8 may 2011

Y si habla mal de España, es español

En el devenir de los pueblos, España ha tenido épocas de grandeza y ha tocado algún que otro solitario en la orquesta de los pueblos del mundo, pero quizá lo más importante sea la herencia de la Hispanidad, que genera herederos para el viejo espíritu español.



















Sin embargo, cuando analizamos el comportamiento de las viejas naciones europeas que un día fueron Imperio, no vemos la triste desafección, en la decadencia, que se observa en España y en Iberoamérica.





















Podemos fijarnos, sin ir más lejos, en la situación vivida en América a la caída de nuestro imperio; con nuestro país invadido por los franceses y habiendo entrado en decadencia todos los órdenes, también el político, un alarmante número de españoles colaborarán en la pérdida de las colonias apoyando a los rebeldes criollos, y no solamente cuando la rebeldía americana lo era contra el poder impuesto por el francés en España, ni cuando lo era contra la política de los realistas, sino en la ya declarada Guerra por la Independencia.























Esta extraña desafección llegó a extremos increíbles que no fueron sobrepasados en lugar alguno del mundo, así Campo Elías, lugarteniente de Bolíbar y nacido en España, declaró: "La raza maldita de los españoles debe desaparecer. Después de matarlos a todos me degollaría yo mismo, para no dejar vestigio de esa raza". Era la herencia de Las Casas y de la leyenda negra, las consecuencias de nuestra decadencia. Dado que todos ellos eran españoles "de raza", el asunto resulta grotesco.
















Consideremos este párrafo de Menéndez Pelayo: "España, evangelizadora de la mitad del orbe; España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio...; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad; no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los arévacos y de los vetones o de los reyes de taifas".








Y este otro: "Presenciamos el lento suicidio de un pueblo que, engañado por gárrulos sofistas, emplea en destrozarse las pocas fuerzas que le restan y hace espantosa liquidación de su pasado, escarnece a cada momento las sombras de sus progenitores, huye de todo contacto con su pensamiento, reniega de cuanto en la Historia hizo de grande, arroja a los cuatro vientos su riqueza artística y contempla con ojos estúpidos la destrucción de la única España que el mundo conoce, la única cuyo recuerdo tiene virtud bastante para retardar nuestra agonía. Un pueblo viejo no puede renunciar a su cultura sin extinguir la parte más noble de su vida y caer en una segunda infancia muy próxima a la imbecilidad senil"...

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