1 ene 2011

Católico cultural

Cuando se ven los esfuerzos que nuestras autoridades políticas hacen para que olvidemos nuestro origen, me parece más importante que nunca reconocer éste.





















Nosotros los españoles somos católicos; dicho así puede sonar fuerte, desde luego contrario a la Ley y a lo políticamente correcto; pero no, lo que quiero decir es que creyentes y no creyentes tenemos un mismo origen cultural, una misma fuente de la que manan nuestras creencias, nuestro concepto del bien y el mal, nuestra manera de nadar en el mar de la existencia.


















Occidente es cristiano porque de él emana; el Occidente fue hecho por el cristianismo y no nació de una tabla rasa sino de un mundo que llamamos la civilización clásica más las aportaciones del judaísmo y las costumbres de los pueblos nórdicos. La amnesia histórica que el Occidente se ha impuesto no puede olvidar ni el pasado de la Iglesia, ni su función decisiva en la construcción de la civilización occidental.



















La filósofa francesa Simone Weil escribió: "No soy católica, pero creo que no es posible renunciar a las ideas cristianas sin degradarse; unas ideas cuyas raíces se hallan en el pensamiento griego y en el proceso secular que ha alimentado nuestra civilización europea durante siglos"


















No se puede entender la historia de España sin tener presente la fe católica, con toda su enorme influencia en la vida y cultura del pueblo español; lo manifestamos sin arrogancia, pero con profunda y firme convicción. Por lo mismo, consideramos que es un burdo error y una actitud antihistórica querer educar a las nuevas generaciones procurando deliberadamente el olvido o la tergiversación de aquellos hechos que, sin la fe religiosa, no tendrán nunca explicación suficiente.









Fue la Iglesia la que salvó de la desaparición el patrimonio de la cultura grecolatina, matriz donde se gestó la nuestra occidental, copiando los libros clásicos junto con los de su propia tradición bíblica y patrística. La fe católica movió voluntades y sentimientos para crear espléndidos monumentos artísticos, de los que está sembrada la geografía peninsular: monasterios, iglesias, catedrales en todos los estilos, que no pueden contemplarse sin admiración. La pintura, la escultura, la orfebrería, la música y todas las artes han alcanzado cimas inigualables en su expresión religiosa y encontraron sus mejores mecenas en hombres de la Iglesia.







Como son también obra suya la mayor parte de las universidades antiguas y una vasta red de escuelas de todo tipo, mucho antes de que el Estado tuviera una política escolar definida, por medio de las cuales ha sacado de la barbarie o de la mediocridad a millones de españoles. En el campo de las literaturas hispánicas es incalculable la labor de clérigos y laicos cristianos, como es notorio a toda persona cultivada. La aportación en recursos y en hombres de las grandes tareas nacionales o consideradas como tales a lo largo de los siglos es muy amplia.









En obras asistenciales o caritativas ninguna otra institución puede exhibir un conjunto de realizaciones tan extenso, ni un número tan elevado de sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos, con frecuencia anónimos, que han consumido sus vidas sin ninguna contraprestación ni relevancia, al servicio del pueblo y de la fe. De manera particular se pone esto de manifiesto en la admirable empresa de la evangelización de América y de otros países de África y de Asia llevada a cabo por la Iglesia española. Los propios naturales de esos pueblos encontraron en la Iglesia la mejor defensa de sus derechos y de su consideración como seres humanos.









El balance de estos catorce siglos de unidad en la fe católica, pese a las inevitables deficiencias inherentes a toda obra humana, es evidentemente positivo. Una cultura católica, esa cultura católica a la que estamos refiriéndonos, fue a la vez causa y efecto de la incorporación de todo un pueblo a la vida de la fe sentida en lo más íntimo de la conciencia y profesada abierta y públicamente en todo momento.









Las vocaciones sacerdotales y religiosas en tan gran número, los misioneros que salían de España a todas las regiones del mundo, los grandes fundadores o reformadores de Ordenes religiosas como Santo Domingo de Guzmán, San Ignacio de Loyola, Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, San José de Calasanz y los que han seguido después hasta los siglos XIX y XX; los teólogos y juristas cuyos libros eran estudiados y comentados en las universidades de Europa, en muchas de las cuales sentaron cátedra eminentes profesores españoles, fueron posibles gracias a que había detrás una jerarquía y un pueblo en cuyo seno recibían vigoroso impulso sus grandes ideales cristianos.






Así lo reconoce Occidente recordando, en las fechas de las fiestas patronales, estos orígenes.






















En el inicio del capítulo 6 del libro, dedicado a la religión y la educación, el nuevo presidente de Francia reconoce: “Soy de cultura católica, de tradición católica, de confesión católica. Aunque mi práctica religiosa sea esporádica, me reconozco como miembro de la Iglesia católica”.



















Hoy se impone reconsiderar la naturaleza y condición de la religión. Es preciso pensar la religión, so riesgo de que la religión nos piense en su peculiar modo extremo (según los dictados de todos los integrismos hoy redivivos). La religión no se reduce a fenómenos como el integrismo. Es preciso salvar el fenómeno que constituye la religión: la natural, o connatural, orientación del hombre hacia lo sagrado; su religación congénita y estructural. Es preciso salvar ese fenómeno por rigor filosófico y fenomenológico.









El pensamiento moderno ha sido escasamente perspicaz en relación a la importancia del hecho religioso. Ha tendido a reducir éste a aspectos parciales de su compleja existencia: a su carácter social (como ideología y falsa conciencia, así en las tradiciones marxistas); a su naturaleza psíquica (como expresión ilusoria de las miserias psíquicas del hombre, expresadas en el gran surtido de sus enfermedades mentales, así en Freud y en las tradiciones psicoanalíticas).


















Por todo lo dicho, me manifiesto como católico cultural, y pido y añoro un vinculo entre la tradición que me liga a la historia y mi situación de agnóstico que busca sin encontrar.

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