"La Historia la escriben los vencedores”. Esta frase anónima cobra una especial relevancia cuando nos aproximamos a la figura de Sertorio, el general romano que hizo de Osca, actual Huesca, la capital de su imperio. Vilipendiado por sus contemporáneos, habrá que esperar casi treinta años para encontrar una referencia favorable a su persona, y a que posteriormente sea ensalzado como héroe nacional por la literatura hispana.
Descubriremos que fue un personaje carismático que supo aprovechar las circunstancias y, gracias a sus más que notables dotes militares y de mando, logró llevar a cabo una empresa de enorme envergadura en pos de un ideal romántico, en una época en que la República se desmoronaba bajo su propio peso, creando el germen del futuro Imperio Romano.
Quinto Sertorio, Quintus Sertorius en latín, nació en el seno de una familia humilde de Nursia, en el país de los sabinos, una región tectónica en el corazón de los Apeninos. Su parentesco con el famoso Cayo Mario, junto con sus destacadas dotes de orador y soldado, le sirvieron para labrarse una próspera carrera militar.
Destacó, desde bien temprano, sirviendo en la guerra contra Cimbrios y Teutones. Allí se infiltró entre las líneas enemigas como espía para recabar información, lo que le sirvió para ganar reconocimiento y el ascenso a tribuno bajo el mando del pretor Didio en Hispania.
Un nuevo capítulo en su etapa hispana le hizo ganar fama tanto en la provincia romana como en la urbe. En pleno invierno, las tropas romanas acampadas en Cástulo, ciudad celtíbera capital de Oretania, localizada muy cerca de la actual Linares, cometieron numerosos atropellos, llevando a los habitantes de la ciudad, con auxilio de sus vecinos de Oresia, Oretum, a sublevarse contra los opresores.
En desbandada y con sus fuerzas mermadas numéricamente, Sertorio consiguió reunir efectivos suficientes para someter ambas ciudades por sorpresa, mientras todavía celebraban su victoria. La hazaña le reportó el ascenso a cuestor y la corona gramínea, la máxima y más rara condecoración militar otorgada durante la República y principios del Imperio. Reservada únicamente a los generales o comandantes capaces de salvar un ejército entero, la corona se elaboraba con flores, hierbas y cereales, recogidos y trenzados en el mismo campo de batalla.
En la Guerra Social o Mársica (91-88 a.C.) siendo ya legado, quedó tuerto y, cuando se declaró la guerra civil de Mario y Cinna contra Sila, mandó uno de los ejércitos, del bando de su tío, que tomó Roma. Mucho más moderado y disciplinado, su ejército quedó al margen de las matanzas contra los partidarios de Sila y regresó a Hispania como procónsul.
Una vez que Sila recuperó el control de la República para el bando de los optimates, aquellos que habían ayudado a los populares se convirtieron en renegados, entre ellos Sertorio, que desde Hispania dirigió la lucha contra la dictadura de Sila, en las llamadas Guerras Sertorianas (83-72a.C.).
Aquí será donde se fragüe la leyenda de Sertorio, quien supo ganarse a los hispanos con rebajas de tributos, un trato afable, y librándolos del hospedaje obligatorio de tropas que tantos quebraderos de cabeza traía a los provinciales, creando un eje central de su presencia en Hispania con Llerda, Osca y Calagurris. En la capital oscense intentó recrear su ideal republicano a través de la creación de un Senado de trescientos miembros e, incluso, proporcionó una Academia donde los hijos de los nobles indígenas aprendían las costumbres y las formas de vida romana, llegando a vestir la púrpura.
Independientemente de la legitimidad de las reivindicaciones sertorianas, lo cierto es que todos los autores coinciden en la personalidad y carisma del general romano, así como en sus más que demostradas dotes de mando, como demuestran los escritos de César (50 a.C.) De bello Gallico y De bello Civile.
En sus páginas, César habla de compañeros de Sertorio que se unen a él, dando muestra de la juventud de los seguidores de Sertorio, que en época de César todavía estaban en edad de combatir y de los que dice eran: “muy expertos en el arte militar, haciendo la guerra a la romana”. Aunque no se han conservado testimonios escritos de primera mano procedentes de personajes históricos que vivieron el conflicto en persona, se sabe que fueron utilizados por autores posteriores, en su mayor parte con una tendencia favorable a los vencedores de la contienda, ya que no se encuentran textos prosertorianos hasta las historias de Salustio (44-35 a.C).
Salustio, profusamente popular, su oposición a los optimates de su tiempo le llevaron a ensalzar a César y Sertorio, a quien veía como precursor del primero, en un intento por rehabilitar la figura del sabino, ya que unos años antes Diodoro Sículo, en su biblioteca histórica, había iniciado la tradición antisertoriana, incidiendo en el comportamiento vil, fraudulento y tiránico del personaje, revelando como solución lógica a la trama el complot para asesinar a Sertorio.
Una tradición cuyo mayor exponente será Tito Livio para quien, en su Ab urbe condita (29-17 a.C), el protagonista indiscutible del conflicto será Cneo Pompeyo que representa al Senado, y por consiguiente a Roma. Para Livio, todo el que quedaba fuera del Senado o se opone a él es un enemigo del pueblo romano. Una de las claves de esta bipolaridad, según D. Gillis, será el criterio a seguir a la hora de considerar legal o no el gobierno de Sila: optimates frente a populares.
2 comentarios:
Como funcionario debería saber que plagiar está mal.... El articulo que usted ha copiado tiene copyright. Así como la pág a la que pertenece. Espero que rectifique y retire este post o haga referencia a su autor verdadero.
Atentamente, un cordial saludo
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