Bush no lo logró. Era ciertamente la economía. Clinton no se equivocó y ganó. La economía fue el gran teflón por donde resbalan los pecados presidenciales. La popularidad histórica de Clinton descansó en una vigorosa salud financiera. No es un caso único el de EE.UU. Mandatarios de otras regiones más alejadas, se han librado de presiones políticas ante el resultado de los números.
Es un fenómeno para no simplificar. Verifica una antigua verdad: si los bolsillos están tranquilos, la paciencia puede ser ilimitada. Y esconde un alerta: si la economía muestra repentinamente su costado más duro, las consecuencias pueden ser equivalentes.
Actualmente, estamos viviendo una grave crisis económica, dicen que la más grave desde la del 29, yo no sé si creerlo. Hemos pasado la crisis del plan de estabilización del 57, la crisis del petróleo que cambió el modelo energético en el mundo, la crisis de confianza durante la transición, la crisis financiera consiguiente a la segunda gran subida del petróleo, la crisis de 1993, las punto com y no sé si me dejo alguna.
En todas, lo que manda es la política, los gobernantes hacen lo que sea necesario para mantenerse en el poder y no lo que necesita la economía; además, ¿qué es lo que nos dicta la economía? Cada maestrillo con su librillo.
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