27 jul 2010

El arte románico catalán, aragonés y navarro

El periodo de transformaciones en torno al año 1000 dio lugar a un nuevo estilo arquitectónico llamado "prerrománico", que constituyó un puente entre el arte carolingio y el románico. Sus construcciones civiles sólo se conocen a través de la arqueología; su arquitectura religiosa, en cambio, incluye las muestras mejor conservadas de este periodo en el terreno monumental.






En efecto, Occidente se cubrió de iglesias nuevas gracias a los numerosos donativos y a la gran devoción de los constructores. Estas obras, que sustituían los edificios destruidos durante las invasiones, prefirieron la piedra a la madera. Sus mayores dimensiones se adaptaban al aumento de fieles y miembros de las comunidades monásticas.







Además, presentaban ante el pueblo una riqueza arquitectónica innovadora que pretendía honrar con dignidad la gloria divina y constituir un lugar apropiado para las preciosas reliquias. Partiendo de las herencias antigua, bizantina y carolingia, el mundo del año 1000 nos dejó, pues, una creación artística muy original. La Italia del siglo X se vio marcada por algunas innovaciones arquitectónicas que superaron su propio patrimonio paleocristiano. Apareció la cripta, que elevaba el nivel del suelo en el coro.















La noción de deambulatorio o girola se introdujo en Ravena y Verona durante la segunda mitad del siglo X. Las iglesias de Ivrea y Aosta presentan asimismo un coro rodeado de torres. Por su parte, la ciudad de Roma continuó fiel a la tradición paleocristiana, como demuestra la iglesia de San Bartolomeo all'lsola, construida por Otón II, que conserva la planta basilical. Sin embargo, el norte de Italia ya presentaba, en pleno siglo X, unos rasgos característicos del primer arte románico meridional, que se extendería por el sur de Francia y Cataluña medio siglo después.














La arquitectura meridional anterior al siglo X se inscribe en la continuidad de la Antigüedad tardía. Se siguieron utilizando las basílicas paleocristianas durante toda la Alta Edad Media. Puede apreciarse una buena muestra de las diferentes etapas de esta arquitectura en el grupo episcopal de Tarrasa (Cataluña): las cabeceras de Santa María y San Pedro presentan una sillería pequeña y bien alineada que debe datar del siglo IX, aunque en ocasiones las han adscrito a la época visigótica. San Miguel, que se utilizó posteriormente como baptisterio, es de planta central y presenta el mismo tipo de aparejo.







Este conjunto permite, además, estudiar el emplazamiento de las construcciones religiosas episcopales en las poblaciones del sur y hacernos una idea del aspecto de los otros similares de Cataluña (en La Seo de Urgel y Vic). En el sur de Francia, la arquitectura del siglo X sólo nos ha dejado, en esencia, edificios menores que presentan, por lo general, planta rectangular con nave única o en ocasiones con naves laterales (Arles-sur-Tech), y una cubierta de armazón. Los ábsides suelen ser pequeños y estar cubiertos con bóveda de cascarón o de cañón; en un primer momento, su planta estaba realzada en el interior y era cuadrada o poligonal en el exterior; más tarde, realzada por completo, para terminar en la planta semicircular característica del ábside románico.


















Esta evolución apareció, al principio, en las absidiolas laterales, como en Sant Quirze de Pedret (en el Pirineo catalán), y se definió después en el ábside principal, como en Saint Genis-des-Fontaines y Saint André-de-Sorède. Sin embargo, a lo largo del siglo X, las formas más comunes de los ábsides eran rectangulares y trapezoidales. Es posible encontrar un transepto más alto que la nave, como en San Pedro de Tarrasa o en Canapost, o, al contrario, más bajos, como en Saint-Genis-des-Fontaines. La escultura es básicamente arquitectónica y los capiteles constituyen aprovechamientos antiguos o derivados del corintio.



















En cualquier caso, la construcción más coherente de la segunda mitad del siglo X de entre las que se conservan en la actualidad continúa siendo la iglesia abacial de San Miguel de Cuixá, en el departamento francés de los Pirineos Orientales. El edificio presenta tres naves cortas (la anchura de la central es el doble que la de las laterales) divididas en tres tramos por pilares rectangulares y arcos. El conjunto se abre a un transepto de escasa elevación cuyo extremo norte no se ha conservado. La cabecera presenta un ábside central rectangular, típico de la arquitectura del siglo X, pero completado por cuatro ábsides laterales semicirculares que ya anuncian la llegada del románico. En un principio, dos puertas situadas a ambos lados del ábside principal se abrían al exterior. La nave central cuenta con una estructura de madera y está iluminada por ventanas abocinadas.








A estas características de la arquitectura del siglo X se añaden los muros de aparejo irregular, embebido en el mortero y reforzado en las esquinas con grandes sillares. Este edificio se reconoce, en especial, por los arcos túmidos que presentan sus arcadas, construidos en su parte inferior mediante desplomo de sus piezas, para adquirir en la superior su estructura radial (arcos enjarjados). Este tipo de arcadas no está vinculado a ninguna escuela islámica, sino que deriva de una tradición clásica, hispánica y local.


















Este edificio nos informa sobre la importante arquitectura prerrománica y hace referencia a monumentos desaparecidos, como las antiguas catedrales de Vic y La Seo de Urgel y la antigua iglesia de Ripoll. En el Rosellón, esta última fase del prerrománico catalán se aprecia en las cabeceras con tres ábsides y los anchos transeptos de las iglesias de Saint-Genis-des-Fontaines o Saint-André-de-Soréde. Este prerrománico catalán se extendió por las zonas más cercanas a la región languedociana, como los departamentos de Hérault y Aude. En definitiva, la abadía de San Miguel de Cuixá desempeña un papel fundamental porque permite seguir la evolución de la arquitectura prerrománica a la del primer arte románico meridional.


















En España, el arte románico abarca más de dos siglos y se centra en los siglos XI y XII. Se extiende por un territorio que fluctúa en función de los avances de la Reconquista. Podemos dividirlo en tres grandes periodos: el primer arte románico, el románico pleno y, por último, coincidiendo ya con los comienzos del gótico, el románico tardío. En el siglo XI, los reinos del norte de la península Ibérica, y en particular el condado de Barcelona, mostraron, por una parte, un fuerte espíritu de independencia frente a los musulmanes y los francos, y por otra, entre ellos mismos. Este estado de ánimo desembocó en luchas individuales contra el islam. En el terreno artístico, el románico siguió una evolución "regional" vinculada a la situación política y social, aunque también a los progresos técnicos y a la economía de los notables. Estos motivos explican la aparición del románico en las zonas con un marco político y unas fronteras más establecidos.






Durante esa época, y más precisamente durante el primer cuarto del siglo XI, surgió la arquitectura del primer arte románico en el reino de Navarra y el condado de Barcelona. Puig i Cadafalch fue el primero en definir y localizar este estilo. A su modo de entender, varias construcciones catalanas están relacionadas con conjuntos del sur de Francia y el norte de Italia, pues en todas ellas se destacan rasgos comunes, como las arcaturas y las lesenas, la sillería pequeña y las bóvedas de piedra. Henri Focillon estableció que el primer románico meridional derivaba del arte otoniano del norte. La arquitectura románica se extendió con rapidez por Cataluña en el periodo comprendido entre los años 1000 y 1075 gracias, por una parte, a los numerosos intercambios con el exterior durante el mandato de los abades Garín, Oliba, y sus sucesores y, por otra, a las diferentes peregrinaciones que trajeron a Cataluña algunas influencias artísticas. Estos contactos permiten atribuir los primeros edificios románicos a los maestros-albañiles lombardos. Suelen ser construcciones de planta basilical, de tres naves y un transepto que las separa de la cabecera.







Este estilo presenta diversos aspectos. Por ejemplo, la iglesia abacial de San Miguel de Cuixá, ampliada a petición del abad Oliba antes de 1040, se dotó con dos torres monumentales alzadas en los extremos del transepto y una falsa girola con absidiolas en torno a la cabecera. La basílica del monasterio de Ripoll, consagrado en 1032, con cinco naves y transepto, dispone de siete ábsides alineados, muy semejantes a los de San Pedro de Roma. Cabe citar, asimismo, la basílica del monasterio de San Pedro de Roda, consagrada en 1022, de cabecera con deambulatorio y órdenes superpuestos que se inspiran en los cánones clásicos y las proporciones lombardas; la colegiata de San Vicente de Cardona, que se caracteriza por sus bóvedas y el escalonamiento de sus volúmenes, y la colegiata de Ager, de soluciones múltiples.






Apenas quedan vestigios de las grandes catedrales del primer románico, como Barcelona, Vic o Gerona, pues se sustituyeron por construcciones góticas o neoclásicas. Resulta, pues, difícil reconstituir estos conjuntos monumentales, de los que, con frecuencia, sólo se conservan ciertos elementos arqueológicos o algunos restos. Por lo que respecta a los reinos occidentales de España, encontramos las primeras huellas del románico en la época de los intentos de unificación política de Sancho III el Grande (1000-1035), hombre abierto y relacionado con los clérigos de origen catalán. Los primeros edificios románicos navarros se asemejan en gran medida a los monumentos catalanes.







En esas fechas se comenzaron grandes obras, como la construcción de la catedral de Pamplona, la ampliación de San Juan de la Peña o, incluso, la reconstrucción de la abadía de San Salvador de Leire, cuyo monasterio está considerado como el edificio principal del primer románico. Esta construcción monumental de sillería de gran tamaño se caracteriza por una cripta de proporciones sorprendentes. El reinado de Fernando I el Grande (1037-1065), repleto de contradicciones políticas, dejó su huella en las producciones artísticas que favoreció. La iglesia de San Pedro de Taverga introdujo un nuevo tipo de capiteles en la nave central y en el pórtico, si bien de estilo visigótico. La penetración del románico pleno se vio facilitada por distintas circunstancias históricas durante el reinado de Alfonso VI (1072-1109). En 1080 se adaptó la liturgia romana; se crearon lazos matrimoniales entre Castilla, León, Aragón y Navarra; lo que había caracterizado hasta entonces la Reconquista se convirtió en cruzada, y se organizó el camino de Santiago de Compostela según el flujo de los peregrinos. Todo esto tiende a relativizar el papel que desempeñó Francia en la implantación del arte románico en España.







En el Camino de Santiago aparecieron las primeras construcciones románicas de plena madurez durante el primer cuarto del siglo XI, que se extenderían por el territorio a medida que avanzaba la Reconquista. En el siglo XII, coexistieron dos formas del románico: una, derivada del primer románico meridional, se limitó a Cataluña mientras que la otra, más completa, se desarrolló en los territorios navarro-aragoneses que acababan de reconquistarse. Las innovaciones francesas entraron lentamente en España. Las donaciones a la orden del Cister (La Espina y Las Huelgas, Osera, Poblet y Santes Creus) se multiplicaron durante los reinados de Alfonso VII (1126-1157), Alfonso VIII (1158-1214) y del conde de Barcelona, Ramón Berenguer IV (1131-1162). Algunos elementos arquitectónicos góticos, como la bóveda de crucería o el arco apuntado, se introdujeron en las catedrales de Tarragona, Lérida, Zamora y Salamanca, aunque se trata de edificios románicos tardíos en su conjunto. En Cataluña, la arquitectura del siglo XII fue producto de las experiencias del primer arte románico.






Se erigieron o se restauraron las catedrales de Vic, Lérida, Barcelona, Gerona y Tarragona, y los monasterios urbanos de San Pablo del Campo en Barcelona y San Pedro de Galligants en Gerona. La catedral de La Seo de Urgel, empezada en 1131, parece que fue el edificio más respetuoso con la tradición constructora del primer románico, al que añadió elementos italianos (el cabildo de la catedral contrató al arquitecto de origen italiano Raimundo Lombardo a partir de 1175). Las iglesias de San Pedro de Besalú o de San Juan de las Abadesas ilustran, por su parte, los contactos artísticos con Francia, mientras que el estilo gótico ya se anuncia en las grandes basílicas de Lérida, Tarragona o Sant Cugat del Vallés. Esta última iglesia, empezada a construir al final de la época románica se terminó en estilo gótico durante el siglo XIV. El rosetón principal es un buen ejemplo de los rosetones góticos catalanes de formas pesadas y llenas, cuya decoración deja mucho espacio al labrado de la piedra en detrimento del vidrio.








Además, aquí se encuentra uno de los claustros románicos esculpidos más importantes del románico catalán: cuatro galerías muy abiertas a un inmenso patio central se hallan decoradas por destacados capiteles que atestiguan la gran calidad conseguida por el románico de finales del siglo XII. En los reinos de León y Castilla, la planta central se extendió hasta Salamanca y Segovia, donde la iglesia de la Vera Cruz (1208) constituye una muestra excelente de dos niveles. San Vicente de Ávila, en cambio, testimonia las influencias de Borgoña en tierras castellanas. En un primer momento se construyó una planta parecida a la de San Isidoro de León: nave con cuatro tramos, abierta a un transepto saliente, que conduce a tres ábsides paralelos. En la segunda fase se prolongó con dos tramos la nave central, dotada de tribunas y una bóveda de crucería. Un pórtico occidental con dos torres, que recuerda los grandes nártex borgoñones, precede el conjunto. Esta influencia también se aprecia en la decoración esculpida de la gran portada, semejante a la de Avallon, San Benigno de Dijon o Vermenton.













No resulta fácil fechar la antigua catedral de Pamplona. Se erigió durante el mandato episcopal de un prelado francés (1082-1114) y, al parecer, en 1101 ya se comenzaron las obras bajo la dirección del arquitecto Esteban, responsable al mismo tiempo de la catedral de Santiago. Sabemos que por fin se consagró en 1127. La catedral se caracteriza por su cabecera con transepto sobresaliente y tres ábsides. Los dos laterales, alejados del principal, son semicirculares en el exterior y poligonales en el interior y, al igual que en Francia, tienen contrafuertes que sirven para sostener la bóveda. La datación de Santo Domingo de Silos, en Castilla, también resulta incierta. La iglesia, así como la parte más antigua del claustro (las galerías oriental y septentrional), es probable que se remonten a finales del siglo XI.






El monje Grimaldo habla en La vida de Santo Domingo de Silos (entre 1088 y 1109) de la reconstrucción total del edificio. Incluso precisa que, en 1073, el cuerpo del santo fue inhumando ante la puerta de la iglesia, en el claustro del monasterio. Años más tarde, sin duda en 1076, sus reliquias se debieron instalar en el interior de la iglesia, ante el altar de San Martín. La fecha de consagración de 1088 no debió pertenecer a la iglesia superior como se creía, sino a la inferior, como han demostrado I. Bango Torviso y J. Wiliams. Se deduce, pues, que el claustro fue, en realidad, posterior a la muerte del santo. Diríase que el brazo meridional del transepto de la iglesia superior ilustra, con sus capiteles esculpidos, un estilo más evolucionado en esta parte del edificio, que incluye la portada de la Virgen, fechada por P. Klein entre los años 1120 y 1130.














Las construcciones rurales castellanas manifiestan importantes vínculos con el mundo islámico, sobre todo en los detalles ornamentales, como en los baldaquinos y las arcadas del claustro del monasterio de San Juan de Duero, en Soria. Estas últimas se asemejan a las formas de Amalfi (sur de Italia) o Sicilia. Los pórticos de entrada también son característicos de esta arquitectura: forman una galería cubierta, abierta al exterior por una serie de arcadas y, en ocasiones, acogen sepulcros, como en San Isidoro de León. Estos pórticos poseían asimismo un papel funcional, pues servían de lugar de reunión a los laicos (San Esteban de Gormaz, Sepúlveda, San Miguel y Nuestra Señora del Rivero, Rebolledo de la Torre). En realidad, esta arquitectura se acercaba mucho a la vida cotidiana de la época románica.






Otra creación hispánica surgió de los contactos entre los mundos occidental y oriental: las cúpulas de los cimborrios que se erigían sobre el crucero. Las más características son las de las catedrales de Salamanca y Zamora. El primero de los dos edificios adopta la misma planta que San Isidoro de León o San Vicente de Ávila: un transepto emergente se abre a tres ábsides semicirculares, con bóvedas de cascarón y precedidos por un tramo recto. La construcción comenzó en 1151 y duró unos 75 años, razón por la que presenta claras influencias de la arquitectura gótica. Las bóvedas de crucería sustituyen a las de cañón románicas del transepto y cubren la nave central y las laterales. El cimborrio que se eleva sobre el crucero se llama torre del Gallo y presenta un tambor circular sobre pechinas con dos hileras de ventanas.






En Toro se siguió el mismo modelo. La cúpula de la «vieja» catedral de Salamanca presenta en el exterior algunas afinidades con los campanarios lemosines, sobre todo la alternancia de linternas en los ángulos con gablete muy puntiagudo y forma alargada. Asimismo, está relacionada con la cúpula de la catedral de Zamora, que deriva más bien de modelos bizantinos. El edificio se empezó en 1151 y se concluyó en 1174, por lo que la huella gótica resulta menos evidente. Sólo la nave central está cubierta de bóvedas de crucería; el transepto dispone de bóveda de cañón, y las naves laterales, de bóvedas de arista. En el crucero, un tambor circular sobre pechinas sirve de apoyo a una cúpula constituida por dieciséis plementos cóncavos. Dichos plementos se manifiestan mediante los nervios de las ojivas decoradas que convergen en una clave central. Galicia y Portugal se vieron influidos por la arquitectura de Santiago de Compostela, como demuestran las catedrales de Lugo, Orense, Tuy y Coimbra. Esta última, abovedada por completo, adopta una planta basilical provista de un transepto sobresaliente con absidiolas y una cabecera sin girola. Como en la catedral de Santiago de Compostela, también aparece el alzado de tribunas en la nave central, modelo que se repite en la catedral de Lisboa.






Aparte de estos dos grandes edificios, algunos monumentos del norte de Portugal poseen una única nave que se prolonga con un ábside rectangular, de tradición prerrománica, y se halla cubierta por una estructura de madera. En el sur, en cambio, la catedral de Évora, cuyo alzado presenta un falso triforio y una bóveda de cañón apuntada de tradición completamente románica, ya anuncia con sus dimensiones la evolución hacia la arquitectura gótica.













Lo más importante en el estudio de la arquitectura románica reside en el papel que desempeñaron las diversas áreas geográficas e históricas en la elaboración del estilo. Las experiencias arquitectónicas del románico permitieron la evolución de la arquitectura gótica. El románico de Normandía e Inglaterra enseguida imaginó un tipo de bóveda para cubrir sus amplias naves que legaría al estilo gótico: la bóveda de crucería. Con el fin de cubrir espacios más amplios, los arquitectos incluyeron una ojiva adicional que pasaba por la clave y dieron, de esta manera, con la bóveda sexpartita. En el siglo XIII, la planta cuadrada se sustituyó por otra oblonga, y las ojivas y los arcos fajones, antes de medio punto, se tornaron apuntados. En el siglo XIV; el diseño de las bóvedas se complicó con la aparición de nervaduras que enlazaban la clave de las bóvedas con la cabeza de los arcos fajones, cuyas bases estaban unidas por arcos terceletes. Más tarde, este procedimiento se desarrolló y condujo a bóvedas con numerosos pequeños paneles y múltiples nervios. El otro elemento esencial de la arquitectura gótica es el arbotante, derivado del contrafuerte disimulado bajo la armazón del tejado de las naves laterales y que servía para contener los empujes de las bóvedas de la nave. La importancia del campanario durante la época del románico continuó, pero agraciado con la tendencia general del gótico por destacar la verticalidad.






El origen del arte esculpido gótico se localizó en la abadía real de Saint-Denis, cuya fachada occidental (anterior a 1140) presenta la primera consecución definida de la portada gótica, con las estatuas-columnas que sustituyen a los personajes, situados en los vanos abocinados del románico. Mientras que en el norte, el estilo gótico se formó rápidamente, con sus bóvedas de crucería, sus portadas con estatuas-columnas y sus vidrieras cada vez más presentes en el monumento, el sur e Italia continuaron fieles al románico. Las estatuas de los santos Pedro y Pablo de la fachada de Ripoll, hacia 1170-1180, no recuerdan precisamente a las estatuas-columnas de la portada de Saint-Denis, como muestra el tratamiento de la cabeza un poco adelantada y el del nimbo que esconde la columna. Estas figuras mantienen una función iconográfica básica y la representación prevalece sobre la función. El arte meridional continuó siendo, pues, románico, mientras que el arte septentrional ya era gótico. Entre 1120 y 1130 se concluyeron de manera paralela, y casi al mismo tiempo, el nártex de la iglesia abacial de Vézelay y la portada real de Chartres.






Las características formales, más que las cronológicas, sitúan a cada uno de estos dos monumentos en un contexto diferente, el uno románico y el otro gótico. Asimismo, señalan profundos cambios en el emplazamiento y las funciones de la imagen.

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