Ante la actual situación que el gobierno de nuestra degenerada y decadente democracia está creando, en relación con la Guerra Civil, conviene recordar el proceso por el que se frustró la esperanza de la II república.
El viejo Estado Español y la ya vieja Nación española se encontraban gobernados por una monarquía que había cumplido su papel histórico. La pérdida de las colonias de Cuba y Filipinas, así como la guerra de África, habían desgastado la monarquía de la Restauración.
Por otro lado, se produjo la proliferación de regionalismos nacionalistas fuertemente reivindicativos que, al revés de los regionalismos tradicionalistas, eran incompatibles con la monarquía hispana; la expectativa de mejora de la sociedad y el problema de la tierra se acumulaban.
La solución de la dictadura del general Miguel Primo de Rivera no había conseguido institucionalizarse y, a la postre, la crisis del 29 se la llevó por delante. Tras unas elecciones municipales ganadas por los monárquicos, y con la excusa de la victoria electoral republicana en las grandes ciudades, la derecha monárquica con el Rey a la cabeza entregó el poder a los republicanos.
Desgraciadamente, los intelectuales patriotas que habían propiciado el cambio: Ortega, Marañón, Pérez de Ayala, Azaña, etc. no articularon una opción republicana liberal, y los partidos republicanos fueron débiles frente a los partidos revolucionarios: anarquistas, socialistas y comunistas; ante esto, la izquierda republicana optó por una alianza con estos últimos y una política antiliberal y sectaria frente a medios de expresión y partidos de derecha.
Por otro lado no se supo articular una respuesta inteligente a los problemas sociales, se manipularon los sentimientos anticlericales y se consiguió que la respuesta al triunfo electoral de la derecha fuese la revolución.
Tras 1936, el Frente Popular realizó una política de persecución de la derecha y la Iglesia que culminó con el asesinato de Calvo Sotelo. En plena guerra civil, una guerra de respuesta y miedo de los sectores tradicionales, se produjo el asesinato de clérigos y políticos de la derecha así como de católicos y burgueses por el mero hecho de serlo, exiliando a medio parlamento y suspendiendo la Constitución, sin ocultar su interés en hacer la revolución.
Se deben leer los escritos de insignes liberales republicanos como Clara Campoamor, Gregorio Marañón, Salvador de Madariaga, Pío Baroja, Ortega y el propio Azaña que le dijo a su secretario Sánchez Albornoz: "si ganan los nuestros nos tendremos que ir al exilio".
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