Como he comentado muchas veces en este blog, la industrialización es consecuencia de la deriva filosófica, religiosa e ideológica de la Civilización Occidental. En el momento en que nace, ésta es Europa solamente, pues América apenas comienza a ser tierra de colonos.
La industrialización es hija del comercio que en Europa se desarrollaba en el Mediterráneo y en el norte (Liga Hanseática). Los cambios acelerados de la crisis de los siglos XIV y XV dieron lugar a ideas como las de Guillermo de Ockham que comienzan a poner las bases de los cambios a los que se verá sometida Europa con la reforma protestante.
Como ha aseverado el historiador británico Hugh Trevor-Roper, son las minorías religiosas: católicos, protestantes o judíos, según las zonas, las que por razones de necesidad y no de deseo estimulan el comercio, la industria y los negocios.
Cuando las circunstancias económicas van bien, los cambios se producen con intensidad pequeña y solo cuando se juzga imperiosa o muy interesante su necesidad, manteniéndose las estructuras antiguas pues, de todos es sabido, que cambiar es costoso; si el crecimiento es próximo a cero no se cambia nada y se mantienen las estructuras; si hay crisis, es entonces cuando se producen los cambios acelerados pues el mantenimiento de las estructuras antiguas tiene un coste que no se puede asumir y la necesidad aprieta a los cambios.
Como nos demostró Pierre Bourdieu, todo esto cambió la faz primero de nuestra cultura occidental y luego del mundo entero empujado por Occidente; aunque supuso en Europa, y en el resto del mundo, la destrucción de la sociedad tradicional.
En España, cuando se pusieron las condiciones para el cambio, dos regiones destacaron, por distintas razones, en la aparición de una industria más o menos fuerte. Una de estas regiones es el País Vasco donde la pobreza de la tierra y el mayorazgo determinaron la búsqueda de soluciones cuando la salida hacia el ejército y la Iglesia ya no era suficiente para los segundones.
La aparición del crédito con interés, la suspensión de la nobleza para practicar oficios innobles y la llegada de los normandos a Bayona, con el consiguiente auge de la navegación para la pesca y el transporte, pusieron las bases para el posterior crecimiento del alto horno vasco, facilitado por las minas de hierro y carbón del norte peninsular.
En Cataluña, región cuya costa se había dedicado al comercio mediterráneo en la baja Edad Media, el hundimiento de las rutas comerciales produjo una fuerte retracción de los negocios, pero la liquidación de las restricciones forales con los decretos de Nueva Planta ayudó a superar los efectos del mayorazgo con difíciles salidas. Se abrió a los segundones un campo estimulante a la acción empresarial; así mismo, los catalanes pudieron trabajar, a partir de ahí, en las colonias americanas y a eso hay que añadir el crédito con interés.
Madrid, ciudad que se constituye en capital de España bajo el reinado de Felipe II que huye de la presencia opresiva del alto clero y del ejército en Toledo, es el resultado de la búsqueda de un poblachón manchego, en altura, con abundancia de agua y buen viento de la sierra, provisto de agricultura, ganadería y buena feria. El rey Felipe situará su administración en las proximidades y creará nuevos barrios dedicados al transporte y al comercio.
Madrid crecerá con la Administración y con todos aquellos que necesiten tratar sus negocios con ésta, ya sean vascos o catalanes, lo que a su vez potenciará la artesanía primero y más adelante la industria.
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