Me produce repelús lo que está dando de sí la campaña política en Cataluña; recuerdo la primera impresión que me produjo la ciudad de Barcelona allá por el año 1977 en el que fui por primera vez para ver una carrera de motos, las 24 horas de Montjuic, aquello parecía Marte o Hollywood; era Europa y yo venía de España.
Después han tenido lugar muchos viajes a Cataluña por distintas razones, incluso actualmente trabajo muy próximo a la Franja de Ponent, y la impresión que ahora me produce es la de llegar a un sitio limitado y cerrado. Cataluña sigue siendo un emporio industrial pero ahora está dirigida por un puñado de provincianos aprovechados, obstinados en robar la cartera a los catalanes promocionando el victimismo y usando los medios que deben utilizarse en el desarrollo del mundo empresarial y en los servicios en absurdas políticas de construcción nacional.
Ahora mismo en Cataluña se da la mayor tasa de abstención electoral de toda España, el pensamiento único y los silencios informativos son asfixiantes. Estamos viendo una campaña electoral plagada de groseras apelaciones al sexo, de muy bajo nivel, de baja estofa y sin ningún fair play hacia el adversario.
Cataluña es mucho más que ese puñado de advenedizos; es los que han sido y los que vendrán; cuando nació el catalanismo había muchos catalanes que amaban a Cataluña como una región de España y no eran catalanistas, es decir no creían que Cataluña debiera desempeñar una misión histórica diferente; tampoco todos los catalanes son nacionalistas, y muchos piensan que el nacionalismo es una desgracia para Cataluña; muchos catalanes no han votado al tripartito ni a CIU y es legítimo ser buen catalán y pensar que una Ley Orgánica como el Estatut es mala para España, mala para Cataluña y anticonstitucional. Tachar esta opinión legítima como anticatalanismo tiene un nombre y éste es fascismo.
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