de material, mujeres, caza, o prima la xenofobia, sentimiento nacido del miedo y muy humano.
De estos comportamientos surgirían las razas y los parecidos en los clanes próximos, sirviendo de puente entre razas próximas los pueblos mestizos como en Europa los uroaltaicos y lapones respecto a Asia.
Por otro lado, siempre pienso que algunos de esos lugares taumatúrgicos fronterizos, que a lo largo del tiempo han tenido valor para diferentes religiones (véase San Miguel de Aralar), no habrán sido, en su origen, lugares de relación, elegidos quizá por razones que se nos escapan.
De estos comportamientos surgirían las razas y los parecidos en los clanes próximos, sirviendo de puente entre razas próximas los pueblos mestizos como en Europa los uroaltaicos y lapones respecto a Asia.
Por otro lado, siempre pienso que algunos de esos lugares taumatúrgicos fronterizos, que a lo largo del tiempo han tenido valor para diferentes religiones (véase San Miguel de Aralar), no habrán sido, en su origen, lugares de relación, elegidos quizá por razones que se nos escapan.
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