Dicen que uno de los más importantes problemas de la España moderna, y que se agrió en la época de la República, era el de la tierra. Éste, por obra y gracia del desarrollo económico e industrial, se ha conseguido resolver; claro que la parte fundamental de su resolución deriva de los avances en la mecanización del campo.
El otro gran problema de la España moderna resulta ser el del separatismo, y las recetas que nos hemos dado en nuestra Constitución no han tenido éxito. Parece que las tendencias disgregadoras en el Estado Español se han manifestado, a lo largo de la historia, independientemente del tipo de régimen político o etapa histórica; puede ser que la geografía tan agreste y escarpada de España haya impuesto incomunicación de tiempo inmemorial o la ausencia de una estructura económica unida hasta épocas tardías o el caciquismo y el campanario; no lo sé, pero el resultado es la tendencia al aislamiento de las comunidades.
Claro que, por otro lado, esta tendencia no ha conseguido imponerse del todo y, a lo largo de la historia, ha habido proyectos políticos unitarios con éxito como, hasta ahora, el Estado Español moderno y la Nación política española de la Constitución de 1978.
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