4 ene 2012

La familia, los hijos

Recuerdo que un amigo mío, ya fallecido, solía decir que las personas calificadas de jóvenes como excéntricos, cuyas excentricidades se veían con indulgencia, si con el paso del tiempo no se centraban, acababan convirtiéndose en raros, estrambóticos o extravagantes.










Él, solterón empedernido, veía en la presencia de los hijos un bien no solamente social o familiar sino también personal, pues nos sacaba del egoísmo y el egotismo imbuyéndonos un sano altruismo.





















Estaremos de acuerdo en que la familia es la célula básica de la sociedad y, a pesar de los esfuerzos realizados por los anarquistas de todas las facciones, no se ha conseguido encontrar un sustitutivo que consiga superar esta forma de relación, manteniendo un mínimo de cohesión social, sin caer en la cultura de la muerte.










Sin embargo, hace ya tiempo que los poderes detentadores de la economía, ésa que dicen que ha estado desregulada, determinaron conseguir un núcleo familiar al que debían obligar para sobrevivir, con lo que ahora se considera un mínimo de dignidad según el mantra de los medios de comunicación, a trabajar a ambos miembros de la pareja.





















Si a eso unimos la pérdida de la fe religiosa, y el temor de Dios, y el miedo al abismo de la miseria entenderemos la suicida ausencia de hijos en la familia occidental contemporánea. Los seres humanos se van haciendo viejos misántropos en un cúmulo de gadgets y egoísmos que llevan inequívocamente al autismo social, a la soledad, a la ruptura de la pareja y al vacío.










En ese contexto, realidades como el aborto, la droga, la eliminación de los viejos (que Dios nos coja confesados) o la ruptura de la pareja se tornan habituales.





















El masivo fracaso matrimonial, inducido por ideologías impulsadas al máximo desde los medios y desde el poder, es al mismo tiempo familiar, sobre todo cuando hay hijos pequeños por medio, puesto que no se cumple la misión educativa de la prole que se supone asociada al matrimonio. El incremento de las rupturas extiende otros muchos daños de todo tipo, emocionales y psicológicos, incluso económicos, cuya manifestación más escandalosa pero no la principal, es la violencia domestica.










Será necesario recrear una sociedad donde a las mujeres les resulte atractivo tener hijos y eduquemos a los hijos en la necesidad de aumentar los niveles de aguante en el mantenimiento de la pareja. Es lo único que podemos hacer para detener la ruina de Occidente y detener también la invasión de los nuevos bárbaros.

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