Estos días he estado leyendo un interesante libro, una biografía del político aragonés Joaquín Maurín (1896-1973), éste había nacido en el seno de una familia de agricultores medios que vivían con un cierto desahogo austero. Como era segundón, su familia, buenos católicos, lo enviaron a estudiar al seminario; tras la escuela elemental, y antes de cantar misa, descubrió que su vocación era más la acción social que el sacerdocio, colgando los hábitos para dedicarse a la enseñanza. Tuvo una carrera meteórica en el seno de la izquierda hasta llegar primero al marxismo y después al comunismo.
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De manera que su particular forma de entender la solidaridad entre los españoles y las diferencias culturales, es decir el "hecho nacional", acerca las ideas del BOC (Bloque Obrero y Campesino) a las que destila cierto sector de ETA hoy en día.
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Para esta parte de la izquierda, el Estado español surgido de la Edad Media con los Reyes Católicos, adolece de un error de principio que lo lastra; por lo tanto se hace necesaria la deconstrucción del Estado para reconstruirlo desde bases socialistas y revolucionarias. Según ellos, hay que destruir España y crear la Unión de Repúblicas Socialistas Ibéricas.
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La visión negativa que se instaló en España tras el desastre del 98, la aceptación absurda de la leyenda negra que hace esencialistas a las "nacionalidades" periféricas (son fruto de la decisión de los políticos en 1978) e imperialista a España, la ideología regeneracionista mal entendida por la izquierda revolucionaria y, en definitiva, la alucinación ombliguista propia de los españoles se conjuran para soñar el monstruo de la guerra y la destrucción, un ánimo tanatófilo que tanto sorprende a los observadores extranjeros poco avisados.
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Cualquier observación científica de nuestra Historia nos descubre un espacio normal, es decir con las vicisitudes propias de cualquier país que vive en el tiempo, o sea en la historia.
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