A lo largo de la historia, ha habido diversos intentos de unificar el continente europeo; claro, esto ha ocurrido desde que los europeos somos conscientes de la existencia de nuestro continente.
Hoy en día y ya hace tiempo, los geógrafos han definido Europa como el continente que hay entre la Península Ibérica y los montes Urales; en otra época, como en el periodo clásico, Europa era otra cosa, quizá solamente el Mediterráneo oriental.
Tras el Imperio Romano, otros intentos de unificación han sido: el Sacro Imperio Romano Germánico, el Imperio Habsburgo, el Imperio Francés, Napoleón, hasta llegar al intento nazi del III Reich, pero estos eventos hechos por la fuerza no tuvieron éxito.
Fijándonos en una época en la que Europa, que entonces era todo el Occidente aún separado políticamente, estuvo unida espiritualmente como fue el medievo, encontramos la dificultad de unir políticamente a los diversos países. A partir de 1945, se ha intentado una unión de solidaridad voluntaria, basada en los principios del mercado, la democracia, el principio de independencia de las naciones y la colaboración.
El 9 de mayo de 1950, cinco años después de la rendición del régimen nazi, Schuman lanza un llamamiento a Alemania Occidental y a los países europeos que lo deseasen para que sometieran bajo una única autoridad común el manejo de sus respectivas producciones de acero y carbón. Este hecho, acogido de manera dispar dentro de los gobiernos europeos, marca el inicio de la construcción europea, al ser la primera propuesta oficial concreta de integración en Europa.
El hecho es que al someter las dos producciones indispensables de la industria armamentística a una única autoridad, los países que participaran en esta organización encontrarían una gran dificultad en el caso de querer iniciar una guerra entre ellos.
Alemania, a través de su canciller Konrad Adenauer, acoge entusiasta la propuesta. En la primavera de 1951 se firma en París el Tratado que institucionaliza la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA), concretando la propuesta de Schuman.
Alemania, Francia, Italia, Países Bajos, Bélgica y Luxemburgo (conocidos como "los seis"), logran un entendimiento que favorece el intercambio de las materias primas necesarias en la siderurgia, acelerando de esta forma la dinámica económica con el fin de dotar a Europa de una capacidad de producción autónoma.
Este tratado fundador buscaba aproximar vencedores y vencidos europeos al seno de una Europa que a medio plazo pudiese tomar su destino en sus manos, haciéndose independiente de entidades exteriores.
Un impulso de importancia mayor llega en 1957 con la firma de los Tratados de Roma. Los seis deciden avanzar en la cooperación en los dominios económico, político y social. La meta planteada fue lograr un "mercado común" que permitiese la libre circulación de personas, mercancías y capitales. La Comunidad Económica Europea (CEE) es la entidad internacional, de tipo supranacional, dotada de una capacidad autónoma de financiación institucionalizada por este tratado. Este documento formó una tercera comunidad de duración indefinida: el Euratom.
El invento funcionaba, y otras naciones como España deseaban formar parte, pero el acceso estaba restringido por la naturaleza democrática del Mercado Común y por la necesidad de tener un cierto nivel de homogeneidad económica. Sin embargo, los Estados miembros se resistían al desarme arancelario, buscando impedimentos de orden legal en relación a productos y servicios.
La respuesta de la CEE fue la actuación del Tribunal de Luxemburgo y esto sirvió hasta que el número de pleitos creció. A partir de un momento, la antigua UE decidió crear una legislación propia que impidiese estas maniobras y fabricó un cúmulo de normas también referidas a la democracia y a los derechos humanos; paulatinamente se relegó de manera subrepticia el principio de subsidiariedad, que es el que garantiza el derecho de los Estados a legislar de manera independiente en materias de su competencia.
La burocracia comunitaria ha crecido de manera exponencial desde el Acta Única hasta el actual Tratado de Lisboa, prácticamente nadie la controla; el Parlamento Europeo es, pese a la propaganda, inoperante y tanto el Consejo como la Comisión son dominados por el cuerpo de funcionarios, cuando no colaboran con él en la burocratización totalitaria de la UE.
La prudencia del principio ha dado lugar a la entrada alegre de los llamados PECOS, que no están preparados para el mercado interior; la crisis mina el presupuesto de la Unión y ésta se mete cada vez más en el gobierno de los Estados miembros.
En vez de corregir esta tendencia, la burocracia sólo quiere incrementar su poder, por eso ahora propicia la entrada de Turquía que acabará con el espíritu europeo y occidental de la unión. En Europa, poco a poco, surgen movimientos antiburocráticos pero, ¿llegaremos a tiempo?
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